19 de enero de 2014 (Zenit.org) - Como cada domingo, el papa
Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el
Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la plaza de san Pedro.
Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo,
que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el pontífice argentino les
dijo:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Con la fiesta del Bautismo del Señor, celebrada el pasado domingo,
hemos entrado en el tiempo litúrgico llamado “ordinario”. En este segundo
domingo, el Evangelio nos presenta la escena del encuentro entre Jesús y Juan
el Bautista, cerca del rio Jordán. Quien la describe es el testigo ocular, Juan
Evangelista, que antes de ser discípulo de Jesús era discípulo del Bautista,
junto con el hermano Santiago, con Simón y Andrés, todos de Galilea, todos
pescadores. El Bautista ve a Jesús que avanza entre la multitud e, inspirado
del alto, reconoce en Èl al enviado de Dios, por esto lo indica con estas palabras:
«¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!» (Jn 1,29).
El verbo que viene traducido con “quitar”, significa literalmente
“levantar”, “tomar sobre sí”. Jesús ha venido al mundo con una misión precisa:
liberarlo de la esclavitud del pecado, cargándose las culpas de la humanidad.
¿De qué manera? Amando. No hay otro modo de vencer el mal y el pecado que con
el amor que empuja al don de la propia vida por los demás. En el testimonio de
Juan el Bautista, Jesús tiene las características del Siervo del Señor, que
«soportó nuestros sufrimientos, y aguantó nuestros dolores» (Is 53,4), hasta
morir sobre la cruz. Él es el verdadero cordero pascual, que se sumerge en el
rio de nuestro pecado, para purificarnos.
El Bautista ve ante sí a un hombre que se pone en fila con los
pecadores para hacerse bautizar, si bien no teniendo necesidad. Un hombre que
Dios ha enviado al mundo como cordero inmolado. En el Nuevo Testamento la
palabra “cordero” se repite varias veces y siempre en referencia a Jesús. Esta
imagen del cordero podría sorprender; de hecho, es un animal que no se
caracteriza ciertamente por su fuerza y robustez y se carga un peso tan
oprimente. La enorme masa del mal viene quitada y llevada por una creatura
débil y frágil, símbolo de obediencia, docilidad y de amor indefenso, que llega
hasta el sacrificio de sí misma. El cordero no es dominador, sino dócil; no es
agresivo, sino pacifico; no muestra las garras o los dientes frente a cualquier
ataque, sino soporta y es remisivo. ¡Y así es Jesús! Así es Jesús: como un
cordero.
¿Qué cosa significa para la Iglesia, para nosotros, hoy, ser
discípulos de Jesús Cordero de Dios? Significa poner en el lugar de la malicia
la inocencia, en el lugar de la fuerza el amor, en el lugar de la soberbia la
humildad, en el lugar del prestigio el servicio. Es un buen trabajo, ¿eh?
Nosotros, los cristianos, debemos hacer esto: poner en lugar de la
malicia la inocencia, en el lugar de la fuerza el amor, en el lugar de la
soberbia la humildad, en el lugar del prestigio el servicio.
Ser discípulos del Cordero significa no vivir como una “ciudadela
asediada”, sino como una ciudad colocada sobre el monte, abierta, acogedora y
solidaria. Quiere decir no asumir actitudes de cerrazón, sino proponer el
Evangelio a todos, testimoniando con nuestra vida que seguir a Jesús nos hace más
libres y más alegres.
Al término de estas palabras, el santo padre rezó la oración del
ángelus. Y al concluir la plegaria prosiguió:
Queridos hermanos y hermanas,
hoy celebramos la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado,
con el tema "Los migrantes y los refugiados: hacia un mundo
mejor", que he desarrollado en el Mensaje publicado hace tiempo.
Dirijo un saludo especial a los representantes de diferentes comunidades
étnicas que se encuentran aquí reunidas, en particular a las comunidades
católicas de Roma.
Queridos amigos, estáis cerca del corazón de la Iglesia, porque la
Iglesia es un pueblo en camino hacia el Reino de Dios, que Cristo Jesús ha
traído en medio nuestro. ¡No perdáis la esperanza de un mundo mejor! Os deseo
que viváis en paz en los países que os acogen, custodiando los valores de
vuestras culturas de origen.
Quisiera agradecer a aquellos que trabajan con los migrantes para
acogerles y acompañarles en sus momentos difíciles, para defenderles de
aquellos que el beato Scalabrini definía como 'los mercaderes de carne humana',
que quieren esclavizar a los migrantes. De manera particular deseo agradecer a
la Congregación de los Misioneros de San Carlos, los padres y las monjas
Scalabrinianos, que tanto bien hacen a la Iglesia y se hacen migrantes
con los migrantes.
En este momento pensemos en tantos migrantes... tantos… y en los
refugiados, en sus sufrimientos, en su vida, tantas veces sin trabajo, sin
documentos, con tanto dolor. Y podemos, todos juntos, dirigir una oración por
los migrantes y los refugiados que viven en las situaciones más graves y
más difíciles: Dios te salve María...
Después de rezar un Avemaría, llegó el turno de los saludos que
tradicionalmente realiza el pontífice:
Saludo con afecto a todos vosotros, queridos fieles provenientes
de diferentes parroquias de Italia y de otros países, así como a las
asociaciones y grupos diversos. En particular, saludo a los peregrinos
españoles de Pontevedra, La Coruña, Murcia y a los estudiantes de Badajoz.
Saludo a los ex alumnos de la Obra Don Orione, la Asociación de Laicos Amor
Misericordioso y la Coral "San Francisco" de Montelupone.
Y concluyó, como de costumbre:
"A tutti auguro una buona domenica e
buon pranzo. Arrivederci!" (Deseo a todos un buen domingo
y una buena comida. ¡Hasta pronto!)
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