Texto completo de la
catequesis de Francisco en la audiencia del miércoles
El Papa explica que el Bautismo nos hace miembros de Cristo y de
la comunidad
Por Redacción
CIUDAD DEL VATICANO, 15 de enero de 2014 (Zenit.org) - Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
El miércoles pasado hemos iniciado un breve ciclo corta de
catequesis sobre los Sacramentos, empezando por el Bautismo. Y sobre el
Bautismo me quisiera detener también hoy, para subrayar un fruto muy importante
de este Sacramento: este nos hace convertirnos en miembros del Cuerpo de Cristo
y del Pueblo de Dios. Santo Tomás de Aquino afirma que el que recibe el
Bautismo viene incorporado a Cristo casi como su mismo miembro y viene agregado
a la comunidad de los fieles, es decir, al Pueblo de Dios (cf. Summa Theologiae,
III, q . 69, art. 5; q . 70, art. 1). En la escuela del Concilio Vaticano II,
nosotros decimos hoy que el Bautismo nos introduce en el Pueblo de Dios, nos
hace miembros de un Pueblo en un camino, un pueblo peregrinante en la historia.
En efecto, como de generación en generación se transmite la vida,
así también de generación en generación, a través del renacimiento de la fuente
bautismal, se transmite la gracia, y con esta gracia el Pueblo cristiano camina
en el tiempo, como un río que irriga la tierra y difunde en el mundo la
bendición de Dios. Desde el momento que Jesús dijo lo que hemos escuchado
en el Evangelio, los discípulos salieron a bautizar. Y desde aquel tiempo hasta
hoy, hay una cadena en la transmisión de la fe por el Bautismo. Y cada uno de
nosotros somos el anillo de esa cadena. Siempre un paso adelante. Como un río
que irriga. Y así es la gracia de Dios. Y así es nuestra fe, que tenemos que
transmitir a nuestros hijos. Transmitirla a los niños, para que ellos cuando
sean adultos puedan transmitirla a sus hijos. Así es el Bautismo. ¿Por qué?
Porque el Bautismo nos hace entrar en este Pueblo de Dios que transmite la fe.
Esto es muy importante. Un Pueblo de Dios que camina y transmite la fe.
En virtud del Bautismo
nosotros nos transformamos en discípulos misioneros, llamados a llevar el
Evangelio en el mundo (Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 120). “Cada
bautizado, cualquiera sea su función en la Iglesia y el grado de instrucción de
su fe, es un sujeto activo de evangelización. La nueva evangelización debe
implicar un nuevo protagonismo de todos, de todo el Pueblo de Dios. Un nuevo
protagonismo de los bautizados, de cada uno de los bautizados” (ibid.). El
Pueblo de Dios es un Pueblo discípulo, porque recibe la fe, y misionero, porque
transmite la fe. Y esto lo hace el Bautismo en nosotros. Nos hace recibir la
gracia y la fe, y transmitir la fe. Todos en la Iglesia somos discípulos y lo
somos siempre, por toda la vida; y todos somos misioneros, cada uno en el
puesto que el Señor le ha asignado.
Todos. El más pequeño también es misionero. Y el que
parece más grande, es discípulo. Pero alguno de vosotros dirá: ‘Padre, los
obispos no son discípulos. Los obispos saben todo. El papa sabe todo. No es
discípulo’. También los obispos y el Papa tienen que ser
discípulos, porque si no son discípulos no hacen el bien. No pueden ser
misioneros, no pueden transmitir la fe. ¿Entendido? ¿Lo habéis entendido esto?
Es importante. Todos nosotros, discípulos y misioneros.
Existe un vínculo indisoluble entre la dimensión mística y aquella
misionera de la vocación cristiana, ambas enraizadas en el Bautismo.
“Recibiendo la fe y el bautismo, nosotros cristianos acogemos la acción del
Espíritu Santo que conduce a confesar a Jesucristo como Hijo de Dios y a llamar
Dios “Abbá” (Padre). Todos los bautizados y las bautizadas estamos llamados a
vivir y a transmitir la comunión con la Trinidad, porque la evangelización es
un llamado a la participación de la comunión trinitaria” (Documento final de
Aparecida, n. 157).
Nadie se salva solo. Esto es importante. Nadie se salva solo.
Somos comunidad de creyentes, somos Pueblo de Dios, y en esta comunidad
experimentamos la belleza de compartir la experiencia de un amor que nos
precede a todos, pero que al mismo tiempo nos pide que seamos “canales” de la
gracia los unos para los otros, no obstante nuestros límites y nuestros
pecados.
La dimensión comunitaria no es sólo un “marco”, un “contorno”,
sino que es parte integrante de la vida cristiana, del testimonio y de la
evangelización. La fe cristiana nace y vive en la Iglesia, y en el Bautismo las
familias y las parroquias celebran la incorporación de un nuevo miembro a
Cristo y a su cuerpo, que es la Iglesia, al Pueblo de Dios (cf. ibid., n. 175
b).
A propósito de la importancia del Bautismo para el Pueblo de Dios,
es ejemplar la historia de la comunidad cristiana en Japón. Pero escuchad bien
esto. Ella sufrió una dura persecución a los inicios del siglo XVII. Hubieron
numerosos mártires, los miembros del clero fueron expulsados y millares de
fieles fueron asesinados. No ha quedado en Japón ningún cura. Todos han
sido expulsados. Entonces la comunidad se retiró en la clandestinidad,
conservando la fe y la oración en el ocultamiento. Y cuando nacía un niño,
el papá o la mamá lo bautizaba. Porque todos nosotros podemos bautizar. Cuando
después de casi dos siglos y medio, doscientos cincuenta años después, los
misioneros volvieron a Japón, millares de cristianos salieron a la luz y la
Iglesia pudo reflorecer. ¡Habían sobrevivido con la gracia de su Bautismo!
¡Pero esto es grande! El Pueblo de Dios transmite la fe, bautiza a sus hijos y
va adelante. Y habían mantenido, aunque en secreto, un fuerte espíritu
comunitario, porque el Bautismo los había hecho transformar en un sólo cuerpo
en Cristo: estaban aislados y escondidos, pero eran siempre miembros del Pueblo
de Dios, miembros de la Iglesia. ¡Podemos aprender tanto de esta historia!
Gracias.
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