Más de lo
mismo…, y más
No
sería yo si me quedara con lo dicho ayer. Porque ayer me quedé en una sola
parte del evangelio de Mc 1, 29-39. Y seguirá en ella como una base para poder
explicarse las etapas “naturales” con las que se va produciendo cada cosa a su
tiempo- la transformación del “oyente” al “amante”, y del amante al que llega a
sentir en sus entretelas (en su “pellizco dentro”), de verdad, y no como mera
frase para una estampa: Ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Es evidente que no es un mero proceso
humano ni de esfuerzo humano. Se trata, eso sí, de crear ese clima personal que
va haciendo de esponja para asumir y asimilar la experiencia como vivencia. Por supuesto que aquellos 4 hombres no habían
olido (¡y mucho tardarán en vivenciarlo!), pero si no oyen, si no escuchan (que es oír con mucho interés
y deseo de captar), nunca podrían llegar a esa experiencia más profunda del
conocimiento afectivo (del corazón). Si oyen, escucha, acogen amorosamente, y
se dejan tocar por el dado del Espíritu, se llegará a la maravilla de Pentecostés,
en la que salen “otros” de los que habían llegado.
Por
eso, esas horas de escucha del Maestro en la casa de Simón, eran claves para
saber en “dónde” estaban, y que aquel seguir a ciegas a Jesús, era mucho más…,
¡muchísimo más!, de lo que ahora van vislumbrando.
Tan
metidos estaban en el tema que no advirtieron que las gentes se habían agolpado
a la puerta, con el reclamo de sus enfermos en primera línea. Cuando fue a
salir Jesús se encontró con aquel espectáculo…, con gentes que tienen ese
instinto natural de acudir a donde descubren un valor…, un Corazón que sabe
meterse en el sentir de los demás. Y bien lo pudieron palpar cuando no hace
Jesús más que abrir la puerta de la casa y el escaparate de los enfermos y
posesos le “coge el pellizco”. Ya no puede
quedarse mirando. Y se va hacia ellos y va interesándose por cada uno y
curándolos o liberándolos de sus desgracias. Eran todos ellos unos gestos
mesiánicos que abrían la atención de las gentes hacia ese “Alguien” distinto
que tienen ante sí. Y Jesús –después-
les habla. Ya han visto los hechos, pero ahora deben ir más a las causas. Y LA
CAUSA es que está llegando el reino de
Dios. Ahí nace la acción y la palabra de Jesús.
Acabó
el Maestro su charla; Jesús despidió a las gentes. Se retiró al interior. Cuando llegó la hora
de descansar, los hombres –discípulos- se arrebujaron en la habitación, y Jesús
se quedó junto a la puerta, como pastor que así protege a su grey. Pero como allí no había de qué proteger, la
intención de Jesús era muy clara: poder salirse de allí al rayar el alma, sin
que nadie advirtiese su salida. Jesús había dado… Pero Jesús necesita “llenar” su depósito…
Jesús necesita entrar en silencioso diálogo con Dios. Necesita ORAR con una
oración de esparcimiento de su alma, de encuentro íntimo con el Dios de Israel…,
con una pregunta abierta: ¿qué quieres ahora de mí, mi Dios?
Otra
vez se han venido buen número de gentes atraídos por el deseo de seguir con
Jesús… Los discípulos se encuentran que Jesús no está en la casa. Lo buscan por
los alrededores y lo encuentran sumido es su oración. Y como ellos no entienden
demasiado de lo que es un ORAR SERIO, íntimo, lo sacan de su intimidad con la
cosa de que todo el mundo te busca. Y Jesús, que oró en serio, responde que “vamos a otra parte, porque para eso he
venido”. Aquí me sería cómodo permanecer; ya tengo al pueblo a mi favor.
Pero hay otros pueblos y otras gentes, y yo he de ir ahí…: para eso estoy aquí.
Y
salieron de camino: y vienen a toparse con el leproso [evangelio de hoy (1,
40-45)] que a distancia (respetando las normas sociales de la época), le pone a
Jesús en un brete. No pide, no llora, no presiona, no insiste… Hace una de las
oraciones más bellas que hay en los evangelios: Señor, si quieres, puedes
limpiarme. Esa oración que pone el
propio dolor delante, pero deja todo en manos de Dios. Aquello era tocar de lleno el propio corazón
de Jesús. A Jesús –que sabe vivir en carne propia el dolor de ese hombre-, no
le queda otra respuesta que dar en afirmación lo que el leproso había puesto en
condicional: Quiero, queda limpio. La
oración del leproso fue un “desafío respetuoso”. La respuesta de Jesús, la gran
realidad de Jesús. Jesús se hallaba en esos retos que pone la vida diaria, ante
los que hay que saber reaccionar. Y la reacción de Jesús es meterse dentro del
personaje que tiene delante, vivir sus mismas realidades, sentirse Él un
leproso que grita y necesita… Y “desde la basura, levantar al pobre”. Y una vez
hecho, quiere pasar Jesús desapercibido, y le dice al leproso curado que no
diga nada por ahí fuera, salvo al sacerdote que debe certificar la curación.
¡Era
pedir lo imposible! Primero, porque aquel hombre devuelto a la vida social y
pudiendo ser una persona normal, no puede menos que proclamarlo a voces. Y –segundo-
, porque bastaba ya verlo entra la gente
y normalizada su piel, para que todos advirtieran y preguntaran.
Lo
que LA ESCUELA DE ORACIÓN (de los terceros viernes) pretende: irnos llevando a
interioridades del Evangelio…, nuevas interioridades personales…, a dejar que
el Señor nos pueda ir “cambiando el paso”, y abrir un suficiente ámbito de
silencio y recogimiento en el que sea posible que la Palabra revelada no sea
simplemente “meditada” sino sentida en
lo hondo de nuestro mismo estómago…
Yo he visto a mucha gente en actitud similar a la del leproso. Van detrás de una imagen muy famosa en Málaga, llegan hasta su capilla a rezar y pedir. Y yo, observando desde fuera, no tengo más que sentir compasión por estas gentes. Si yo, que soy una piltrafa, siento compasión, ¿que sentirá Jesús? Estoy seguro, que siente lo mismo que dice en el Evangelio hoy. Lástima. Y estoy seguro que a muchos de estos pequeños, Jesús les extiende su mano, y los toca. Los hechos se divulgan luego por todas partes, de lo que hizo Jesús con estas personas, y esa es la explicación de que una imagen como la del "Cautivo" lleve detrás tanta gente. Estoy convencido.
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