LA GRACIA DE
DIOS
Bien
merecería la explicación de hoy hacer un análisis detallado de David, hombre
tan bendecido y favorecido por Dios, punto de referencia hacia Jesús Salvador, “el hijo de David”. David tiene también
su punto negro que empieza por una mirada que no domina…, que excita un deseo
que no controla…, y que acaba en un adulterio. (2Sam 11, 1-17). Casi que es
fácil quedarse ahí. Y se hubiera podido quedar en ese punto si David hubiera
sido capaz de aceptar su pecado y arrostrar noblemente sus consecuencias: el
embarazo que el rey ha provocado en la mujer de Urías, el fiel soldado. Pero lo
peor es no saber pararse y reconocer y aceptar la situación y sus
consecuencias.
Lo
más peor es liarse la manta a la cabeza y pretender “tapar el pecado”. Y David
lo intenta. Que venga Urías desde el campo de batalla “con permiso especial”…,
y que vaya a su casa a estar con su mujer. Y David se lavaría las manos… ¡Vaya
Vd a saber entonces de quién era aquel hijo! Pero Urías era un hombre de mucha
nobleza y no se permite ir a estarse con su esposa mientras los compañeros
luchan y mueren en la batalla. Y en vez de ir a su casa, se queda en patio de guardia
de Palacio.
Informan
al rey…, y a David no se le curre otra cosa que aparentar un festejo en honor
de Urías, darle un banquete y emborracharlo…, porque piensa el rey que –una vez
borracho- irá a su casa y a su mujer… Se equivocaba David. Urías era de otra
pasta, y no fue a su casa. Y el contraste con el mal momento de David es
evidente: David escribe una carta con “sentencia de muerte” para Urías, bajo el
disimulo de un caído en la batalla. Así le da instrucciones a Joab, jefe del
ejército, para que Urías muera. Y la certa se la da al propio Urías en mano
para que la lleve a Joab. Urías, en su nobleza, ni sospecha. Y Urías caerá
muerto en la batalla. Informado el rey, quita importancia a la derrota… “Así es
la guerra”, dice… Y a continuación manda por Betsabé para que se la traigan a
él… ¡Ya no hay peligro…!
Mirada,
deseo, consentimiento, adulterio, engaño, traición, deslealtad e inhumanidad, y
asesinato. Toda una secuencia de un fallo que no se ha mirado de frente y se ha
pretendido justificar y disimular.
Pero
a Dios no podía engañarlo. Dios envía al profeta Natán a contarle “un
cuentecito” a David de “algo sucedido” muy injusto. [Era la propia historia del
rey, “emborrizada”]. Y David se siente justo y decreta que ese hombre que ha hecho eso, tiene que morir. Y Natán le dice, de
parte de Dios: Pues ese hombre eres tú. Y como Dios es tan distinto de ti, no
morirás.
David
cae ahora en la cuenta. Y se hunde en profunda humildad y arrepentimiento,
creando una de las oraciones más sentidas de un pecador que se vuelve a Dios y
no puede hacer otra cosa que pedir misericordia. Ha quedado como Salmo 50, con
el nombre de Salmo Miserere: Ten
misericordia de mí, porque he pecado contra Ti. No quedaba otra salida que abandonarse a la
misericordia divina.
El
evangelio de hoy es la gran explicación de Jesús (Mc 4, 26-34) de la gratuidad de la obra de Dios en la
humanidad. La parábola, que es un género que Jesús usa a la perfección, es “la
historia de una semilla” echada al surco. El labrador no tiene ya nada que
hacer a partir de ahí: duerme de noche, come en el día, se divierte en sus
momentos… La semilla crece sola y va
mateando, echando el tallo, granando la espiga… Inmensa explicación de la
acción de Dios en el alma. Es pura acción de Dios. El “labrador” no puede hacer
nada para que crezca antes o más rápida la simiente. Puede limpiar malas hierbas,
quitar piedras del campo, conducir el agua…: acciones muy externas, que
ciertamente son muy convenientes. Pero
la cosecha va a depender sólo de la acción de esa semilla…: la
Gracia es gratuita, la liberación del mal no viene por cumplir la ley (¡bien que lo repetirá San Pablo hasta la saciedad, sino por la promesa gratuita de Dios, que es EL SALVADOR!). Al
labrador le queda meter la hoz y segar cuando el fruto está en su sazón.
No
es ésta la parábola más conocida ni más utilizada. Y sin embargo ahí está en el
evangelio, como una enseñanza de Jesús a la gente… Y apoyada por la otra
parábola siguiente: el mínimo grano de mostaza (planta muy típica en esos
lugares) se siembra -que casi no se ve- y crece como frondoso arbusto donde
anidan toda clase pájaros… Una bella imagen de lo que es cada persona, tan
mínima en sí misma, y donde Dios hace tantas maravillas. Imagen también de la
Iglesia, humanamente tan frágil, y abarcando gentes de todos los plumajes.
Imagen del Reino de Dios, que no tiene apariencia externa, y sin embargo está
destinado a abrazar al mundo entero.
David,
uno entre tantos, los muchos más que estamos en este camino, somos siervos inútiles y sin provecho…,
capaces de heroísmos y de felonías… Lo que hace falta es ser capaces de
reconocer esa realidad y no camuflarla ni justificar nunca nuestro “primer”
fallo… Y desde la sinceridad que reconoce lo que uno es realmente –sin caretas
de ocultamiento- dejarnos salvar por la Gracia de Dios…, por los méritos de Jesucristo.
Sólo Él tiene méritos; no nosotros.
Nosotros tenemos solamente la realidad de nuestra vida, y la urgencia de
acogernos siempre a la misericordia de Dios.
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