2º Cuaresma-A
La
Cuaresma es un CAMINO. No es un “fin”. Y en ese camino la palabra que hoy marca
sentido es la que Dios dirige a Abrán: Sal
de tu casa, de tu patria, de tu familia… La fuerza y el sentido están en
ese “salir”, dejar atrás, caminar… Lo
curioso –y lo que pone fuerza, es que Dios no le dice en qué dirección… Ha de salir…, aunque no se le muestra el destino: “hacia una tierra que Yo te mostraré”. Y Abrán obedece a ojos
ciegas. Y sobre él recae una bendición tan amplia que de ella estamos
participando todos los creyentes, descendencia
innumerable como las arenas de la playa
San
Pablo le dice a Tito en qué dirección ha de caminar: Toma parte en los duros trabajos del evangelio. Y bajo ese término está
señalando la cruz de cada día, la lucha diaria. Timoteo ha de caminar en esa
senda. Al final de ella Jesús destruye la muerte y saca a la luz la
vida inmortal.
El
Evangelio de hoy es continuación de todo eso: la cruz había escandalizado a
Simón Pedro. Jesús lo toma ahora para que vea el cuadro mesiánico completo…;
por lo pronto requiere apartarse y elevarse de la vida diaria al “monte muy
alto”. Y allí Jesús queda transformado con el brillo luminoso por dentro y por
fuera. Moisés y Elías –símbolo de la Ley judía y los Profetas- flanquean a
Jesús como parte de un mismo proyecto de Dios, conversando los tres sobre las cosas que iban a suceder en Jerusalén:
evidentemente la muerte de Jesús.
Simón
se siente allí a gusto. Hay resplandores luminosos; se habla…, pero están allí
a buen seguro… Y querría él quedarse allí: ¡qué
bien se está aquí! Y se dirige a Jesús para proponerle un plan: Hacemos tres tiendas, para Moisés Elías y
para ti… Y de pronto Dios se manifiesta en solemne teofanía: Éste
es mi Hijo muy amado, ESCUCHADLE. Porque es a Él a quien hay que
escuchar, porque Él lleva la verdad.
Cayeron
al suelo aterrados y tapándose los ojos… Temían morir ante aquella presencia
del Dios del Cielo… Y en eso, Jesús les toca para que se levanten, y cuando
lenta y recelosamente empiezan a abrir los ojos, no ven ya más que a Jesús…, ¡a
Jesús solo! No hay luces, ni personajes, ni vestidos brillantes. Por decirlo
llanamente, ven a Jesús “de calle”…, al Jesús de siempre. A ese Jesús,
nuevamente proclamado Mesías, y al que hay que ESCUCHAR. La última palabra,
mientras bajaban aún silenciosos y asombrados, fue la de Jesús que les dice que
no digan de aquello ni una palabra, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado
de entre los muertos. Por si no querían oír hablar de muerte, ahí la
tienen otra vez.
Nosotros
CAMINAMOS en la Cuaresma, y nuestro
camino ha de empezar por SALIR DE… En muchos detalles concretos no sabemos en
qué dirección…, hacia dónde o cómo nos lleva Dios. Hoy es hoy, y solo podemos
saber este HOY. Pero HOY Dios nos lleva a una Eucaristía que va a repetir y
poner al vivo la muerte y la resurrección…, el Jesús transfigurado, que encierra luces y sombras, “los duros
trabajos del evangelio” y el foco potente de luz que nos ilumina el camino. Y
nos manda, con mandato de Jesús, IR
EN PAZ dentro de nosotros, y TRASMITIR PAZ allí donde estemos. Lo que
significará un avance serio de nuestra experiencia de fe.
Ha
acabado la “sobremesa” del Cenáculo. Bien podemos pensar que a Jesús le pesa el
cuerpo. Han sido demasiadas cosas las que han sucedido en esas horas: amor al máximo, amor gráficamente
expresado en ese ponerse a los pies de
los suyos…, para que ellos aprendan y
hagan lo mismo. El tremendo momento de señalar
al traidor, la buena fe de Pedro, al que hay –sin embargo- que poner ante
una verdad que le pica mucho: sus negaciones.
Toda esa larga conversación de despedida…
Son emociones amontonadas en el sentir de Jesús, que está viendo ante sí la
penosa imagen del las ovejas que se
dispersan cuando hieren al pastor…
Y
cuando salen de allí y se meten por el torrente Cedrón, casi de presencia amenazante
bajo las sombras que da la luna llena, Jesús va ya hecho polvo. Sabe que es su
último caminar. Y cuando llega al Huerto –tan frecuentado gozosamente en otras ocasiones-
hoy se le cae encima. Y sin embargo necesita de ese lugar porque es recogido
para orar, y Jesús tiene una necesidad inmensa de oración.
Al
entrar, deja allí a 8; Él se adentra con los tres testigos del Tabor. Son los
que pueden apoyar aquel momento de nube oscura que se cierne sobre Él. Y –lo mismo
que a los 8- les dice: orad para no
desfallecer, para que no sufráis el escándalo de la tentación.
Es
evidente que aquellos Once estaban en este momento muy impactados. Habían visto
gestos en el Maestro a los que no estaban acostumbrados. Jesús era siempre
positivo pero han podido intuir rasgos de persona que está anímicamente aplastada…;
que ha querido mantener el tipo ante ellos, y que les ha enseñado muchas cosas
en aquellas últimas horas. Pero ha ido manifestando sones de despedida, de
testamento, de algo que a ellos es suena a “final”. Y están cargados de
tristeza, mala consejera para ponerse a orar… Les ha advertido Jesús contra la
tentación del desánimo y el escándalo, pero ellos ven que la tienen encima… Y
en vez de buscar esa fuerza imprescindible de plantarse ante Dios y orar,
clamar, y dejar que sea Dios quien lleve la voz cantante, aceptan de antemano
la derrota y se echan a dormir…
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