Dichoso quien
confía en Dios
Una
doble afirmación en la 1ª lectura de hoy (Jer 17, 5-10): Bendito quien confía en el Señor; maldito quien pone su confianza en lo
humano. Quien confía en Dios es como un árbol plantado junto a una acequia:
siempre tiene jugo, y crece y da fruto. El que se apoya en las fuerzas humanas
queda baldío como un cardo en la estepa.
Y
como una imagen gráfica que ilustra y mete por los ojos esa realidad, el
ricachón comilón y acomodado de Lc 16,19, al que nada le falta para su comer
golosamente y vestir de seda…, el día que se muere lo entierran. No se puede
llevar nada de sus riquezas… Maldito, va al infierno de las carencias
absolutas. El pobre, a quien se le negaron las sobras del rico y no protestó ni
se rebeló, muere y bajan los ángeles a recogerlo y trasladarlo al seno de
Abrahán. ¡Bendito! Sólo confió en el Señor, y el Señor le ha bendecido.
La
Cuaresma insiste, pues, hoy en dónde tenemos puesto nuestro centro de seguridad
y esperanza…; qué preocupaciones nos embargan… Una ocasión de nueva reflexión
sobre nuestro íntimo del corazón.
De
hecho, mientras Jesús les decía a los tres amigos adormilados que el traidor estaba cerca, apareció en la
sobra Judas, como quien viene a dar cuenta a Jesús de “las gestiones
realizadas”, y le saluda con el beso de la paz. Jesús se le quedó mirando
fijamente, aunque Judas no pudo sostener aquella mirada. Pero tuvo que escuchar
las palabras llenas de dolor y reproche: Así,
Judas, con un beso me entregas. El reproche era evidente y expresaba bien a
las claras que Jesús lo estaba señalando como traidor. Y es que Judas había
cometido la felonía de darles a los criados que venían a prender a Jesús, esa
señal del “beso”: “A quien yo bese, ese
es; prendedlo y aseguraros bien”. Todo aquello se produce con una rapidez
que los mismos tres apóstoles no se aperciben de lo que está sucediendo. Y
hasta es posible que Pedro, Santiago y Juan vieran con buenos ojos esa
reaparición de Judas en el ámbito de “los Doce”. No escucharon la conversación
de Jesús con Judas, y finalmente no podemos saber qué hizo ese desgraciado
Iscariote. ¿Disimuló –mentiroso una vez más- uniéndose a los tres como si él
nada tuviera que ver? El hecho es que los sinópticos dan por hecho que la señal
canalla del traidor había surtido efecto, y que le turba de criados, con
espadas y palos y linternas, se abalanzó sobre Jesús y lo prendió.
El
evangelista Juan no lo narra así. La línea maestra de su evangelio, que es
mostrar siempre la divinidad de Jesús, ralentiza todo ese momento para elevarle
el tono. Se deduciría que el tropel de gente venía retrasado respecto de Judas,
y que no llegó a ver el beso que serviría de señal. Juan pone ahora a Jesús
ante ese grupo armado, que se ha quedado parado y que no sabe qué hacer
Será
entonces Jesús quien lleve la iniciativa: ¿A
quién buscáis? [Se me viene la mente esa idéntica pregunta al comienzo del
evangelio de Juan, cuando Andrés y “el otro” vieron a Jesús por primera vez, y
se fueron con Él, invitados por Jesús, y gozaron aquel día al ver “dónde vivía”,
quien era…] Y no se me despega que ahora en el Huerto hay en el autor un
intento de reproducción de aquella escena, aunque de finales distintos. Se
parece en que aquellos esbirros del Huerto también buscan “a Jesús nazareno”, pero con muy distinto deseo. La gran diferencia
está en que al decirles Jesús: Yo soy,
no sólo es que no se quedan sino que caen rodando por el suelo. Pero el fondo
que pretende Juan podría ser el mismo: allí como aquí, Jesús no es
“cualquiera”… Allí quedan atraídos y embobados los dos discípulos del Bautista;
aquí la respuesta “Yo soy” les suena
al oído tal como el propio nombre de Dios: “Yo soy el que soy; Yo-soy me
envía…” Y por tanto el evangelista está
mostrando a Alguien ante el que se cae al suelo por el terror hacia lo divino…,
como los tres predilectos cayeron de bruces en el Tabor ante la voz de Dios
desde la nube.
Han
caído. Casi podría huir Jesús. No les ha valido la señal, ni han podido
prenderle… Todavía no. Todavía el evangelista nos pone a Jesús dominando la
escena. Pedro, Santiago y Juan se frotan las manos. Están viendo de nuevo al
Maestro “en su lugar de dominio”, en que Él sale adelante pese a las traiciones
y a tanta gente que ha irrumpido en aquel “santuario”… Ahora ya están
despiertos…
Jesús les
espera en pie. Y cuando aquellos hombres se incorporan, vuelven a preguntar,
porque el terror les había impedido enterarse la primera vez. Jesús vuelve a
responder: “Os he dicho que Yo soy”.
Nueva vuelta de tuerca del evangelista: “Si me buscáis a mí, dejad que estos se
marchen”. En Juan, Jesús sigue mandando. Y ahora les da el permiso a
actuar: “Estuve en el Templo y en público
y no me prendisteis. Pero ahora es vuestra
hora y la del poder de las tinieblas”. [Y añade Juan: así se cumplió la
Escritura: “no he perdido a ninguno de los que me diste”]. En este momento es
cuando quedan “desatados” los criados que venían a prenderle y cuando echan
mano a Jesús y vienen ya a prenderle y atarle las manos para asegurarse.
Esto no se
queda así… Queda un detalle más, antes de que esa triste “procesión” salga del
Huerto. Permanecemos, pues en este lugar y observamos cada movimiento y
meditamos cada palabra.
Este hombre rico que nos presenta el Evangelio de hoy,vive para sí,como si Dios no existiera,como si no lo necesitara.Quiere encontrar la felicidad en el egoísmo,no en la generosidad..El egoísmo ciega y degreada a la persona.
ResponderEliminarEl desprendimiento nace del amor a Cristo y,a la vez,haceposible que crezca y viva este amor.Dios no habita en un alma llena de baratijas.Por eso es necesaria una firme labor de vigilancia y de limpieza interior..Este tiempo de Cuaresma,es tiempo oportuno para examinar nuestra actitud ante las cosas y ante nosotros mismos.