PRIMER VIERNES
Reunión
del APOSTOLADO DE LA ORACIÓN (Málaga)
a las 5’30, en la Iglesia del Sagrado
Corazón
“El ayuno que yo quiero…”
Una
característica de La Cuaresma es expresar en símbolo exterior una llamada que va
más al interior de la persona. Un paso de la forma externa al cambio del
corazón. El ayuno, el estar pendiente de tiempos de ayuno, el “padecer” las
carencias de un día de ayuno…, ayudan a tener más despierta la atención a que “algo
pasa”. Pero el peligro está en quedarse en el hecho externo sin que eso
conduzca a algo de mucho mayor calado e influencia.
Así
Isaías comunica un sentimiento de Dios: ayunáis
buscando vuestro interés, apremiáis a vuestros deudores, ayunáis entre riñas y
disputas, dando puñetazos sin piedad… Y la pregunta que hace Dios es muy
clara: ¿Es ese el ayuno que yo quiero? El
que yo quiero es abrir prisiones injustas, hacer saltar cerrojos de los cepos
(liberar), partir tu pan con el hambriento…, y no
cerrarte en tu egoísmo.
Precisamente
por eso Jesús estaba tan lejos de todos esos ayunos rituales, y no exigía a sus
apóstoles ese cumplimiento exterior. Ha llegado un tiempo nuevo, la fiesta de
Jesús, y hay que vivir esa fiesta. Que bien sabemos que no es lo festivo humano
sino una interiorización muy fuerte de cuanto se significa en lo externo.
Jesús
había entrado ya en su ayuno mortal. Se comprometió mucho volviendo a Judea
para atender a aquella familia sufriente y resucitando a Lázaro. Y aunque se
vuelve a retirar de allí y lo vamos a encontrar de nuevo por Efrén y luego por
Jericó, la verdad es que ya está sentenciado por los dirigentes judíos. Y
luego, decididamente, emprende su último viaje a Jerusalén, aunque establezca
su estancia en Betania. En realidad ya es todo “lo mismo de lo mismo”. En casa
de un tal Simón le hacen un agasajo, en un banquete en el que servía Marta, y
estaba presente Lázaro. María, en su papel de persona que “ha escogido la forma
mejor”, se viene a Jesús y en un acto de agradecimiento del alma, derrama sobre la cabeza de Jesús un
perfume muy valioso. San Juan –en su estilo de doble sentido- constata que el
aroma se difundió por toda la casa
(tan se difundió que hoy, todavía, ese perfume sigue dando buen olor…, porque
lo que olía tan bien era el acto de
reconocimiento profundo y amor a Jesús, el amigo fiel).
Judas
tenía ya el “estómago revuelto” contra Jesús. Y aquel perfume a favor del
Maestro le sentó mal al Iscariote. Y con esa “justificación” tan propia de
quien no está ya de buenas, se le ocurrió tildar el suceso de improcedente
porque se podía haber vendido el perfume
de alto valor y haber dado su dinero a los pobres. San Juan no puede
soportar esa mentira que lleva Judas en el corazón y apostilla que a
Judas poco le importaban los pobres; en realidad era ladrón y a más dinero en
la bolsa, más se llevaba para él. Jesús salió a favor de la mujer y
defendió su acción. Y aquello le dio la puntilla a Judas, que se resintió de
que Jesús defendiera a una mujer, y no a él, y allí se le revolvieron sus
peores resentimientos. No había sacado el dinero que podría venirle con la
venta del perfume…, y ahora se iba él a resarcir “por la puerta de atrás”…
Y
su “peste” también se difundió por toda la casa, porque –despechado y en
caliente- decidió ir a los sacerdotes para una vulgar venta del Maestro…, una
traición por la espalda…, una venganza, una bajeza. Que no podía realizar
todavía porque estaban en Betania pero que ya envenenaba su pecho, y saldría su
vómito a la primera ocasión.
Por
eso yo decía ayer que no sé dar respuesta al momento exacto en que comienza la
PASIÓN. Porque Jesús era suficientemente avispado como para leer en los ojos de
Judas lo que había en ellos. Y convivir –sin mostrar nada- con un hombre que ya
no mira de frente…, que se le nota su nerviosismo, su huida de los compañeros…,
era haber comenzado ya una Pasión previa. Y duraría en tanto que aquel hombre
mantuviera esa actitud.
Aún
quedaban –lo sabemos ahora por los relatos de los testigos- 5 ó 6 días hasta la
Pasión real. Y la verdad es que debieron ser para Jesús un martirio lento… Días
en que pido Jesús intentar acercarse a su todavía apóstol, al que era fácil ver
como un alma en pena… Y Jesús quiso acercarse a él… Encontró la evasiva. Al no
tener Judas limpia su conciencia, procuró evitar todo encuentro con Jesús. Y
Jesús sufrió tanto esta situación como luego padecerá los escupitajos y golpes
de los criados de Anás y Caifás. Porque los bofetones sin manos son mucho más
dolorosos –duelen en el corazón- que los que se sufren en el rostro.
¿Para
qué iban a servirle a Judas todos los ayunos rituales, si de hecho estaba
atiborrado de malas intenciones?
Y
esa es la pregunta que queda hoy en el aire en esta reflexión, cuando nos
podemos ver a nosotros mismos con “muchos méritos” de “cosas hechas”, y el alma
encarcelada entre los barrotes de celos, egoísmos, resentimientos…?
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