Parábolas de
luz
Me
producen siempre una atracción especial las pequeñas parábolas que Jesús
contaba al paso, y que ni se advierten fácilmente como parábolas. Hoy hay dos:
Mc 4, 21-25.
La
primera es más reconocible: la luz se enciende para ponerla sobre el candelero
y no bajo la cama. Porque si se enciende es para que ilumine. Así luzcan vuestras obras que –al verlas-
los demás alaben al Dios del Cielo. O también San Pablo: Todo lo que hagáis o digáis sea siempre a
gloria de Dios.
Donde
hay una novedad es en la segunda parte: “Si
se esconde algo es para que se descubra; si algo se hace a ocultas, es para que
salga a la luz”. Y lo primero que le salta a uno es una duda sobre la
verdad de esa afirmación. Porque lo que uno oculta, pretende que quede oculto.
Para algo lo ocultó. Pero Jesús es más
largo que eso. Hay un “in ocultis”
que Jesús mismo recomendó repetitivamente: “Cuando
ores, cuando ayunes, cuando des limosna…, hazlo en secreto. Y Dios, que ve lo
secreto, te recompensará”.
El
“secreto” de la persona está en su modo de hacer o dejar de hacer, pero el
reflejo de lo hecho o lo evitado, salta a la luz sin que tal persona lo
pretenda. Uno que tiene una caridad profunda hace sus obras sin ir con la
trompeta por delante. Las hace como parte de su misma respiración. Ni siquiera
él tiene que esforzarse. Le sale como le sale respirar. El que verdaderamente
ora (y ese “verdaderamente” tiene
mucho calado), proyecta sin pretenderlo que en su alma luce y hasta brilla un
modo distinto de hacer y de ser. Lo que entró en su alma, allá en “lo secreto”,
brota a borbotones en sus sentimientos, reacciones, pensamientos, juicios,
expresiones. Por eso, nada secreto queda secreto. Reverbera y se hace luz que
hace alborada por donde la persona pasa.
¿Por
qué a Jesús se le pegaba la gente como las moscas a la miel? Porque Jesús era
luz hasta cuando pretendía que la gente se callara. Pero ¿quién le puede poner compuertas
al sol?
La
otra parábola es más de lo mismo: “la
medida que uséis, la usarán con vosotros, y con creces. Al que tiene se le
dará; al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene”. Yo sé que incluso
personas de un nivel espiritual alto se escandalizan con esa afirmación. Y sin
embargo nos basta mirar alrededor y comprobamos cómo Jesús tomaba sus
expresiones en la misma vida que tenía a su alrededor, aunque Él tenía esa
fuerza misteriosa para expresarlo de modo rasgante.
Mi
“medida” de bien pensar, de bien hablar, de bien juzgar, de bien sentir, de
buen fondo “del ojo de mi intención”,
va a contagiarse. Sin que yo lo pretenda, voy a sembrar bienestar a mi
alrededor. La persona va a sentirse acogida. Dispares ejemplos pero muy fáciles
de entender: el niño se apega donde encuentra cariño, El perrito se apega a
quien lo acaricia. Esa es la medida con la que lo que doy se
convierte en boomerang que regresa hasta mí.
Si
provoco malestar, espíritu crítico, curiosidades inútiles, caras de perro…,
pocos se me van a venir a mi lado. ¡Cuántas personas se sienten solas…! ¿Qué
sembraron? Es la pregunta del millón. La medida que reciben, y con creces, fue “su
medida” en la vida. Y aquí no estamos hablando
de nada sobrenatural, ni de cielo ni de infierno. La vida se encarga. Y cuando
uno ve unos efectos que se repiten, lo único sincero es mirar la propia medida.
Por
eso, quien tiene, aumenta “su peculio”: más acudirán a él, más lo buscarán, más
acompañado estará, más podrán acudir a él para aconsejarse o para desahogar una
pena.
A
quien no tiene…, no fomenta lo positivo, lo alegre, lo optimista, lo que
relaja, lo que deja agusto…, “aún lo que
tiene se le quitará”. Lo que, en principio, puede ser que se va a él o
ella, va a tener pronto una reacción. Nadie quiere que a su pena se le quite
importancia porque el otro quiera hacer “más importante” la suya. Nadie va a
pedir un consejo al que es un egoísta redomado y va a cambiar las tornas para
volver el tema sobre sí o a favor suyo…, o simplemente “pasa” olímpicamente,
porque él vive solo para sí. ¡Se queda más solo que la una, y tiene que
retroalimentarse con su mismo egoísmo para sobrevivir! Aun lo que tiene
-¡porque algo tiene- lo acaba perdiendo… La gente se aparte haciendo fu como el gato.
Cambiamos
las tornas y nos ponemos junto al que sonríe y habla bien de otros, y busca la
parte buena y siempre tiene un resquicio para ver la media botella llena…
(aunque no es tan tonto que no vea que la otra mitad está vacía). ¿Pero es que
no vale la parte que está llena? ¿No se puede hacer algo, y aun mucho, con esa
mitad llena? Y el optimista, alegre, de corazón sano, es como el paterfamilias
que saca siempre “cosas buenas” de su arcón. Por eso no se queda solo, se le
apegan otros, llega uno a sentirse mejor… [Y él tiene sus penas… Pero no va
sembrando penas; ¡que bastantes penas tienen los demás!…, y a él/ella le quedan
todavía espaldas para ayudar a otros a acarrear sus cargas]. A quien tiene, se le dará. Su paga será
ese bien que ha sembrado…, aunque sea a costa suya. Sabe muy bien que El Señor es el lote de su herencia.
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