LA MINUCIA
Cuando me pongo esta mañana ante
el blog, sin una materia definida para comentarla, se me ha ido el pensamiento ante
“la minucia”. Porque estos días y sucesos correspondientes, me van haciendo acariciar
esa realidad de lo pequeño.
Navidad es la exaltación de lo “mínimo”:
si se va uno al protagonista de toda la fiesta, estamos ante la poquedad de un niño
recién nacido. Si levantamos los ojos, María nos muestra a la joven madre, que
viene de aquel trozo de Palestina del que se decía como refrán: De Nazaret puede salir algo bueno”. Y
por poco que se eche la mirada al otro lado, José es un hombre que no destaca
precisamente por ser una persona de rompe y rasga.
Si algo podemos captar ante el
hecho de Belén es lo pequeño que fue todo…, lo pequeño de las actitudes humanas
que van jalonando aquella pequeña historia. Y sin embargo las expresiones más
repetidas en cualquier conversación que toque el tema son: paz, serenidad, pobreza, ternura, humildad, siempre con esa
referencia a un episodio “mínimo” que ha llamado la atención especialmente por
ese mínimo.
Estoy asistiendo a esa feria paralela
de los “regalos”, duplicados ahora por esa costumbre nueva de regala en Navidad,
dejando paquetes colgados del abeto que se ha entrado por las puertas,
exportado de otras culturas y otras latitudes. Y en tanto que en sus ramas quiera
mostrar un detalle de cariño, tendría justificación: sería una noche con ese “toque”
bonito de festejar con un pequeño recuerdo el acontecimiento central. Sin un gasto
mayor, se ha “cantado el villancico” de lo cariñoso…, ten pequeño y simple como
el villancico popular, y tan rico como ese recuerdo obsequioso hacia los que
viven en familia la Noche Buena, momento particulares sentimientos de buen
corazón, de unión, de reencuentro, de dejar limadas diferencias.
Todo queda en el valor del gesto
más que en la materialidad del regalo. Se cumple aquello tan valioso de “yo no necesito de más cosas; yo tengo necesidad de ti”. Algo que lo mismo es el gozo de una esposa o
esposo, de un hijo o hija, o de unos ancianos de la familia. Es salir de la dinámica ficticia y cubre-conciencias de los obsequios
llamativos, y entrar en el terreno sagrado de la valía de la otra persona, que
ya está atiborrada de “cosas”…, pero muy carente del calor humano.
Por eso la “política” del
regalar debe ser digna de revisión, porque el valor de la minucia con el cariño del alma, sobrepasa en muchos enteros a esos
regalos grandes, deformadores del amor, porque se pone la fuerza mucho más en
el tamaño, en la apariencia, en el valor económico… Y hay que hacer de
inmediato el test de comprensión, cercanía, cariño, ternura, detalles de la
vida diaria…, de aquel “colectivo”, para ver qué se encierra bajo esos grandes
regalos.
¿Estamos educando al niño con
esa avalancha de obsequios, y costosos obsequios que le hacemos? ¿Estamos ayudándole a valorar y entender la
verdadera Navidad cuando más que el “misterio” –el “Belén”- lo que el niño está
esperando es el “regalo”. ¿Nos hemos
sentado a explicarle los detalles de ese “nacimiento” que adorna una esquina de
la habitación? ¿Hemos hecho el esfuerzo porque ese día no sea tan deformante
como tantas etapas del niño? [Y lo digo
lo mismo de las primeras Comuniones…, del reconocimiento de unos méritos de
unos estudios…, o de cualquier evento festivo, que el niño tiene asociado (o
por mejor decir “sustituido”) por ese regalo substancioso que le van a hacer.
Hemos metido al niño, desde muy pequeño, en ese infierno de una sociedad
crematística en la que tanto tienes,
tanto vales].
Por eso me he encontrado hoy
atraído hacia la minucia, por ese
valor humano, familiar, sentimental…, esas expresiones de afecto, de cariño, en
las que se ve el alma de la persona más que su billetero… Ese beso de los
esposos, más valioso que la joya que se prende al pecho, porque en el beso sincero,
tierno, cariñoso va la persona. En la joya, puede ir…, pero su valor sería no
el del oro o los brillantes.
La minucia de la prudencia, el
momento oportuno, la prudente distancia, el silencio respetuoso, el ramillete
de unas flores, el saber estarse felices por estar juntos, sin pretender salvar
“el rato” a base de estar hablando…, porque al silencio hay también que
valorarlo…, y las mil “invenciones” del afecto…, son esas pequeñas cosas, esas minucias,
que adquieren un valor elevado. Son delicadezas- Es haber conocido a la otra
persona. Es saber poner el núcleo donde verdaderamente tiene que ponerse, y
nunca hacer la ficción del regalo llamativo si más allá ese regalo queda huero.
¡Cómo podríamos cambiar hábitos,
con sólo conocer al otro y hasta preguntarle una preferencia, antes que
atiborrarle con un gusto propio que se impone al deseo del obsequiado.
Regalar por regalar es una de las grandes mentiras de la falsa Navidad, o como yo la llamo, "la navidad del Corte inglés". La que se ha introducido por las rendijas de casi todas las ventanas y puertas de las casas, porque en vez de rezar, leer la Palabra o vivir verdaderamente la Misa, se ve la televisión. El verdadero regalo de la Navidad debería ser entregarnos a Jesús unos a otros. Fuera esos celos por ese o esa que me hace sombra, esas envidias porque aquel tiene lo que yo no. Luego puede venir lo material, el detalle envuelto en papel.
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