ELEGIDOS DEL
SEÑOR
Un
término que de una u otra forma aparece en las dos lecturas de hoy. Saúl, respetada
su vida por David, porque es “el ungido
del Señor”.
El
Evangelio, en el que la gran “unción” que reciben aquellos Doce es la de la
voluntad favorable de Jesús que “llamó a los que Él quiso”. Así de
simple, se sencillo, de sublime. Sube Jesús a la montaña, “llama a los que Él quiso, y se fueron con Él”. Y el evangelista va
plasmando los nombres de los elegidos de Jesús, uno detrás de otro, y algunos
con alguna coletilla que les identifica de modo particular. Desde el Simón Pedro (piedra, fundamento de ese grupo
de Doce); “Truenos” para Juan y Santiago,
tan fogosos y explosivos, hasta llegar a Judas Iscariote (que siempre aparecerá
en las listas con el baldón de “traidor”, “el que lo entregó”).
Ahora
bien: cuando Jesús elige a los Doce, están todos en igualdad de condiciones. En
otro evangelista se dice expresamente que los elige “para que estén con Jesús y para expulsar demonios” (para la obra mesiánica,
de la que han de ser instrumentos y continuadores; también Judas, por supuesto,
porque a Jesús no se le podía ni pasar por la mente elegir a uno para que fuera
traidor). Todos están en la línea de salida con las mismas posibilidades de
llegar triunfadores a la meta. A todos los instruyó igualmente Jesús, ante
todos ellos realizó sus obras; todos vieron las mismas cosas. Ante todos se
abrió el mismo horizonte.
Nunca
me resisto a ver un rastro de aquella
elección de los que Jesús quiso. Y
en el “rastro” de esos Doce, irnos situando cada uno de nosotros. Los siempre
decididos (y hasta imprudentes) pero inmensamente nobles, como Simón. Los “hormiguitas”
como Andrés, que están en la penumbra, y sin embargo fue el responsable de que
Simón conociera a Jesús y fuera conocido de Jesús. Los Santiago y Juan, “truenos”
que se pasan tres pueblos en diversas ocasiones por la impetuosidad de su
temperamento. Tomás, otro volcán dispuesto a “morir con Él”…, y terco como él
solo ante el anuncio de la Resurrección que le hacen los compañeros. Los “Bartolomé”,
de vida interior, amante de la noche, bajo su misteriosa higuera…, a quien
Jesús le anunció que vería “cosas mayores”;
por una parte tan íntimo y por otra parte “discípulo oculto”… Los “Felipe”, que
también conducen a Jesús cuando alguien duda de quién es y cómo es el Maestro…,
y se desaniman porque “¿de dónde pueden sacar pan para dar de comer a una
multitud? Queda Judas…, y no sé si decir “los Judas”, aunque preferiría que se
quede solo en su sitio, sin que nadie se pueda sentir en ese espantoso rastro y
baba de quien no supo dejarse amar, ni amar otra cosa que su “YO” y sus ideas.
Pudo ser “San Judas” y quedó en un ahorcado por la desesperación y con las
entrañas –malas entrañas- reventadas, abiertas y desparramadas por el suelo,
como quien deja a la vista –de una vez- lo que había albergado en ellas a
través de un proceso de deterioro de su persona y de sus sentimientos.
Ahí
está ahora el rastro…, tras de quién, cómo y por qué nos situaríamos. Hay por ahí un “ejercicio” de la dinámica de
grupo por el que –una vez que se han descrito “tipos” diversos, cada
participante del curso se debe situar en la silla que corresponde al tipo que
él cree representar. Y los otros tienen la posibilidad de venir a levantarlo de
esa silla y situarla en otra (porque alguno no se colocó realmente en donde le
correspondía, quizás por no conocerse, quizás por esa tendencia a aparecer como
“mejor”). Ahora nosotros nos estamos situando tras cada apóstol, tal como nos
consideramos a nosotros mismos. Somos unos
elegidos porque Él nos quiso, y ahora cada cual hemos de desarrollar todas
nuestras capacidades para ser y estar realmente en ese lugar que corresponde a
quien ha sido particularmente querido por Jesús.
Si
hiciéramos un planing de dónde nos
situamos cada uno, y pudiera verse virtualmente, con posibilidades de que venga
otro, nos levante de ese sitio y nos sitúe en otro diverso lugar, estoy seguro
lo que nos iba a molestar. Soy testigo de situaciones así. Y tengo evidencia de
quienes vendrían a levantar a alguien para colocarlo cuatro sillas más abajo,
como es evidente que otros harían con ese o esa tal que vino a corregir el
sitio. ¿Cree alguien que Simón iba a dejar a Juan “sentarse a la derecha o a la
izquierda del Jesús-futuro rey? ¿Se iba a dejar Tomás que otros supieran o
pudieran más que él, que era quien estaba dispuesto a lo más…, aunque luego
fuera un insolente? ¿Iba Judas a aceptar
que lo colocaran en la cloaca de aquel grupo, cuando él se sentía el único
conocedor de los errores del mesianismo de Jesús, que fueron los que le llevaron
a pretender apartarlo de la vida pública…, porque era insufrible su palabra?
De
verdad: ¿dónde nos situaríamos cada uno, con la verdad del corazón en la mano,
sin dar lecciones a nadie, sin cambiar a nadie de su silla…, porque bastante
tenemos cada uno con mirarnos a nosotros mismos y conocernos…, y saber el mucho
trayecto que queda entre “Simón” y Pedro, entre pedir fuego del Cielo y
escribir las cartas sublimes sobre el amor cristiano; entre el Judas elegido
para todo lo más y el “traidor”…?
O
entre el David, noble, respetuoso hasta la veneración del “ungido del Señor”, a
quien respeta aunque Saúl viene para matarlo…,y el propio Saúl, envidioso, de
instintos de muerte, sentimentalón al momento siguiente, lloroso, arrepentido…,
para volver luego a las andadas…
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