18 marzo:
Sangre que blanquea…
Una
bella y consoladora enseñanza hoy: conscientes –lo primero- de ser pueblo
pecador, Dios invita a lavar y purificar;
a apartar las malas acciones y empezar a vivir como personas de bien y que
hacen el bien. Y Dios entra ahora en un diálogo de auténtico padre: aunque vuestros pecados sean rojos como
sangre, blanquearán como lana. Rehusad el mal y Yo os bendeciré.
Al
lado contrario de esa actitud de bien, los fariseos mentirosos, engañadores,
hipócritas, de apariencias…Y Jesús que dirige su mirada ahora a los que iban
con Él y les dice: no os dejéis elevar
falsamente; no os antepongáis a nadie. La única verdad es la que os enseña
Cristo, vuestro Señor.
Cuando
Jesús volvió de nuevo a su rincón de oración iba completamente destrozado. Ni
siquiera pudo quedarse de rodillas… Hincó su cabeza en el suelo… Y bien podemos
pensar que fue lo previo a ese quedar postrado por completo sobre la tierra. La
imagen de Jesús así postrado, y una losa que le cubre, sobre la que vamos pasando
y pisando todos, me impacta… Es una hora espantosa… Pensemos a Jesús que –por el
túnel del tiempo- vive esa hora en el Siglo XXI…: la gran masa vive alejada. Ni
siquiera dormida. Drogada. Físicamente drogada. Ideológicamente drogada. Sin Dios. Con multitud de ídolos: goce sin
freno, borracheras, sexo como agua, indignidad como personas, moral pisoteada
desde los ojos, las imágenes, el deseo, la pornografía, la desviación de los
instintos, las familias destrozadas, los noviazgos manoseados, los hijos
desarraigados, los ancianos arrinconados o “aparcados” fuera del ámbito
familiar; los fetos destrozados y sacados a pedazos del seno de sus “madres”
(¿madres?), la corrupción de la política y de los jueces, la pobreza forzada
por los brutales egoísmos de los poderosos… Jesús ya no puede más y grita con
su boca contra el suelo: aparta, Señor, esta losa… Su sangre
está recorriendo su cuerpo a una presión insoportable… Apenas puede respirar.
Se siente morir… Realmente aquello es agonía… Y sacando fuerzas de flaqueza
dice su última palabra: ¡Pero hágase tu voluntad! Fue un
golpe tan brutal en su corazón, que la sangre no pido contenerse en sus vasos y
saltó por sus poros. Su sudor se hizo
como de gotas de sangre… Pensó Jesús que era el final porque sintió casi estertores
de muerte. Y quedó postrado, jadeante. A 30 metros, los tres apóstoles, ni se
enteraron.
Al
cabo de un rato, rehaciéndose un poco, intentó despegarse del suelo… Quería
levantarse, a pesar de esa losa… Hizo intentos y fue muy poco a poco
recuperándose. Lo que sí se dio cuenta es que tenía manchado de sangre su
túnica; que en su rostro y su vestido estaba lleno de barro que se había
formado con aquel sudor copioso. Pensó que debía tener un aspecto horrible, gusano de la tierra… Cuando pudo incorporarse
tuvo que tantear su equilibrio. No tenía apenas fuerzas y necesitó apontocar
sus pies para luego dar el paso…
Y
la verdad es que –cuando llegó a sus tres amigos- no se atrevía a despertarlos.
Sabía que su aspecto les iba a asustar. Se quedó un rato contemplándolos, el
dolor en el alma, y el amor de una madre que ve dormir a sus hijos… Después de
todo, eran dignos de pena. Jesús sintió lástima de sí mismo, y dolor profundo
por ellos…
Un
tropel se escuchó bajando por el torrente. Jesús entonces despertó a sus tres
amigos y con irónica y dolorida expresión, les dijo: Por mi ya podéis dormir…, si no fuera porque ya vienen por mí a
prenderme. Quiero hacerme cargo de aquellos rostros recién despiertos…,
atontados aún…, que ni saben qué le pasa a Jesús, demacrado y en aquella figura
espectral, ni reaccionan ante esa palabra de Jesús: el traidor está cerca…
Permitidme
una salida hacia aquellos 8 que habían quedado a la entrada y que debían
vigilar y orar… Que no tuvieron ruidos en aquella gruta o rincón de la entrada;
que no supieron nada de lo que ocurría allí más adentro; que pudieron querer
orar…, y que la modorra les fue entrando y acabaron echándose al suelo para
dormir… Y que llevaban así casi tres horas… Y que les despierta el rastrear de pies
de mucha gente que baja por el Cedrón…
Ponen atención, haciendo silencio, con temor…
Y
resulta que toda esa turba entra en el huerto. Imaginaron lo peor. Recordaron
las palabras de Jesús en el Cenáculo. Se apretaron como pudieron para no ser
vistos. Quizás alguno señaló en silencio hacia el que capitaneaba…: ¡era
Judas!... Ahora sí que entendían muchas cosas de aquella noche…, y de aquellos
últimos días con aquel compañero tan osco y huidizo y con mal carácter… Ahora
comprendieron: uno que mete conmigo la
mano en el plato, me entregará… Era una pesadilla. ¿Debían salir a
defender? ¿Y qué eran ellos 8 frente a aquel tropel armado de palos? Ni
siquiera Tomás, tan dispuesto otrora air
a morir con Él, tuvo ahora arrestos para levantar la voz… En cuanto la
gentuza se adentró un poco, los 8 se escurrieron hacia la salida sin hacer
ruido y salieron al torrente… Libres, sí, pero avergonzados de sí mismos;
destrozados por la situación; temerosos por lo que podía venir, alguno lloraba…
¡Cómo comprendían ahora tantas cosas, sobre todo de aquella noche en la cena y
la “sobremesa”!
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