Ahondando
De
las convicciones más seguras que tenemos, una es la de saber que no damos un
paso sin Dios, sin la ayuda y el impulso de Dios. Y supuesta esa convicción mental,
no podemos negar que -allá en el fondo- acabamos colgándonos nuestras “medallas”
personales…, y que subrepticiamente se cuela la idea de que Dios nos da… en
relación a nuestros “méritos”.
La
1ª lectura de hoy (1Sam 16, 1-13), como la de hace unos días en la elección de
Saúl, deja patente que la elección es puramente de Dios, que Él y sólo Él es
quien lleva la iniciativa, y que Él es quien llama o da cuando quiere, como
quiere, donde quiere. Y bien podemos ver que los mismos escritores sagrados
caen en su “trampa”, pues –partiendo las dos veces de que Dios no depende de
las apariencias- acaban ensalzando primero la belleza humana tanto de Saúl como
de David, para cavar diciendo que Dios dice: “Ese es”. Nos es muy difícil a los humanos acabar plenamente
convencidos de que aún esos detalles sobran, cuando lo que se está queriendo
resaltar es la gratuidad absoluta de Dios en sus elecciones. Dios llama a quien
quiere y porque quiere. ¡Porque sí! Jesé ni había contado con su pequeño David a
la hora de presentarle a sus hijos al vidente Samuel. Si tenía delante a los
mayores y aún aguerridos hijos…, siete (símbolo de plenitud), ni se le ocurre
llamar a David, que está pastoreando el rebaño. ¡Y sin embargo no puede
sentarse Samuel a la mesa hasta que no llamen a ese, porque no se ha
manifestado aún Dios en la elección de alguno de los siete.
No
es de poca monta esta reflexión, y la conversación ordinaria nos hace ver que –allá
en el fondo- existe una “relación” entre las bondades de alguien y las
elecciones posteriores de Dios. [Hasta en Zaqueo, nos fiamos mucho más en lo
que él hace que en el núcleo de la narración evangélica que está en la parada de Jesús bajo el árbol; su mirada
hacia arriba a Zaqueo, la llamada expresa y nominal…, porque hoy quiero
hospedarme en tu casa. Una serie de
datos que Zaqueo no había ni soñado, y que indican a las claras que toda la
iniciativa e independiente- es de Dios].
Y
pasamos al evangelio de Mc 2, 23-28. Posiblemente sea menos significativo este
episodio para quienes no han tenido experiencias de campo abierto…, de meterse
entre los sembrados, de hacer tantas veces lo que hicieron los apóstoles. Yo, que lo he hecho tantas veces –y no
precisamente por hambre- doy fe del placer que supone arrancar unas espigas,
triturarlas en las palmas de las manos y echarse esos granos a la boca. Por
nada; por ninguna necesidad. ¡Por el simple goce de la naturaleza!
Por
eso, cuando leo este hecho, veo la espontaneidad y naturalidad de aquellos hombres
–los discípulos- que hacen lo más instintivo que se puede experimentar ante un
sembrado de trigo, pasando por la verada de al lado. Y eso, ni rompe una regla,
ni es “robar” un fruto, ni podía ser (ni de lejos) un fallo contra el descanso
sabático. Claro: si de la práctica del descanso sabático no se ha hecho un
ídolo, que sobrepasa la voluntad que tuvo Dios al establecer ese día de higiene
mental, laboral, espiritual.
Pero
los fariseos tenían doble motivo para salir al paso y lanzar la crítica contra
Jesús… Y así lo aprovechan criticar la acción. Es evidente que aquello de ayer
del “vino nuevo en odres nuevos” ni
les ha rozado a aquella falsa espiritualidad. Para ellos “bueno es el vino
viejo”, y con él se sienten tan tranquilos y tan respaldados. Y no han de
complicarse más en su modo de “religión”.
Con
esa materialidad –hasta ridícula- del sábado paralizante (tal como ellos lo
habían hecho) tenían asegurada su “tranquilidad”. Por supuesto que ni esa “práctica”,
ni luego la Palabra de Dios que se lea en la sinagoga, va a tener la más mínima
influencia en sus vidas. Les habrá bastado con “asistir”…, y si Jesús “hace
algo” para ayudar y liberar a alguien necesitado, será para ellos una “violación”
de la santidad del sábado. Habrán asistido a la sinagoga para envenenarse,
criticar, atacar a Jesús, molestarse porque los enfermos vienen el sábado en
vez de otro día.
Es
decir: la Escritura divina, la Palabra viva y eficaz, ha quedado huera en sus
corazones. No ha hecho ningún efecto purificador y aun exigente para nuevas
posibilidades. La Escritura les ha sido esa droga de mero cumplimiento, y el
sábado se habrá convertido en un fetiche que adoran más que al mismo Dios.
Jesús
les dio respuesta con los mismos valores que ellos tanto defendían: David, el
venerado rey, se saltó las barreras de lo mandado cuando fue necesario pasar a
una realidad perentoria, e hizo lo que no le estaba permitido hacer…, pero que
en ese momento era mucho más acorde con lo que podía querer Dios. En su medida,
también David hubo de poner “odre nuevo” ante un “vino nuevo” que se le había
presentado.
Y
la conclusión de Jesús es muy clara: “el
sábado se hizo para servicio del
hombre, y no el hombre paralizado
por el sábado”. Lo que amplía la visión en muchos grados… Y esos son los
que una y otra vez necesitamos plantearnos: tras nuestras fidelidades a la
oración, a los sacramentos, a la misma Eucaristía…, ¿podemos echar una mirada
retrospectiva para ver si al cabo de un tiempo se han transformado actitudes y
formas personales, que supongan que hay odres
nuevos que reciben el vino nuevo de
Jesús? Vamos: que hoy hay alguna novedad en la vida personal, que ha
adentrado en el alma lo que es la verdadera vida CRISTIANA (seguimiento de
Jesús).
Ser cristiano será algo así como vivir como enseñó Jesús. Es difícil a veces, pero pienso que si quieres y pones un poco de voluntad, algo sale positivo. No con nuestras solas fuerzas, pero tenemos que poner algo aparte de una aparente vida devota y de oración que puede ver el que te contempla, pero Dios ve lo verdadero. Lo de dentro.
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