HACERSE COMO
NIÑOS
Un
evangelio muy breve pero que dice mucho. Que tuvo mucho sentid en aquel momento
de Jesús, y que sigue teniéndolo hoy en el momento actual de la Iglesia.
Alguien presentó a Jesús a unos niños, y los apóstoles pretendieron impedirlo…
(a lo mejor tenemos la segunda edición de que no era de los nuestros). Y Jesús se enfadó. Así lo expresa el texto
evangélico. Ya no era que los propios discípulos pidieran no entender o no
aceptar la doctrina de Jesús. Ahora es que está metiéndose donde no les han
llamado. ¿Celos? ¿No haber captado aún
el sentir de su Maestro? Jesús les tuvo que decir que dejaran paso a esos
niños, y Jesús los acercó y los abrazó. El niño necesita gestos, y es una
esponja que empapa el cariño o el rechazo.
Y
cuando os tuvo allí junto a él, dijo: Dejad
que los niños se acerquen a mí y no se lo impidáis: de los que son como ellos
es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un
niño, no entrará en él.
¿Cuántas
veces hemos leído eso? ¿Cuántas piadosas estampas nos han deleitado con esa
escena? ¿Cuán bonito nos ha resultado todo eso? Pero, como siempre la pregunta
es: ¿qué calado le hemos dado asa bucólica escena? Porque el “niño” se contrapone
al “viejo”. Y el niño no tiene que tener dos, cuatro años… Ni el viejo es quien
tiene más edad. “Niño” que sirva de ejemplo al Reino es todo el que tiene
capacidad de esponja para empapar cada gota de agua que le llega. “Niño” es
todo el que tiene corazón virgen ante una novedad que abre los sentidos y levanta
la ilusión, y no está cerrado a nada bueno. Y “viejo” es el de cualquier edad
pero aferrado a “lo que siempre se hizo”, el negado a cambios, el envejecido
prematuramente porque solo quiere lo que ha tenido hasta aquí, y su “vejez” de
pensamiento y de alma le impide gozar con algo nuevo que se le viene a las
manos. El “viejo” se conforma con sopita caliente, y ya no quiere saber más.
Jesús
estaba poniendo delante un niño, y estaba diciendo que quien no se hace como
ese niño se incapacita para vivir el Reino. Se vivirá en la bisutería del Reino,
con lo cual no entra nunca al trapo de un nuevo desafío de un evangelio vivo
que tiene millones de “sabores”, y que no permite a nadie darse por “perfecto”
/acabado en su personalidad…, olvidado ue el listón está tan alto como la
tendencia constante a la perfección del
Padre Celestial.
Un
“niño” actual en la Iglesia, como bendición de Dios, es el Papa. Un “niño” (él
se dice a sí mismo: posiblemente soy un
inconsciente -e in-consciente equivale a la sencillez del
niño, que no es un calculador del mañana sino un ilusionado en el momento
presente). Y como “Niño” que así ha podido captar el meollo del Reino, está
destripando muchos “muñecos” antiguos –él habla de “la casuística farisaica” en la Iglesia- para tratar de quitar
caretas y peluches y dejar visible esa verdadera Iglesia que responde al Reino
de Dios, que llega a ser, en efecto, el mismo Reino de Dios.
Los
detractores, que empiezan a salir a la palestra con la bajeza del “achacoso”,
están tildándole de no seguir ciertos rituales litúrgicos (mínimos y
detallistas…; “casuísticos”), empiezan a preocuparse por prescripciones morales
en las que el Papa va ensanchando la carretera, no por pérdida de principios sino
por convicción honda de La alegría del
Evangelio. Son los mismos que antes han protestado porque no se hacía esto
o aquello, y cuando se empieza a hacer, intentan poner palos a las ruedas. O
son los ridículos inventores de panfletos con intenciones nostálgicas de echar
marchas atrás… Con entrar ahora contra lo ya vigente y aprobado por la Iglesia –dígase
comulgar de pie…, comulgar en la mano-, o con amenazas de infierno en boca de
la Virgen “que se aparece” a la carta
aquí o allí- se intenta ir minando el terreno al “Niño evangélico” que nos está
repitiendo ahora, con unas expresiones muy asequibles y unos gestos tan
significativos- que el Reino de Dios necesita de muchos niños que sean capaces de acoger el mensaje del evangelio
como San Francisco de Asís: “a la letra,
a la letra, a la letra; sin glosa, sin glosa, sin glosa”.
Nos
está poniendo delante un test de una
claridad meridiana para que sepamos nuestra edad real: “niños” o “viejos”. Que
nada tiene que ver con tener una tal o cual edad. El “niño” acoge el Reino con
la sencillez y capacidad de entusiasmo de un descubrimiento que hace brillar
los ojos. El “viejo” es el que va agarrado a su bastón nostálgico, y no quiere
que le toquen un pelo de sus devociones cómodas, su vivir tranquilo, de sus
velas encendidas, y de sus rezos mascullados sin saber ni lo que están
diciendo. El “viejo” no es ni el mayor ni el anciano; el viejo es el que hace
de rémora que ni avanza ni deja avanzar; el que no quiere saber más ni que le
alteren su fácil modo de “fe”…
Por
eso, Jesús, poniendo al niño ante sí y pidiendo que dejen a los niños acercarse…,
y exhortándonos –y condicionándonos- a ser
como niños, nos abre un camino, una posibilidad de que el mundo sea mejor.
Nos abre a la lozanía de un cristianismo que verdaderamente sea seguir
la vida y la Palabra de Cristo.
¡Señor, que sea siempre "niño"!
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