Un mundo nuevo
¡Si
de pronto vinieran a anunciarnos los dirigentes del mundo que se comprometían
todos a establecer un nuevo orden de cosas, por el que se iba a establecer en las
naciones un auténtico orden, basado en la justicia, el respeto, la atención a
todos y con preferencia a los más necesitados!, íbamos a sentir un inmenso gozo.
No
son los jefes de las naciones quienes pueden anunciarlo, pero Dios sí: y la 1ª
lectura de hoy (Is. 65, 17-21) es esa proclama de Dios: Mirad que voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva; de lo pasado
no habrá recuerdo, sino que habrá gozo y alegría perpetua por lo que voy a
crear. Y de hecho un mundo nuevo existe desde que Jesús llegó a nuestra
tierra. No es que las injusticias humanas no existan, sino que “tienen fecha de
caducidad”. Porque a ese mundo donde amenaza cada día la muerte, Jesús dice –como
a aquel funcionario-: Anda; tu hijo está
curado. Y aunque el hombre aquel no ha visto aún nada, cree y se va seguro
de aquella palabra de Jesús. Y en efecto podrá comprobar que la palabra que
Jesús le dijo, se cumplió en el mismo instante que la dijo. El mundo nuevo era posible.
Estamos
“viviendo dentro del Corazón de Cristo” para sentir con Cristo sus mismos
sentimientos. Jesús acaba de escuchar la sentencia: no sólo sentencia a
muerte, sino muerte por blasfemo. Ya
es tremendo sentir que su vida está es el principio del fin, cuando se tiene
una edad y unas ganas inmensas de seguir proclamando la vida, la nueva vida que
sustituye a la muerte. Duro era saber
que las cosas se habían desarrollado de manera que tendía que morir, y muy duro
saber que está ya enfrentado al final de si vida. Vivido esto en lo hondo del alma
es una auténtica pesadilla.
Y
experimentarlo como condena por blasfemo
es ya lo más duro que podía sentir Jesús sobre sí, cuando Él vivió siempre para
dar gloria a Dios, y cuando hizo y dijo fue siempre para que el nombre de Dios
fuera glorificado. Cuando, en verdad, su misma lucha con los fariseos fue para
dejar en su sitio al Dios de Israel, frente a las manipulaciones interesadas de
las costumbres farisaicas, que habían ridiculizado a Dios con todas las
minucias que habían ido cargando sobre los hombros del pueblo…, mientras ellos
ni las rozaban con el dedo meñique… Aquella acusación fue una losa que aturde e
hiere.
Por
eso, mientras iba conducido hacia Pilato, apenas estaba dándose cuenta de sus
pasos, ni de los mismos comentarios que hacían entre sí los ancianos y los
criados que le custodiaban en su caminar.
Y
llegaron al Pretorio. Muy comedidos y “fieles cumplidores”, los sacerdotes y
ancianos no entraron en el Pretorio, por ser “terreno profano”, y ellos –tan probos-
no podían contaminarse porque estaba encima la Pascua, y había que comer el
cordero… Para lo que no tenían escrúpulo era para traer a Jesús con la
sentencia dada y –en la intención de ellos- que solamente necesitaban el visto
bueno de Pilato.
Pero
Pilato no entró por ahí. Sea que –en la pugna entre los poderes religioso y
civil-, Pilato estaba muy humillado; sea que Pilato quiso ser verdaderamente
juez que estudia un caso antes de dar sentencia, el hecho –inesperado por los
sacerdotes- fue que Pilato pidió saber la causa de aquella condena: ¿Qué acusación traéis contra este hombre?
Era lo propio de un buen juez. Y Jesus debió sentir alivio, y pensó que Pilato –al
menos- se tomaba en serio emitir un juicio.
Saltó
la chispa, porque los sacerdotes se sintieron ofendidos. O contraatacaron con
un exabrupto para amedrentar al presidente. Y dijeron: si no fuera un malhechor, no te lo habríamos traído. Jesús escucha
ahora una acusación nueva…: la de malhechor… Y en el silencio dolorido de su
alma, no pudo menos que resonar como un trueno rodado aquella acusación. Jesús
había curado, liberado, sembró el bien por donde pasó… Y ahora es acusado de
malhechor. Y si mucho le dolía, más hiriente le resultaba la mentira y la
manipulación de aquellos hombres. Porque la acusación de “blasfemo” no podía
decirle nada al romano. Sí, por el contrario, si era acusado de alterador,
malhechor, mala persona civilmente. Así estaba la vida falsa de aquellos
hombres, que fluctuaban irresponsablemente, sin más fin que acabar con Él
mismo. Y así, todo valía.
La
verdad es que Pilato les había tocado en su amor propio…, en su soberbia de
casta, en su nacionalismo exacerbado… Y Jesús se veía allí como moneda de
cambio de aquellas tensiones políticas. Y la cosa quedaba cada vez más clara
cuando la conversación está subiendo el tono y las formas, y Pilato les cocea a
los judíos con una indirecta humillante: Pues
tomadlo vosotros y juzgadlo conforme a vuestra ley, ya que vuestra ey
permite condenar sin revisar la causa… Jesucristo, en medio. Vergonzosamente en
medio… Porque empezaba a dirimirse no su causa sino las propias hostilidades
entre los brazos religioso y civil…, judío y romano.
Los
acusadores hubieron de amainar, porque de la otra manera no sacarían su
propósito adelante. Y se tragaron su soberbia y volvieron a presentar acusación:
ahora era que Jesús se hacía pasar por
mesías-rey y que prohibía pagar el tributo al César…
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