Miércoles de
CENIZA
Dos
corazones atravesados por una flecha simbolizan amor de dos enamorados. Una
bandera simboliza un país. ¡Y tantos símbolos más! Símbolos de algo inmaterial:
“amor”, “país”. Y con ser símbolos, tienen un contenido mucho más amplio que el
símbolo en sí.
La
Iglesia vive de realidades inmateriales: fe, conversión, perdón… Y también
tiene sus propios símbolos. Algunos son símbolos
que ejecutan (son los sacramentos), y otros son símbolos que significan (se hacen signo de algo que
debe vivirse más interna y personalmente): son los sacramentales. A éstos pertenece la imposición de la ceniza.
La
ceniza es el producto final de algo que ya no es…, o es un polvo que se va de
entre los dedos…, o es –por lo mismo- una forma de expresar la humildad, la
nada, la finitud… La CENIZA de este día nos lleva por ese camino: somos polvo…, acabaremos siendo polvo…, hay
que dar un giro de 180 grados para no quedarnos en nada (ese pasar la vida como
si no hubiera nada que hacer): es llamada
a la conversión. Y como esa palabra se desgasta de tanto repetirla, se
trata de que el giro de 180º se realice
hacia adelante en CREER EL EVANGELIO. Y eso no es cuestión de “ir creyendo
verdades” sino de irnos haciendo evangelio
vivo, y si queremos decirlo más concreto: seguir a Jesús al modo de
Jesús…, tomar como tarea ese cambio tan de fondo que Jesús se haga visible
y patente en nuestras formas y maneras de ser, de expresar, de sentir…
La
liturgia de hoy puede quedar muy centrada en la 2ª lectura -2Cor 5, 20-6,2- (a
pesar de que se ofrece una traducción oficial que rebaja los tonos originales;
voy a expresarme mejor en esos términos de Pablo). Comienza poniendo Pablo la
premisa fundamental: Somos embajadores de
Cristo. Y aunque Pablo lo dice de sí mismo para exhortar en nombre de Dios,
nosotros podemos sentirnos todos igualmente protagonistas como “embajadores de
Dios”: nuestro Bautismo nos ha situado en esa primera línea de “representar” a
Jesucristo, de tomarnos muy a pecho el ser cristianos.
Entonces lo primero que necesitamos es dejarnos reconciliar por Dios…,
dejarnos mover por la acción de Dios. Lo oficial ha dejado una fórmula más
tradicional: reconciliaos…, lo que
sería igual que “convertíos”, lo que deja la pelota en nuestro tejado. San
Pablo utiliza un término “pasivo”: dejad a Dios actuar, poned atención a los
impulsos de Dios, no os hagáis sordos a sus insinuaciones, tened “la bandeja”
preparada. Algo que deja mucho más a la persona en brazos de Dios…, pero no
para “verlas venir” sino con una actitud abierta y valiente para dar el Sí a Dios.
Es
que Dios ha seguido una táctica que sólo podía Él aplicar: su Hijo viene al
mundo nuestro, hecho HOMBRE. Se mete en el lodazal humano y carga de tal manera
con los pecados de toda la humanidad (de todos los tiempos y toda especie de
pecados) hasta el punto que “se emborriza” en ellos. Y cuando Dios mira desde
el Cielo, ve a Jesús “hecho pecado”. [También aquí ha cambiado los términos la
traducción oficial]. Y como Dios ama tanto a su Hijo, acaba por amar a la pobre
humanidad, a la que limpia y libra del pecado y la hace nueva…, la “justifica”
(la pone en vía de santidad). Amando al Hijo, que va cargado con ese tremendo
saco de maldad (de la humanidad), Dios ama a todo ser humano. Y no lo ama “a pesar de…”, sino con amor divino que
no tiene condiciones.
San
Pablo concluye con algo muy concreto para sus fieles: Ahora es tiempo de la gracia; ahora es tiempo de salvación. Con ese
doble sentido de ser tiempo seguro de recibir el amor de Dios, y ser el tiempo
de que la criatura humana se ponga en actitud de respuesta amorosa hacia Dios.
Y eso requiere del cambio de la mente (la actitud de cambio desde el fondo).
Ahí
va el evangelio de hoy –Mt 6, 1-6; 16-18- en el que Jesús está expresando que la
vida cristiana no se queda en lo externo de “prácticas cumplidas” sino en todo
un mundo interior, que es donde Dios mira. Que nos vean otros o que hagamos
cosas exteriores no es lo que constituye una vida auténtica. Ayunos,
privaciones, vigilias, sacrificios…, quedan sólo en signos, y como tales pueden
valer, en tanto que signifiquen lo
interior y se plasmen en hechos reales
de vida. El signo ayuda porque recuerda, hace estar más pendiente… Pero
adonde vamos no es a eso. Que se proclame el ayuno al son de trompeta, que
lloren los sacerdotes entre el atrio y el altar… (1ª lectura de Joel 2,
12-18), son sólo símbolos de algo mucho más profundo: que se rasguen los corazones; no
las vestiduras, que se conviertan
al Señor, que es compasivo y misericordioso, rico en piedad.
La
CUARESMA, pues, será rica en símbolos; la pastoral de la Iglesia se multiplicará
en estos días con muy diversos actos y modos. Tomada conciencia de que ahora es tiempo de gracia y salvación,
se buscarán ayudas para que el corazón de cada uno sea más abierto a Dios. Y
eso lleva dos movimientos: uno, convertirse…,
frenar una dirección que se desvía por múltiples motivos y nos va inclinando a
los más fácil y cómodo. Otra dirección que ilusiona: creed el Evangelio… No
sólo creer la Palabra de Jesús sino “emborrizarse en ella”…, ir buscando lo que
en ella nos llama a algo nuevo…, y con la bandeja puesta de forma activa, dejar actuar a Dios.
La Cuaresma,tiempo para que nos sintamos urgidos por Jesucristo.Para los que alguna vez nos sentimos inclinados a aplazar esta decisión,sepamos que ha llegado el momento.Miremos este tiempo ,como tiempo de cambio y de esperanza.
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