LA VIÑA DEL
SEÑOR
Es un dicho más que habitual
referirse a la realidad de la vida, con sus hechos buenos y sus padecimientos,
como las cosas que ocurren en la viña del
Señor.
Tampoco es un dicho “moderno”, ni inventado ahora, ni
meramente teórico. La concepción de la historia como “hechos en la viña del
Señor” viene de muy antiguo. Un israelita no sólo es que la dice sino que la
vive. Todo israelita poseía una viña, por pequeña que fuera. Una viña y una
higuera plantada en ella eran el símbolo de la felicidad de una familia.
Isaías describe al pueblo de Dios como la viña que el Señor plantó.
A la que quitó las piedras que dañaban el sembrado, la abonó, le puso una cerca
para que no entraran las alimañas ni los enemigos, y puso en medio la casa del
guarda, en alto, como atalaya vigilante para asegurar el buen desarrollo de aquella
“propiedad de Dios”.
Jesús utiliza esa imagen tan conocida. Hablaba a los sumos
sacerdotes y los senadores (“ancianos sanedritas”) perfectos conocedores de ese
texto de Isaías que estaba reproduciendo Jesús. Y Jesús “monta un cuento” dramático
sobre aquella Viña, que se lo beben
los oyentes como una emocionante descripción.
Cuenta Jesús que el dueño de aquella viña se ausenta de
ella, después de haberla arrendado a unos labradores, que se beneficiarían de
sus frutos y pagarían un alquiler por el arrendamiento. Pero luego ellos se
olvidan de pagar y el dueño tiene que enviar unos criados para recibir el tanto
que corresponde a su amo. Los labradores -que en realidad se han apropiado la
viña y no piensan rendir cuentas- maltaratan a los criados y los echan sin
pagarles.
El dueño es persona buena a más no poder y se limita a
enviar nuevos criados para obtener su parte en las obras. (los oyentes están
cada vez más metidos en la historieta y están deseando saber qué final tiene
aquella viña…) Jesús les cuenta que los labradores apalearon y aun mataron a
los criados. Por tanto no sólo no pagan sino que su actitud es claramente
hostil.
Y el dueño opta por lo más: enviará a su propio hijo,
porque le parece obvio que al hijo lo respetarán. Pero los labradores piensan
que el amo no tiene más herederos. Por tanto, si matan al hijo, ellos se quedan
dueños y señores de la viña. Y dicho y hecho, cuando ven venir al hijo del amo
lo sacan afuera, le maltratan y llegan hasta matarlo fuera de la viña.
Aquellos sacerdotes y ancianos están en ascuas. Ellos,
aferrados a la ley del talión están ya subidos de tono en su juicio sobre esos
arrendatarios… Y Jesús interrumpe los pensamientos de aquellos oyentes con una
pregunta: ¿Qué pensáis que hará con ellos
el dueño? No se hace esperar la indignada respuesta de los oyentes: Hará morir de mala muerte a esos labradores
malvados y arrendará su viña a otros que sean dignos.
¡Habían dado su propia sentencia! Absorbidos por el relato
tan vivo de Jesús, han reaccionado “al natural”. Y Jesús ahora les hace caer en
la cuenta de que “esos malvados labradores” eran ellos mismos…; que la piedra que ellos desecharon viene a ser
la piedra angular. Por eso se os quitará
la viña y se la entregarán a otros que den sus frutos.
Nos ha contado hoy Jesús a nosotros nuestra personal historia. La Eucaristía pone vida al relato vivo
de la parábola. Quiere hoy hacernos reflexionar en cabeza ajena, y que cuando
en la Comunión Jesús sea quien hable dentro de nosotros, seamos muy sinceros en
aplicar “la sentencia”. No tanto sentencia condenatoria sino transformadora, porque lo que Jesús
cuenta no lo hace para condenar sino para salvar. Hemos de dejarnos interrogar
interiormente porque en esta viña del
Señor se nos piden cuentas con las que corresponder a lo mucho y bueno que
hemos recibido.
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