DIOS SOBRE
TODAS LAS COSAS
Las
lecturas de hoy, vistas en “radiografía”, nos ponen ante ese principio
fundamental: Dios, sobre todas las cosas.
David –[1Sam 6, 12-15; 17-19]- ofrece a un rey, David, que ha recuperado el
Arca de Dios, y lleva tal contento y lo vive en tal grado de fiesta, que él
mismo acompaña al Arca con la suma expresión de la alegría: danzando delante.
No lleva sus ropas reales; va vestido con ropaje sencillo, ligero –de lino,
como tela noble para estar ante el Señor-. No hay respetos humanos, no hay emblemas
ni distinciones: David vive la inmensa alegría. Y –una vez colocada el Arca en
el lugar preparado- reparte unas tajadas de carne y un pastel de uvas pasas
entre la gente que ha acompañado aquella procesión. [No recoge la lectura la
burla de su esposa por haberle visto –dice ella- como un bufón que baile malvestido
delante del Arca. Y él responde que ante Dios y por la gloria de Dios, hace eso
y mucho más].
El
evangelio –[Mc 3, 31-35]- muy conocido, los familiares han traído a la madre de
Jesús para llamar la atención de Jesús, con la cosa de que ella quiere
verlo. No debemos perder de vista que
hacía muy poco (3, 20] esos mismos familiares, sin entender para nada la
situación de Jesús, habían pretendido sacarlo de su labor y llevárselo consigo,
porque pensaban que había perdido el
juicio…, que estaba fuera de sí…
Con
un poco que nos pongamos en su piel, aquellos familiares de un aldeano de
Nazaret no pueden entender ni aceptar que ese pariente que no fue nada durante
tantos años en la aldea, ahora de pronto esté enseñando, rodeado de gentes, en
una misión tan agotadora que ni le queda tiempo, para comer. Más bien lo creen un iluminado, un fanático.
Por eso, con un sentimiento de compasión, vienen a llevárselo y a recluirlo en
el pueblo. No lo consiguieron; Jesús continuó su labor y ellos marcharon sin
conseguir su objetivo.
Ahora
vuelven a la carga. Lo hacen con el señuelo de que también va la madre de
Jesús. Encuentran, como la primera vez, a Jesús rodeado de gentes, enseñando,
desenvolviendo su misión. Y le mandan recado: tu madre y tu familia están ahí fuera y quieren verte. Jesús estaba en lo debía estar. Afectivamente
hubiera dado el salto y se hubiera ido a ver a su madre. Pero ahora no dependía
su vida de los lazos afectivos humanos, y Jesús no se movió de donde estaba. Y
respondió con la respuesta de quien sabe que está haciendo lo que debe hacer y
lo que pone a Dios por delante de todo lo demás: ¿Quiénes son mi madre y familia? Y paseando una mirada por el corro
de los que escuchaban su palabra, dice: Éstos
son mi madre y mis hermanos; el que escucha la palabra de Dios y la vive, ese
es mi madre, mi hermana y mi hermano. Dejaba zanjada la cuestión ante sus
deudos. [Otra cosa es que María, su madre, quedaba ensalzada en su más profundo
valor, pues si Jesús estaba ahora mismo donde estaba y haciendo lo que hacía,
es porque María, su madre, había escuchado la Palabra de Dios y le había dado el
SÍ completo y total].
También,
pues, en esta lectura queda evidente que la liturgia de hoy puede centrarse en
aquel supremo mandamiento, que todo judío tenía presente y podía recitar aun
dormido: Amarás al Señor tu Dios con todo
el corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. O en el
modo sintetizado: Amarás a Dios SOBRE TODAS LAS COSAS.
David,
por encima de todo, despojándose de sus mantos de rey, arrostrando críticas de
su propia esposa, danzando ante el Arca sagrada, sólo tiene una idea: que ante
Dios es capaz de todo, porque así quiere dar gloria a Dios, sobre cualquier
otra cosa.
Jesús,
más allá de sus afectos naturales, muy por encima de los pensamientos de sus
familiares (que lógicamente no saben de qué va la cosa), sigue tranquilamente
enseñando a aquellos que tiene delante, porque está en plena misión. Y en ese
momento, Dios está tan por delante y tan por encima, que permanece en lo que
está haciendo. Por delante y por encima de todo, Dios, la voluntad de Dios, el
agrado de Dios.
La llamada que nos hace este día es
bastante clara, y no digo que sea algo tan evidente en la vida diaria. Cierto
que llevamos muy sabido y hasta muy querido ese Amar a Dios sobre todas las cosas. Con todo hemos de ser muy sinceros
en mirar la realidad personal, por si acaso hay algo que mejorar… Hacemos
muchas cosas “porque nos gustan”.
Dejamos de hacer otras “porque nos
fastidian”. Descubrimos ciertos pasos que debiéramos dar…: tememos, nos quedamos perplejos…, porque
nos alteran nuestro “buen pasar”, porque nuestro “Yo” se pone en medio… Y
aunque sigue en pie nuestra convicción de amar
a Dios sobre todas las cosas, a la
hora de la verdad aparecen muchos obstáculos, y hay bastantes “cosas” que nos
detienen en ese amor que creíamos tan sincero y
absoluto.
¿Pasiones? – De muchas clases.
Afectos, desafectos, simpatías, antipatías, recelos que rozan el rechazo y
hasta cierta actitud de ataque que suena mal y que nada compagina con aquel amor a Dios sobre todas las cosas. Y lo
mismo se da en abierto y en oculto, en manifestado que en solapado. Lo que no
está limpio es el corazón. Y ERA CON EL CORAZÓN, LA MENTE Y TODO EL SER, como
había que tener puesta la vida en el amor
a Dios sobre todas las cosas.
Las lecturas de hoy nos muestran
ese “salto mortal” del verdadero amor a Dios por encima de cualquier otra cosa.
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