Más de lo
mismo
Más
de lo mismo en los dos temas de las lecturas. En la primera (1Sam 17, 32…)
leemos hoy la archisabida historia de la lucha de David contra Goliat. Como
historieta, bonita, con final feliz; gana el bueno y pierde el malo. Pero en su
entraña, una importante lección: el gigantón viene muy crecido con sus fuerzas,
todo pertrechado de armas ofensivas y defensivas, y viene despreciando al Dios
de Israel. David, un pastor sacado del rebaño, joven, de normal estatura, que
se ofrece a pelear por el pueblo de Dios, apoyado en la fuerza del brazo providente
de Dios. David derrota al gigante, con una sola piedra del arroyo, lanzada con
la destreza de un pastor. [El final,
macabro, es el que corresponde a un relator judío y, posiblemente a una forma
de actuación muy propia de ese pueblo, que no se limita a vencer sino a
rematar. Eso queda fuera del sentido providente de Dios, porque Dios no entra
en esos modos vengativos y truculentos].
En
el evangelio [Mc 3, 1-6], es la continuación de lo anterior. Venían Jesús y los
discípulos por el campo –cuando lo de las espigas- dirigiéndose a la sinagoga
para el “servicio sagrado” de la Palabra. Y ahí los tenemos ahora en la sinagoga, como
todo buen judío los sábados. No le dan esta vez la palabra a Jesús, quien está
entre las gentes. En primera fila, casualmente o no, un hombre con un brazo
paralizado. Podemos pensar que se desarrolló la sesión con normalidad; que
Jesús tuvo sus ojos puestos en aquel hombre paralítico, y que su Corazón no
podía dejar las cosas así. También podía mascarse en las miradas de los
fariseos el acecho que tenían sobre Jesús…: ¿actuaría?, ¿no actuaría?
Acabó
el acto religioso y Jesús se levantó de su asiento e hizo una pregunta a la
asamblea: ¿Se puede hacer el bien en un
sábado? O, por el contrario, ¿se puede dejar de hacer un bien? ¿Se puede dejar
que el mal venza en el mismo lugar en que se ha proclamado la Palabra de Dios? Y dice el texto que Jesús fue pasando la
mirada por todos los asistentes a la sinagoga… Conforme iban pasando los
segundos y nadie respondía (cada cual hundiendo la cabeza en el pecho como
quien dice: “a mí no me preguntes…”), en Jesús fue levantándose un sentimiento
de indignación creciente. Ya no era que “los de a pié” no se comprometieran,
puesto que –si se comprometían a favor del sí-, podían expulsarlos de la
sinagoga. La indignación se hacía sentimiento de ira cuando eran los mentores
de ese pueblo quienes lo tenían ahogado con sus fanáticas interpretaciones de
la Ley.
Jesús
decide actuar. Primero, es lógico, es el pobre enfermo. Pero había algo más que
“decir” allí… Había que liberar a esos asistentes de la esclavitud (peor que la
parálisis del enfermo) a la que les tenían sometidos sus jefes espirituales. Y
Jesús, sin hacer nada que fuera violación del descanso, dice una sola palabra: Extiende
tu brazo. El paralítico se
limita al gesto normalísimo que estaban haciendo todos en la sinagoga: mover su
brazo como un brazo sano. Jesús había hecho
el bien sin rozar siquiera el tema del “descanso sabático”.
Tanto
más indignados quedaban los fariseos cuanto que habían hecho el ridículo al no
dar respuesta a pregunta tan simple como la que les dirigió Jesús, como porque
no tenían argumentos para acusarlo, porque nada había violado la norma.
Entonces
hay que salir por la irracionalidad de un disgustado porque ha quedado herido
en su amor propio: atacar en vez de plantear con serenidad la situación. Y para
más borrón, los fariseos entran en connivencia con sus enemigos ideológicos –los
herodianos- para deliberar juntos qué hacer con Jesús.
El
relato evangélico de la liturgia del día acaba aquí. Pero a quienquiera que
conozca mínimamente el evangelio, aun sin leer más puede ya sacar la conclusión
del relato…, la actitud de Jesús: irse al
otro lado del mar. [Eso ya lo leeremos mañana, D.m.].
Pero
sí se puede ya sacar alguna reflexión práctica. Y yo la veo clara en esa “huida”
(varias veces reseñada en los evangelistas) por la que Jesús no está dispuesto
a entrar al trapo de tantas cosas, y prefiere poner tierra (o mar) por medio, y
pasar mejor por “fugitivo” que por peleón. Siento mi espíritu muy identificado
con esa línea. Es evidente que no comulgo con muchas cosas que se escriben o se
dicen o hay que vivirlas “in situ”. Que, por lógica, no entro acorde con formas
de proceder, juzgar y exponer. Incluso me han instado alguna vez –“por baja”- a
responder o aclarar determinadas entradas al blog (si es que ya hablamos de
algo muy nuestro). Bien veis que no lo hago. Prefiero esa especie de “huida”
como si nada tuviera que decir. Pero sigo (o quiero seguir) el procedimiento de
Jesús: no ser beligerante, no buscar discusión ni aceptarla…, “pasar a la otra
orilla” y, más de una vez irme en “esa barca” del sentimiento dolorido, al ver
que se prefiere seguir con el odre viejo…,
y el trabajo que cuesta entender –siquiera entender- que el vino nuevo requiere odres
nuevos. Y esos odres o están ya
preparados en la bodega de nuestro espíritu cristiano, o comprendo perfectamente
que se pretenda mantener el odre viejo… Y aliarse, si es necesario, con los
mismos “herodianos” con tal de seguir en la “antigua bodega. [La verdad es que quien esté siguiendo el
espíritu del Papa, podrá ver que él no está en esa dinámica de “lo de siempre”].
Goliat, de acuerdo con la narración bíblica, fue un soldado-gigante de la ciudad de Gat y paladín del ejército filisteo, que durante cuarenta días asedió a los ejércitos de Israel.
ResponderEliminarEn dicha historia fue derrotado y herido por David con una honda y una piedra (1ª de Samuel 17:4-23; 21:9) y murió decapitado por su propia espada.
Goliat era extraordinariamente alto para la media incluso para los estándares actuales, pues medía seis codos y un palmo (2,9 m). Su cota de malla de cobre pesaba 5.000 siclos (57 kg), y la hoja de hierro de su lanza 600 siclos (6,8 kg) (1ªSamuel 17:4, 5, 7). Era uno de los Refaím, y puede que haya sido un soldado mercenario del ejército filisteo (1Cr 20:5, 8; véase REFAÍM). Es necesario notar que la altura descrita en la Biblia acerca de Goliath es de aproximadamente 2,90 metros; mientras que Robert Wadlow, quien mantiene el récord Guinness del hombre más alto en la historia moderna, medía 2,72 metros a la edad de 22 años.
Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, y por tanto capaz de tener sentimientos de indignación y de ira. Es normal.
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