HOY es tercer
viernes y
hay ESCUELA DE
ORACIÓN,
a las 5’30, en
el lugar acostumbrado (Málaga)
Dos
lecturas dramáticas nos traen las lecturas de hoy. Una primera (Gen 17) que
hará revivir muchos recuerdos en personas mayores que tuvimos la suerte de
estudiar aquella “Historia Sagrada”
que nos dejó una honda cultura de historia de los orígenes religiosos que
desembocan en el cristianismo. Es la historia de José, amado con predilección
por su padre Jacob, y odiado por sus hermanos, envidiosos, celosos, con
instintos agresivos y crueles, a excepción de Rubén. El punto que hoy centra la
razón de tal lectura son los efectos perniciosos y dañinos de las pasiones
humanas, capaces de lo peor.
Y
así entronca con la parábola de Jesús (Mt 21, 33) en la que describe Jesús con
rasgos maestros la realidad de aquellos mentores religiosos y fanáticos, que
pretendieron adueñarse de la “heredad de Dios” hasta el punto de no ceder de
ellos, y desafiar al mismo Dueño de la Viña, negándose a “pagar el tributo” de
la obediencia a los planes del Dueño. Para ello –a través de la historia-
apalearán y matarán a los enviados del Dueño para “cobrar el arriendo”: que la
vida de aquel pueblo se adapte a la voluntad del Dios que lo condujo… Y cuando
es el propio Hijo quien viene a buscar ese fin para el que Dios creó aquella
viña, los arrendados optan por matarlo. El Duelo tiene que optar por quitarles
la viña a los malos “labradores” para dársela a otros que “paguen el alquiler”
religiosamente. La parábola era
terrible; presagiaba una realidad. Y los sumos sacerdotes vieron diáfanamente que iba por ellos. Y en
vez de rectificar, decidieron una vez más matar a Jesús. Las pasiones humanas
son así: nunca son capaces de hacer autoexamen, plantearse un cambio, abrir un
cauce nuevo… Tiran por la calle de en medio y pretenden tapar su propia maldad
con otra maldad mayor.
No
sé salir del Huerto. Hay muchas cosas que me detienen en él. Cuando los criados
de la casa del sumo sacerdote, y los mismos ancianos y pontífices (así lo dice
San Lucas) se han avalanzado sobre Jesús para detenerle, Simón Pedro no
contiene su ira y saca la espada… (la que estaba colgada en el cenáculo, que el
hombre se la había traído “por si acaso”), y sin encomendarse a Dios ni al
diablo, asesta un golpe sobre uno cualquiera de los que estaban atando a Jesús.
Éste esquiva lo que puede, pero no tanto que evite el golpe, que acaba
cortándole la oreja derecha. Lucas, que es el más escueto, junto a San Juan,
nos muestra a Jesús que reprocha a Pedro tal acción, con un escueto: “¡Basta!” (la misma palabra usada en el
Cenáculo cuando salieron algunos apóstoles con aquello de que “allí había dos
espadas”). Inmediatamente se ocupa del herido (que sangraba y se retorcía por
el dolor), y aunque quizás ya Jesús con las manos atadas, puede curar al criado
rápidamente. Era lo urgente. Era lo propio suyo, a lo que había dedicado su
vida: a pasar por la historia haciendo el bien. No dejaba Jesús de buscar así
una manera de que pudieran marchar los discípulos sin ese cargo de la agresión.
Porque Jesús nunca buscará la violencia como camino para defender la violencia.
En San Juan, hay una consideración interesante: en su reproche a Simón, Jesús
enseña algo esencial: “El cáliz que me da
mi Padre, ¿no lo he de beber?”. Es una importante reflexión teológica, que
es muy práctica para nosotros.
Sería
la clave que distingue por qué muere Jesús…, por qué lo matan.
Es evidente que Dios no quería de ninguna manera aquellos odios y envidias y
violencias de los sacerdotes. A Jesús lo matan por la maldad de las pasiones
humanas que se han conjurado contra Jesús por motivos inconfesables. Pero Dios escribe derecho con los torcidos
renglones de la humanidad, y Dios “lee” la historia desde otros parámetros
muy diferentes. No hizo “pasar el cáliz” del Huerto, porque el fin y al cabo
Judas había ya abierto las compuertas de la Pasión (de aquel “cáliz de dolor”),
y Dios no se dedica a hacer milagros para cambiar los acontecimientos. Y los
acontecimientos han llegado ya –en secuencia natural- a este momento del
prendimiento. Y Jesús, desde la fe en la historia, que ve Dios y la deja ser, “lee”
también este momento como “el cáliz que le da su Padre”. O sea: no se lo retiró…
Por tanto, el camino hay que vivirlo ahora bajo ese misterio del mal…, pero
desde los ojos de Dios mismo, que de los males saca bienes.
San
Mateo es quien hace una descripción más catequética de esta hora. Nos presenta
a Jesús que, en unas circunstancias tan poco propicias, “predica” tanto a Pedro
como a los que le prenden. [Y yo imagino ahora una escena de linchamiento
público en el que el que es objetivo de los linchadores, se yergue en medio y
empieza a dar un discurso a aquellos exaltados… Y no me encaja]. Por eso he seguido
más a San Lucas y San Juan, por lo breve de la narración. Hay un principio de
hermenéutica bíblica que dice que lo más brevemente narrado es lo más histórico.
Y dentro de ello estamos ante una enseñanza básica de la fe, y por tanto hay
múltiples aportes que dicen lo que tienen que decir para dejar lo más completo
el cuadro de este momento crucial en la historia del cristianismo.
Y
no hemos acabado aún con el Huerto. Queda otro detalle de no menor envergadura.
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