Porque sí
Ese
enunciado que he elegido es el que expresa, en síntesis, la realidad subyacente
en las dos lecturas de hoy. En el Evangelio de Marcos 2, 13-17, hallamos la 5ª
llamada que cita este evangelista. Ya habían sido llamados Simón, Andrés, Juan
y Santiago. Hombres pescadores, con ese alma sana de quien pasa su vida entre
el cielo y el agua, y “descansa” en la arena para remendar redes y prepararse
para volver a faenar. Su comer dependerá de que caigan peces en la red. Y
confiar que así sea, y vivir la resignada paciencia cuando no hay pesca.
Sentirse muy solidarios unos de otros, saber que se necesitan siempre, y
retirándose a descansar cuando es posible…, para volver al día siguiente a ver
si también ese nuevo día pueden encontrar con qué seguir viviendo y con qué
llevar alguna cosa a sus esposas e hijos.
Hoy
pasa Jesús ante un negocio de cobro de tributos, con la peculiaridad de que
cobran a los judíos para darlo a los romanos. Llamaban a estos “cobradores de
impuestos”, los publicanos, y en la
mente de todos los judíos estaba su equivalente clarísimo: “los pecadores
públicos”, los abominados, los despreciables. Las personas serían como fueren,
pero su calificación social y -desde el pueblo- también moral, era la peor.
Pasa
Jesús…, y al pasar, vio a Leví, sentado
al mostrador de los impuestos. Y Jesús tiene la “corazonada” de “no pasar”
simplemente. Fija ahora sus ojos en Leví y, tal como había hecho con los otros,
lo hace con él: “Sígueme”. Sin más. Sin pedirle más condiciones. Sin mirarle “su
carné” de publicano. Simplemente “porque sí”.
Y encuentra Jesús igual respuesta que con los cuatro que ya venían con
Él: Leví se levantó de su mesa de tributos, llama alguno a ocupar ese puesto, y
Leví se marcha, a ojos ciegas, tras de Jesús.
La
pregunta que brota instantáneamente es: ¿por qué a él? Y una respuesta que pide el alma que es noble
y libre de recelos y prejuicios: ¿y por qué a el no iba a llamarlo? El hecho es
que Leví (o Mateo) sigue el reguero de los cuatro anteriores, y Jesús se siente
muy feliz de tener a ese hombre en el grupo de sus seguidores. A nadie excluye
Jesús en razón de su vida. No todos los llamados se dejan escoger. Es el doble
misterio de la gratuidad de la Gracia y de la finura del corazón que sabe
responder.
¿Por
qué, Jesús, llamaste a Leví? - Y ¿por
qué no lo iba a llamar?, puede responderme Jesús con la mayor naturalidad. No
ha ocurrido al azar. “Dios no hace distinción de personas”, y Jesús “ha leído”
en el Corazón de Dios…, y ha concretado esa afirmación en la llamada a este
publicano.
Pasó
Jesús…, pero no “pasó”…, no pasó de largo. Jesús se fijó en ese hombre… Y LO LLAMÓ. ¡Cosas de Jesús! Que, a lo mejor, nos resultan tan explicables
si uno mismo es el beneficiario. ¡Y cuántas veces hablamos de si se hicieron
méritos o no se hicieron…! Bien a las claras queda que no fueron méritos en
Leví, como no lo fueron en los otros que ya seguían! Aquí sólo queda una
admiración agradecida: Dios se ha fijado en mí, ¡porque sí!
La primera
lectura de hoy abunda en el mismo tema. El pueblo pidió a Samuel que les
nombrara un rey. En otro lugar, distante en la geografía palestina, en la
familia de Benjamín, había crecido Saúl (el texto se explaya en describirlo
como un tipo fuera de serie en su parte humana; es como la presentación en
sociedad de un muchachito bien plantado, y tanto más exageradamente descrito
cuanto ya se le está viendo como un elegido de Dios.
Fue
el caso que a su padre se le habían extraviado unos animales. Y encarga a su
hijo que –junto a un criado- busquen a
los animales perdidos. Y se va describiendo cómo han de pasar de una región a
otros, de un sitio a otro…, hasta venir a dar con Samuel, el vidente del Señor.
Aquí se pierde ya el interés por los animales perdidos, porque lo que Saúl
recibe de Dios es la afirmación de que ese
muchacho es el elegido por Dios… Samuel lo unge, y le hace saber que ha de
ser ahora el conductor y defensor de Israel.
Se
pierden las burras…, hay que recorrer valles y serranías…, ir de un sitio a
otro… Y llegar adonde está el vidente… ¡Casualidades…! La Providencia de Dios
ha estado abiertamente expresada aunque nadie se diera cuenta… El Señor sí
sabía por dónde iba. Y de entre todos los posibles, Dios lo ha querido ungido a
él. ¿Por qué? Y ¿por qué no? La verdad
es que la descripción de “superhombre” utilizada por el redactor del libro no
hacía ninguna falta. Dios no elige ni por guapos, ni por altos, ni por listos…
Dios llama PORQUE SÍ.
Y
“porque sí”, llamó a Mateo y “porque sí” ungió a Saúl como rey.
Vuelvo a decir: ¡es el misterio de la gratuidad de Dios! Ahí nos miramos a
nuestra propia realidad, y podemos sentirnos gozosamente elegidos del Señor, no
por los méritos ni cualidades de cada cual, sino porque Dios quiere con su
querer a fondo perdido.
Evidentemente
que cualquier persona de corazón noble sabrá dar una respuesta. Leví lo hizo
expresando su alegría con un banquete al que invitó… ¿a quién iba a invitar,
sino a sus “amigos”…, los otros publicanos? Y Jesús participó de esa fiesta, aunque
los fariseos se escandalizaron. Ellos eran “los puros” y desde su posición
juzgaron a Jesús que comía con pecadores… En la Providencia de Dios hay algo
evidente: que Jesús no ha venido sino para los pecadores, como el médico acude
a quien está enfermo.
Todo bautizado es llamado a seguir a Jesús y a ser santo. ¿Por qué?
ResponderEliminarPorque sí. Porque esto es así.