Dos en uno
De
nuevo comenzarán las lecturas –[Os 14, 2-10]- con la consabida CONVERSIÓN. Y
sin embargo el enfoque no es el de siempre. Sabe Dios los desvíos de nuestra
vida, y ya ha puesto en dinamismo su infinita capacidad de perdón. Más aún: de
acogida cordial, de bendición. Y se explayará en expresiones de amor, bajo las
muchas figuras que un redactor oriental puede dejar escapar desde el fondo de
sus sentimientos, precisamente cuando quiere traducir la suma ternura de Dios.
En
el Evangelio –Mc 12, 28-34- está el punto culminante de la CONVERSIÓN cuando la
persona es convocada a llevar grabada en su misma frente (su parte más noble): amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser…, esa
singular belleza de expresión también oriental, que en vez de utilizar
palabras, describe detalle a detalle. Un occidental dice en dos palabras lo
mismo: Amarás a Dios sobre todas las
cosas. Y en ello expresa todo. Pero el “desglose” del precepto original va
recalcando y explicitando… Empieza por esa primera expresión: Amarás al Señor, tu Dios. Ya produce un
sentimiento hondo de lo sagrado. Estamos ante EL SEÑOR, el dueño de Cielo y
Tierra…, ¡Dios…! Y sigue recorriendo el ser profundo de la criatura:
corazón (amor), alma (vida), mente (la totalidad de pensamientos, sentimientos…),
que concreta en “todo tu ser”,
abarcando sentidos, deseos, potencias, tendencias…, y cuanto anida en el total
de la persona.
Y
como la conversión no se queda en las regiones del espíritu, viene el
aterrizaje necesario de que eso amor a Dios SOBRE TODAS LAS COSAS, abarque
también al prójimo, con un amor como a mí mismo. ¿Cómo puede ser
posible? Porque “sobre todas las cosas”
está abordando una realidad tan amplia como familia, padres, hijos, yo-mismo,
gustos y rechazos personales, filias y fobias…, dinero, supremacía, categoría
social… Cierto que hay amores nobles (esposos, padres, relaciones paterno-filiales)
que no están en conflicto con el amor total a Dios, sino que se potencian. Pero
también es cierto que hay ocasiones en que sí se produce la necesidad de una
elección. Y entonces el amor a Dios sobre
todas las cosas…, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con
toda tu mente, con todo tu ser…, han de poner en su punto el modo de
resolver el eventual conflicto. Y como caso gráfico: quien ha sentido una
vocación de consagración a Dios, no puede ser detenido por los sentimientos,
deseos –a veces hasta amenazas-, de un amor familiar mal orientado.
Ha
caído sobre Jesús la sentencia de muerte, con ese revuelo de “triunfadores” de
aquellos sanedritas, capitaneados por Caifás. Y quiero pensar que Jesús se
ensimismó dentro de su ser… Que cerró los ojos porque no quiso ver aquellos
rostros con risas diabólicas porque habían conseguido “oficialmente” lo que
tenían decidido hacía años. Cerró los ojos Jesús porque seguía siendo el que pasó por el mundo haciendo el bien,
el médico que acude al enfermo, y no quiso que se empañara su vista con
aquella suciedad que tenía delante.
Al
fin y al cabo había sido una noche de ojos cerrados…, unas veces porque Él
mismo prefirió no mirar; otras, porque en
las burlas que hicieron de Él, otros vinieron a cerrarle los ojos con una venda.
Y traspasando el túnel del tiempo, estoy viendo a Jesús en medio de nuestras
calles, de nuestros centros de diversión, en los botellones y en los bingos, en
los consejos de dirección de las empresas, en los cubiles secretos de las
mafias o en ls mismas reuniones de los gobiernos de las naciones…; también en
las vidas privadas de parejas…, de esposos…, etc., y empiezo a ver a Jesús que no quiere ver… Tiene Él los ojos muy
limpios y prefiere no ver la pocilga humana de bazofias televisivas, o de
realidades a pie de calle, donde se cuecen tantas bajezas, tantas injusticias,
tantos desatinos, tantos crímenes, tantas nefandas influencias…
Y
Jesús, desde su silencio del alma, con su sentencia de muerte a cuestas, está
sin querer ver, al tiempo que su Corazón está puesto sobre cada hermano suyo, hermano pequeño de esta
misma sociedad, que es la víctima de todo ese aquelarre que ha montado la mano
negra que mueve todos los hilos, y que ha sido capaz de apartar a Dios de en
medio.
¿Acaso la
sentencia de muerte contra Jesús fue sólo la de Caifás y la de aquellos
senadores de Israel? ¿Podemos asegurar que no siguen –o seguimos- dando una voz
de “reo de muerte” a Dios, a Jesús, a la Iglesia, a los principios de vida y de
convivencia, a los valores humanos de sana y digna convivencia? ¿Acaso no se
está aplicando el rodillo de aquel grupúsculo vociferante que sólo sabía decir
como una correa sin fin: ¡crucifica;
quita!..., sin que valieran ni razones ni intentos de reconducir el caso? ¿Tan extraños nos parecen hoy aquellos hechos
de “ayer”?
Por eso hoy
se me ha puesto delante esa imagen de JESÚS CON LOS OJOS CERRADOS, porque hiere
los más grandes sentimientos que la Pasión aquella no haya tenido eficacia para
tantos “hombres de hoy” que repiten la misma felonía de hace ya más de 20
siglos.
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