TÉMPORAS
De bien nacidos es ser
agradecidos. Concluido un curso agrícola, recogidas las cosechas y –en muchos-
vividas unas vacaciones, hoy hace la liturgia una parada para dar gracias a Dios. Podemos reconocer y recopilar muchas cosas
buenas del año que ha cerrado sus puertas. ¡Y aun así no barruntamos siquiera
los muchos beneficios que Dios ha desparramado sobre nuestro mundo en este año!
La 1ªlectura (Deut 8, 2-18) cae en la cuenta de los minerales que las rocas
encierran y nos aportan; de las fuentes y veneros que dan humedad a la tierra,
de los árboles que nos proporcionan alimento, sombra o equilibrio ambiental…
Amén del pan, la miel, el aceite, las viñas… ¡Y cada cual podríamos seguir con
nuestra lista particular!
Ese reconocimiento de bienes que hemos recibido y que el
mundo ha recibido, están pidiendo un
agradecimiento. Hemos recibido mucho (y mucho más de lo que no hemos sido
conscientes), y lo propio de la persona noble es agradecer. Es la segunda parte
de esa lectura.
Y cuando hemos recorrido esa lista de beneficios, somos
conscientes también de las muchas carencias del mundo, de sus desgracias, de
los valores conculcados, de las persecuciones políticas, sociales, escolares o
religiosas: de la inmensa injusticia que domina muchas facetas de la vida. Y el
Evangelio prorrumpe en petición:
Jesús mismo nos ha enseñado a pedir y pedir con insistencia. La oración como
arma frente a la injusticia o en demanda de bondad. A sabiendas de que Dios es
un buen Padre que va a dar siempre cosas
buenas a los que le piden.
Queda ahí en medio la 2ª lectura (2Co 5, 17-21) que toma
otra línea de orden interior, y que –encajada en este día- tiene mucha
importancia para poner fuerza en el mundo profundo de la persona. El tema es LA
RECONCILIACIÓN. Entre los bienes recibidos o por recibir, está la
reconciliación. Abarcando a Pablo, voy a tratar de expresar algo muy importante
en ese tema:
La primera y esencial reconciliación es con
uno mismo. La más difícil. Porque supone aceptarse uno a sí mismo tal
como es, y no para seguir tal cual es sino con el ansia de progresar, porque
queda camino por delante. Pero ya se resolverían muchas otras reconciliaciones
si supiéramos empezar con estar en paz y satisfechos de ser quienes somos y
como somos. De ahí se seguirá un equilibrio y un pacífico deseo de corregir,
avanzar…
Una segunda reconciliación es con los otros. Ser
capaces de admitir que los otros son los que son y como son, y que lo mismo que
yo no puedo cambiarme de la noche a la mañana, ellos tampoco. Pero tenemos confianza
en sus buenos propósitos de cambiar.
Y todo esto viene de vivir reconciliados con Dios, porque
fue Cristo quien nos reconcilió y quien, en fuerza de su obra salvadora, nos
encarga el servicio de la reconciliación
(ese que abarca los dos primeros). Pero es que Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo. Dios es
todo lo contrario del policía o juez que persigue el delito. Dios está reconciliando al mundo consigo sin pedirle cuentas de sus pecados.
Consecuentemente, si Él no lleva cuentas de “haber” y “debe”
sobre nuestros pecados, con toda razón nosotros hemos de tener la convicción de
que Dios nos tiene perdonados. Si agradecidos habíamos de estar por los bienes
materiales que hemos recordado al comienzo, ¡cuánto más por este perdón
absoluto de un Dios que ya ha dejado atrás lo que fue nuestra vida de pecado!
Pero queda un aspecto que no resalta la traducción oficial
y que –sin embargo- mlo expresó Pablo de un modo exquisito: no se trata tanto
de tener nosotros que reconciliarnos con
Dios, cuanto que dejarnos
reconciliar por Él. Aquí pueden radicar
muchos de los estados de conciencia errónea con la que nos angustiamos tantas
veces. No se trata tanto del “limpiar nosotros la casa” para que Dios no
encuentre las pelusas o la basura, cuanto de dejarnos limpiar por Él…, quedarnos acogidos a su misericordia
infinita, reclinar nuestra cabeza en su Corazón, CREER EN LA REDENCIÓN DE
JESUCRISTO…
Y precisamente por ella, volvemos en activa todos los pasos
anteriores de reconocer los beneficios, agradecer, pedir, aceptar al prójimo,
aceptarnos nosotros, volvernos a Dios a buscar acoger su perdón (que nos ofrece
tan gratuitamente en el Sacramento de la Penitencia)
Hoy me alargué, pero no debía dejar truncado el denso
mensaje de la liturgia del día.
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