SANTA TERESA
DE JESÚS
La Santa española tiene en
nuestra liturgia el rango de fiesta, lo que lleva a unas lecturas elegidas para la
misa, y que intentan barruntar de alguna manera rasgos del santo que se
celebra.
Hoy se diseña un marco de sabiduría para presentarnos a la doctora de la Iglesia. Ya decía
ella que quería para sus conventos mujeres de buen entendimiento; que la
santidad la irían adquiriendo. Ese buen entendimiento no supone inteligencias
preclaras, mujeres sabias en las ciencias humanas. Pero sí que estuvieran
dotadas de un sentido común, una visión realista de la vida. No buscaba mujeres
místicas. Las quería capaces de poder serlo, precisamente por su sabiduría y capacidad de inteligencia en las
cosas de Dios. La 1ª lectura del libro del Eclesiástico presenta a la persona
que ama al Señor, porque ella vivirá la unión con Él. Porque esa será su sabiduría, una sabiduría que es madre y que es esposa de las
almas sensatas y sencillas; que alimenta y sacia como pan y agua; que fortalece
y nunca fracasa. Que admira a quienes conviven con esa persona sabia.
Y el Evangelio –ya clásico (Mt11, 25-30)- en el que Jesús
prorrumpe en gozo de su espíritu porque las cosas verdaderamente importantes en
el Reino las capan los sencillos y humildes… Porque esa sensatez de la persona
cuerda es la que hace cuna a las grandes manifestaciones de Dios. El que
podamos conocer al Hijo es porque el Padre lo revela; el poder conocer al Padre
es porque el Hijo lo revela. Y puede conocerlo aquel a quien el Hijo lo quiere revelar. ¿Es que el Hijo no quiere
revelarlo a todos? ¡Sí que quiere! Pero sólo tienen capacidad de recibir esa
revelación los que son sencillos y sensatos, humildes y capacitados para no
buscar más allá que lo que Jesús mismo quiere revelar.
Y la gran revelación es conocer al Corazón de Jesucristo…,
y en consecuencia saber relativizar todo lo demás. Lo que Jesús promete no es
quitar sacrificios y sufrimientos, cargas y yugos de la vida y de la convivencia.
Lo que Jesús promete es hacer llevadero todo eso, hacerlo suave… Esa es la
fuerza de la sabiduría de los sencillos, de los que se hacen a un lado, de
los que no aparecen, de los que no se creen infalibles, de los dejan cancha al
contrario para que también él tenga donde jugar su partida.
Por eso mismo no comprendemos todos esos misterios del
Evangelio: porque muchos nos hemos subido a nuestro pedestal y no estamos
dispuestos a bajarnos de él. Y entonces los yugos y cargas se nos hacen tan
pesados que no podemos sobrellevarlos con la paciencia, la elegancia, la humildad
y la caridad con que lo llevan esas almas “simples”, que en realidad han puesto
su sencillez en una sensatez humana, sin pretensiones de “santidades” que
muchas veces son difíciles de sobrellevar por los que conviven. Y en realidad
esos son los “Teresa de Jesús”, una santa de cuerpo entero y profundamente
humana.
No quiero dejar pasar la referencia a la carta de Pablo a
los gálatas, que hoy hubiéramos tenido, y que lleva, por lógica, la misma dinámica
de lo comentado más arriba: Si os guía el
espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley La ley se ocupa de corregir
las obras de “la carne” [los defectos humanos de la criatura vieja]: fornicación, idolatría, hechicería,
libertinaje, impureza, enemistades,
contiendas, celos, rivalidades, partidismo, sectarismo, envidias,
borracheras, orgías y cosas por el estilo.
En cambio, propio de la
nueva criatura [=nueva evangelización] son los
frutos del Espíritu: amor, alegría, paz,
comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí.
Me limito a ofrecer los dos paneles de Pablo: uno es “la
ley”; otro EL ESPÍRITU. Uno es la esclavitud del Yo. Otro, la libertad de los
hijos de Dios. Uno es la sabiduría de
Teresa, que acerca a la santidad. El
otro, el que no acoge la revelación que Cristo quiere hacer del Reino del
Padre.
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