Días de muchas
cosas
Hay
días que la riqueza de contenido de las lectura desborda el comentario. Hoy es
así: Samuel [8, 4-7; 10-22] es la historia de la ofuscación de un pueblo que no
se aviene a razones porque ha decidido de antemano, sin el menor discernimiento,
ni en disposición de reflexionar a pesar de las advertencias tan serias que se
le hacen. El pueblo de Dios se está alejando de Dios y busca parecerse a los
pueblos limítrofes que tienen un rey que les encabeza sus guerras, que domina
sin permitir desmanes. Samuel les advierte los muchos riesgos y esclavitudes a
que les puede someter un rey. No hay ni una brizna de duda. Cuando se ha
decidido sin razones ni contrastando pros y contras, sino visceralmente, no hay
modo de hacer entrar en razones. Le duele a Samuel, quien va a Dios y le
expresa la situación. Y Dios –que no coarta la libertad de su pueblo- le dice a
Samuel que les conceda ese rey. No es lo que Dios quiere. No es lo que supone
–de parte del pueblo- un respeto al Dios al que adoran. Pero las cosas humanas
son así. Y aunque los extremismos “ortodoxos” pretenderían la entrada de la hoz
para segar tal cizaña, Dios, con su paciencia infinita y el respeto al ser
humano a quien hizo libre, tendrá que decir a Samuel que les dé lo que piden,
aunque a sabiendas de que se dirigen al precipicio. Sólo que tendrá que ser el
propio pueblo díscolo el que un día haya de volver arrepentido de tanta locura
que cometió. Eso no se lo puede solucionar nada, ni nadie que no sea ese propio
pueblo, cuando se haya dado con las narices en el muro, y necesite ahora
regresar –humilladamente- al punto de partida primero… Cuando llegue a sentir
dentro la honda llamada de su interior, que le está pidiendo regresar a la
humildad…, al punto del que no debió salir.
En
el Evangelio [Mc 2] tenemos la novedad que supone la llegada del REINADO DE
DIOS…, del verdadero Rey (que no es tirano)…, que no viene a ser servido sino a
servir. Tenemos ya a Jesús. Y ahora
debería realizarse la nueva etapa, y que se viviera con el gozo de un
replanteamiento interior nuestro, porque no estamos simplemente ante unos
cuantos “parches” sobre lo anterior, sino a un vuelco que pone “patas arriba”.
Regresa
Jesús a Cafarnaúm “y se supo que estaba
en casa”. Y como reguero de pólvora se corre la voz y se encuentra Jesús
ante un gentío tal que rodea el porche de la casa en la que estaba. No quedaba
sino que atender a esas gentes que huelen qué es realmente que Dios sea quien reine. Porque en Jesús hay acogida, no
imposición, anchura de alma, exposición de un nuevo modo de proceder que –si
bien exige- deja una honda sensación de libertad auténtica.
Varios
tipos de personas se pueden ver en este relato. Las gentes, que se han venido hasta allí, que se agolpan, que
ansían esa palabra de Jesús. Un paralítico
que desearía poder llegar pero él no puede llegar hasta allí, donde podría
tener solución su enfermedad. Unas
personas que arrostran la decisión y la responsabilidad de cargar con el
paralítico…, y de solucionar las diversas dificultades que encuentran para
llevarlo hasta Jesús.
JESÚS, que se admira de la fe de ellos…,
y corta su catequesis al pueblo y declara que se le perdonan los pecados a
aquel hombre. [Otra mirada al paralítico: ¿era eso lo que el hombre buscaba?
¿Le dejó satisfecho aquella solución? ¿Había venido para aquello? ¿Supo
entender –en mentalidad judía- que “si la
enfermedad es consecuencia del pecado, al perdonarle Jesús los pecados le
estaba otorgando la salud? No son
vanas estas preguntas si las revertimos sobre nosotros, que tantas veces
queremos que Dios nos escuche al pie de la letra, como si fuera un mero
ejecutor de nuestros deseos… Pero ¿no puede tener Dios un recorrido mucho más
amplio y diverso? ¿No nos tendríamos que aplicar a orar más a fondo para
entender ese “otro lenguaje” de Dios?
Los fariseos y escribas, cuya actitud
habitual es juzgar y condenar, sin entrar primero en buscar el fondo de la
cuestión. Son los eternos displicentes, los que atacan a Jesús pero no entran a
preguntarse más allá de lo inmediato.
Ahí están
todos esos personajes. Unos, al modo de
aquel pueblo encabezonado en querer un rey, ¡que tan mal les fue! Otros al modo de los hombres que realizan su
misión como quien no hace nada, pero hacen mucho. No son protagonistas, pero
sin ellos no hubiera llegado hasta allí el enfermo. La gente que no abrió paso
al paralítico, porque ellos estaban tan “a gusto” escuchando “una meditación”…
Los fariseos, mirando siempre con gafas negras, incapaces de ver la luz de un
Jesús Mesías que liberaba de acuerdo con las profecías mesiánicas. Vuelvo a las
gentes…: a unos les estorba que se haya metido por medio el paralítico y les
haya cortado “su devota escucha”… Otros, a los que les da igual. Estaban allí,
pero en realidad se iban a quedar como estaban. Oían pero no escuchaban. Los que hicieron causa común con el dolor del
pobre hombre y se alegraron de aquella deriva que tuvo la escena. Los
extrañados, pero no críticos, con aquel “perdón de pecados” que expresó Jesús.
Pueden no entender pero no niegan, no se escandalizan, no se alteran… Saben
esperar a ver. Finalmente el paralítico curado, el que llegó hecho un
marmolillo y sale con su camilla a cuestas. Debe suponerse que agradeció… ¡Ah!,
y JESÚS…
Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo:
ResponderEliminar-«Nunca hemos visto una cosa igual.»
(Mc 2,12)
¿Y tu? Te alegras también de que otro u otra que no seas tu, reciba también de Jesús, favores, dones, talentos?
*Perdonen que hable en segunda persona del singular, pero es para todos, pero sobre todo es para ti y para mi.*