ORACIÓN sobre
LA PALABRA
Muchas
veces me encuentro con personas que “oran” y “leen el evangelio”. Dos prácticas
independientes entre sí, algo que no puedo entender. Hoy nos llegan las
lecturas y ya Isaías (15, 10-11) nos habla de una Palabra que Dios trasmite y
que no puede volver vacía a Él, porque al llegar a la persona, la fecunda y le
hace germinar para dale alimento. “No
volverá a mí vacía la Palabra que sale de mi boca; porque la persona que la
escucha realizará mi voluntad y cumplirá
mi encargo”. Y Jesús les lleva a sus apóstoles una manera de orar
distintiva, que por supuesto no distingue por sólo decir tales palabras sino
porque tales palabras –adentradas en el seno del corazón humano- han de dar el
fruto que alimenta y alaba a Dios. Una
Palabra que se convierte en oración y va transformando a la persona.
Cuánta
oración así tuvo que hacer Jesús en estos días previos. Sin solución de
continuidad en los textos, hay tal cantidad de materia en esos días que el paso
del martes al miércoles se tiene que imaginar. Sin especificarse el momento, salvo
que se acercaba la fiesta de los ácimos,
dos días antes de Pascua… Pero evidentemente se refieren a la fecha oficial
judía. Muy bien podemos estar en el miércoles. El Senado judío de los ancianos,
con los sacerdotes y Caifás, el pontífice, celebran consejo, y toman la
decisión de acabar con Jesús, aunque –con la astuta prudencia de viejos zorros-
“no durante la fiesta, no sea que la
gente se amotine”.
Y
mira por dónde se les viene a las manos Judas con aquella terrible embajada de “qué me dais si yo os lo entrego”. Y la
astucia y prudencia de los jefes se derrumba ante esa oportunidad que le pone
la presa en sus manos. Algo que no podían ellos imaginar. Ofrecieron 30 siclos
de plata (la moneda del Templo), y Judas fue capaz de tomar ese dinero sin que
le quemaran las manos. Ahora tocaba regresar al grupo como si nada hubiera
sucedido, aunque en aquel rostro no pidiera disimularse la mueca contorsionada
del discípulo traidor… (ese terrible “DNI” con que aparece Judas en todos los
evangelistas).
Regresaron
a Betania. Por mucho que pretendiera disimular, todos captaron que a Judas le
pasaba algo; otra cosa es que nadie podía imaginar lo que era. Desde Jerusalén
llegaron “noticias fidedignas” de lo que había sucedido: no en vano en el
propio Senado había dos discípulos de Jesús –Nicodemo y José de Arimatea- que
hacen llegar a Jesús, de la forma más prudente- la mala nueva que ha ocurrido,
y cómo tenía el Maestro al enemigo en su casa…
Betania era
la “casa familiar” para Jesús, porque los anfitriones se la tenían puesta en sus
manos. Jesús, por su parte, tenía en ellos toda su confianza, y en un aparte
que no pudiera ser advertido, puso a aquella familia en conocimiento de un inminente
final de su vida. Y a su vez, les pedía que alguno fuera a casa de Fulano, en
la Ciudad, con todo sigilo, para preparar un plan de celebración de la Pascua,
sin que nadie supiera dónde, y –por tanto-
sin que nadie pudiera estorbarlo... ¡Y bien sabía Jesús que “alguien”
podía aguar la fiesta! Por tanto tendría que haber alguien que
sirviera de “guía” casi sin saber que lo hacía…, con una señal que fuera
inequívoca para el plan que Jesús había concebido. Y una señal especial era un
hombre con un cántaro (cosa que sólo llevaban las mujeres), y que así pudiera
ser fácilmente identificado.
Y así nos
metemos en el mismo jueves (que es el día que la tradición de siglos señala, y
nosotros ahora no vamos a meternos en más).
Cómo era el
ambiente en Betania? Puede uno imaginar que muy difícil. Jesús, que pretende
llegar a Judas, tan huidizo, y al que quiere hablar con el corazón de siempre. Los apóstoles que
ven que algo pasa…, que Judas está insoportable… Unos, que intentan acercarse;
otros, que lo dejan como causa perdida. Ninguno sabe qué ocurre, pero se masca
algo fuerte.
Y cuando
amaneció el jueves, Jesús llamó a Pedro y a Juan y les dio el encargo de ir a
la Ciudad para preparar la Pascua. Lo curioso es que no les dice dónde, sino
les da una clave… “Al llegar a la ciudad
os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle hasta la
casa en que entre, y allí le decís al dueño: el Maestro pregunta dónde comerá
la Pascua con sus discípulos. Y os enseñara una sala grande y alfombrada en el
piso de arriba”. O sea: estaba todo
muy hablado, muy preparado por Jesús. Pero nadie de aquellos apóstoles sabe
dónde… Es toda la prudencia con que Jesús lleva el caso para impedir que Judas
pudiera irrumpir en el lugar en mitad de la cena y romper una noche sublime en
la que Jesús iba a abrir su Testamento.
Y Juan y Pedro salieron temprano de Betania.
Difíciles
horas las que toca vivir todavía en aquella casa que les ha servido de cobijo y
descanso. Y por eso –que está en el dicho popular: los pequeños males aturden y los grandes amansan- la espera es
mucho peor que cuando van llegando las realidades. Y no es que aquí fueran “pequeños
males”, pero era ese momento en que la imaginación forma fantasmas que aterran.
Y Jesús había jugado la última partida. Con Lázaro, Marta y María no hará ya
otra cosa que despedirse… Sabe Él que no regresará. Con sus apóstoles, guardar
el tipo lo mejor posible. Con Judas, el dolor intenso de no poder “echar de él
ese ‘demonio’ que llevaba dentro”… El Corazón de Cristo, empezaba ya a sangrar
de dolor… Eran muchas causas juntas las que se daban en ese momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡GRACIAS POR COMENTAR!