AMOR COMO
PUNTO FINAL
Estamos
al final de la 1ª semana de Cuaresma: se han abordado diversos aspectos que la
Cuaresma lleva en sí. Hoy se desemboca en el emblema distintivo: el amor. El amor tiene su punto de
partida en saber cuál es el deseo del amado, Y se plasma en hacer lo que al amado le gusta. De ahí
que Dios ponga sobre la mesa sus decretos, mandatos y preceptos. Quien ame a
Dios, sabe el gusto de Dios, y el amor le ha de llevar a la criatura a hacer lo
que a Dios le agrada. Y Dios se
vuelca en amor hacia la persona, y la eleva. Hace Dios dichoso a quien camina según esa voluntad divina salvadora.
Con
Jesús se amplía el concepto verdadero del amor. Supuesto el amor a Dios –que es
el cable que nos tiene unidos a nuestra máxima dignidad, ahora hay que abrir
ventana, porque “en el lado de allá”, en la acera de enfrente a mí, está mi
prójimo. Y sea amigo o enemigo, el
amor que yo he recibido de Dios tiene que abrirse a ese enemigo, tan igualmente
que como amo al amigo. ¿Qué me iba a diferenciar de un increyente si yo sólo
supiera amar a quien me ama y es “de mi cuerda”?
La
Cuaresma va por ahí, en lo que es un cambio real para adelante.
Ha
acabado ese momento, más que misterioso para nosotros, de esa primera vez que
Jesús se dio en comunión sacramental
a sus apóstoles. Todavía están ellos perplejos y mirándose unos a otros…
Todavía Jesús está –desde fuera y desde
dentro- viendo y actuando… Que aquellos hombres no hayan entendido mucho,
ni le extraña a Jesús. Esa es ahora su labor, cuando acabe la parte ritual de
aquella Cena.
Y
ahora es cuando Jesús va desarrollando la batería…: cuanto he hecho no es más
que amor y para que viváis entre vosotros el amor. Que no se va enfriar porque
Pedro me niegue… -¡que me va a negar!-… Pedro
no dejó seguir. Saltó con toda su fuerza a hacer la proclama de su amor
y de su fidelidad. Y, muy a su estilo, no se quedó en afirmar lo suyo sino que
lo remarcó comparándose con los demás: aunque
éstos te nieguen, yo no… Y Jesús tuvo que enfrentarlo con una realidad: - Tú me negarás esta misma noche tres veces,
antes que el gallo cante dos. Eso no podía tragárselo Pedro y se quedó refunfuñando.
Jesús anuncia su fin, y previene a los suyos para la lucha, con un despiste total
de aquellos hombres (que saltan por lo más tonto: aquí hay dos espadas).
Mi
muerte no es un fracaso: voy camino del Padre…,
y vosotros un día llegaréis a través de Mí. Lo que todo esto requiere es
mucha oración., para que pidiendo
vosotros al Padre, alcancéis cosas mayores. Es que os voy a enviar nada
menos que al Espíritu Santo, que estará siempre
con vosotros. Porque Yo no os dejo huérfanos, desprovistos, solos… Yo os
envío al Espíritu, y el Padre os amará, y vendremos
a los fieles y haremos morada en ellos… Y cada uno de vosotros EN MÍ…, como
sarmientos de la vid, que –unidos- al tronco, dan mucho fruto, porque reciben
la misma savia. Y así seréis amigos
y no solamente discípulos… Y así tendréis que vivir el amor mutuo, iréis a los
demás y llevaréis fruto abundante. Todo eso, porque os améis unos a otros.
Con el mundo de la mentira
no tengo nada que hacer… Ese mundo de “las tentaciones”, el del monte tan
alto y fantasmagórico que presenta todo como un “regalo del príncipe de este
mundo” con tal de rendirle culto a él, no es el mundo por el que yo pido. Es un
mundo irredento, hostil, belicoso y contrario… Un mundo en el que vosotros
también vais a desenvolver vuestra vida. Pero no os entremezcléis con él. Pero el
mundo de la humanidad sí es objeto
de mi celo: por él entrego mi vida. Y en él vosotros seréis apóstoles de la
verdad. A él enviaré mi Espíritu Santo, que dará testimonio. No os
escandalicéis por “aquel mundo”; os he advertido para cuando lleguen las
realidades.
Y el Espíritu
Consolador demostrará el fracaso de esa humanidad ajena, y conducirá a la humanidad
que vive de buena fe, esa verdad completa, y el abrazo del Padre.
Jesús
entra ya en su testamento final: se despide…, y no os entristezcáis, porque voy al Padre. Ruega por sí mismo,
pidiendo al Padre la glorificación. Sabe el túnel que se le presenta de
inmediato, y suplica ver la luz final. Ruega también por sus apóstoles, y casi que
se justifica que uno se haya perdido. Ruego por todos, porque Tú me los diste.
Y desemboca en la
visión amplia de su obra: LA IGLESIA. Esa
Iglesia que Él crea e instituye sobre un cimiento humano y una savia divina. Una Iglesia que estará cimentada en Él, y en la que Él será la vida de ella. Y quiero, Padre, que los que Tú me diste
estén siempre conmigo, junto a mí, en mi gloria. Y yo les revelaré tu nombre para que el amor con que Tú me has amado,
ESTÉ EN ELLOS y YO EN ELLOS.
Es
el momento en que Jesús tiene que hacer un acto heroico para levantar la mesa…:
¡Ea!, vamos de aquí. Porque ese
momento es como la losa que cae encima para ya no levantarse. Hasta ahí, ha
sido la hora de la LUZ…, las 12 horas del
día… Ahora entra en la tiniebla densa del
poder de las tinieblas…, y eso es muy duro cuando Él mismo camina a su
muerte con su propio pie… La Pasión no va a empezar ahora… La lleva ya muy al
vivo en lo hondo de su corazón.
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