22 marzo:
Todos en la misma mesa
Hoy
nos lleva la liturgia a la gran parábola del
PADRE BUENO. Y así presentar un rasgo esencial de la Cuaresma: una mesa
donde caben todos, donde cabemos todos: pródigos e “hijos mayores”. Tenemos
de pródigos esa independencia de pretender vivir “nuestra vida”, “a nuestro
modo”, y no permitir que nadie entre en “nuestro terreno”. Y lo reclamamos como
la parte que nos corresponde”. De
hijo mayor tenemos una fachada de cumplidores, fieles, honrados, que no
rompemos un plato. De pródigos, la vida de falsa libertad de vivir gozando,
alegremente, sin que nos echen problemas…, gastando de cualquier manera los
talentos que recibimos para que fructificaran. De hijos mayores, el recelo, el
silencio que recome por dentro, la apariencia. De hijos pródigos el encontrase
un día sin nada que llevarse a la boca, y aun peor que cerdos, porque así se
gastó “el capital” de la dignidad, de aquella falsa libertad, de aquellos
sueños de creer que uno se bastaba a sí mismo. De hijo mayor, el capital de
estar en la casa paterna y estar al amparo de la buena fama de su padre fiel.
De pródigos, la necesidad de volver adonde nunca debió de salir…, porque ahora
ha descubierto que “ahí donde él está, se muere de hambre” y carece de todo. De
hijos mayores, el tesoro de levantarse cada mañana con la seguridad de que
tendrá todo a mano. De pródigo, el abrazo de un padre fiel que nunca dudó,
nunca renunció. De hijo mayor, la indignación por la alegría del regreso de “ese hijo tuyo”. De pródigo, sentirse
indigno de ser acogido. De hijo mayor, el reproche a su padre… (ahora es cuando
nos estamos retratando…, porque era muy bonito tener todos los días la mesa
preparada, pero con el egoísmo que lo disfruta y no quiere compartirlo, y
encima echa en cara que no recibió nunca un cabrito para festejar con los
amigos…; no piensa que lo tuvo un día tras otro y no se dio cuenta de ese
tesoro... No dejemos de reflexionar, porque hay muchos detalles y actitudes de
la vida que nos pueden meter en el pellejo de esos dos personajes). EL PADRE, destacándose sobre los dos, porque
CONSIGUE QUE LOS DOS SE SIENTEN A LA MISMA MESA… Ni pródigos ni “mayores”,
porque todos comen de la misma riqueza de amor de un Padre que aúna, abraza,
acoge, ama… La CUARESMA nos quiere encaminar a esa “mesa común”. Pero requiere
de varios pasos… ¡Gracias que el Padre está siempre ahí, en el mismo sitio!
El
personaje de la sábana, en el Huerto, no suele meditarse demasiado. Lo pasa
uno como anécdota. A lo sumo, surge la costumbre de asignarle un nombre –el del
único evangelista que narra ese hecho-. Sin embargo yo le veo mucha mayor profundidad
a la narración. Porque esa sábana que “cubre” me deja sensación de curiosidad, escondimiento, ausencia de la
realidad…, máxime cuando a la primera dificultad opta el “protagonista” por
dejarse la sábana en manos del peligro, y huir vergonzosamente desnudo para
perderse entre las sombras de los olivos. Y me pregunto qué diferencia tiene
ese anónimo con los otros apóstoles, los de la entrada y los tres testigos…,
que han aguantado el tipo (aunque malamente) hasta que las cosas se han puesto
feas. Al final, ¿no se han ido todos desnudos”,
perdiéndose del lugar donde estaba Jesús?
Es
que me toca muy dentro ese “fantasma” del Huerto, que sólo salió a curiosear…
Que posiblemente dormía cuando escuchó ruido, y salió envuelto en la sábana que
le cubría. Sólo pretendía otear, amparado en su sábana. En cuanto alguno de
aquellos salió en su persecución y agarró la sábana, no tuvo inconveniente de
dejar sus vergüenzas a la intemperie, con tal de librarse. ¿Y es que no hago yo
eso montones de veces? ¿Es que no se repite esa “sábana” que está uno dispuesto
a perder, con tal de quitar el compromiso de encima?
Y
pienso en lo que Jesús vio entonces… Y lo que sigue viendo. Montones de “personajes”
que en tanto se acercan en cuanto no les comprometa. Montones de gentes que no
llevan encima más verdad que “la sábana”…, que están dispuestos a dejar en
manos de otro, mientras ellos se ponen a buen recaudo entre la mentira, el disimulo,
la falsa apariencia, el “maquillaje” de “bondades”…, mientras se quedan
desnudos a la primera de cambio. Y luego sucede que nadie se fía de nadie, que
todos recelamos de la mentira o media verdad o falso halago protocolario que
nos llega… Que vivimos un baile de fantasmas con sábanas que se pueden perder
sin ningún pudor, con tal de ese clásico: “sálvese
quien pueda”. Que Jesús está viendo y le queda que ver hasta que llegue al
Calvario, las filas de “curiosos” a quienes no les interesa más que el
enterarse o comunicar la última noticia, como un alimento que engorda. Y luego,
como suceda la menor contrariedad, se escurren como anguilas y aparentan
quitarse de en medio…, pero sólo hasta el siguiente curioseo. Sábanas, sombras,
oscuridades, apariencias, huidas vergonzosas, mentiras o medias verdades, sin
que uno pueda saber a ciencia cierta el terreno que pisa y de quién puede
fiarse.
El
joven de la sábana no salió en el texto evangélico por casualidad. En él está
reflejada una postura bastante real ante el padecer de Jesús, ante el
compromiso que pide la vida, y sobre todo la vida cristiana. “Pródigos” o “hijo
mayor”, el único que destaca es EL PADRE.
El Hijo Pródigo, tuvo "necesidad" de volver con su Padre. Entiendo que más peligroso que alejarse, es el no desear volver. Podemos adulterar la imagen de ese Padre con la de un Padre "permisivo", que todo lo admite. Pero el Padre, permanece en su sitio, ejerciendo como tal, pero en la plenitud de la acepción del término. Esta Parábola en labios de Jesús, nos ha de acercar a comprender al auténtico rostro de Dios Padre.
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