DOCILIDAD y
OBEDIENCIA
Comenzando
por la 1ª Lectura –[1Sam 15, 16-23]- ya hay hoy una enorme afirmación, que no
tenemos asimilada aún [y quien crea estar
de pie, ¡cuidado que no caiga!, en expresión de Pablo). Samuel –que había
ungido a Saúl como rey, por designio de Dios-, hoy ha de reprocharle que ha
hecho algo que desagrada mucho a Dios. Saúl hace “casi” lo que el Señor le mandó…, pero en el “CASI” estuvo su fallo. Y Samuel le dice: “¿Quiere el Señor sacrificios y holocaustos o quiere que le obedezcan? Obedecer vale más que un sacrificio; ser
dócil, más que grasa de carneros”. Y para dejar claro ese pensamiento,
apostilla: Crimen de idolatría es la
obstinación. [¿Creéis que estoy
escribiendo pensando en Saúl? La verdad
es que lo estoy sintiendo dentro. Palabra de Dios, viva y eficaz, penetrante
como cuchillo de doble filo, no puede leerse como quien tiene un libro delante.
Nos es más fácil a todos “materializar” nuestros cumplimientos y precisiones
–“sacrificios y holocaustos”- que nos permiten “ver” lo bueno que hemos hecho
(y que nos deja satisfechos), que intentar descubrir el posible “casi” que no ha respondido al verdadero
agrado de Dios].
Y
entra de lleno aquí la siempre “inquietante” parabolita del vino nuevo, odres nuevos, que hoy nos
aporta el evangelio del día: Mc 2,
21-22. Venía precisamente a pelo de aquella pregunta de los discípulos de Juan
B., que no comprendían que Jesús no siguiera al pie de la letra las “normas”
judías, en concreto “el ayuno” ritual. Si lo siguen ellos y lo siguen los
discípulos de los fariseos…, si es “el
holocausto y sacrificio” que hay que cumplir, ¿cómo es que tus discípulos no ayunan?, le preguntan a Jesús.
Y ahí es donde Jesús
viene a traducirles “al momento presente” lo mismo que Samuel le había dicho a
Saúl. Porque lo que importa no es mantener y conservar la materialidad de lo
“que se ha hecho siempre”, sino saber buscar lo que HOY agrada mas a Dios. No
vale, pues, pretender conservar los mismos odres cuando el vino que ha llegado
con Jesús (y el Nuevo Testamento), es un vino
nuevo. El evangelista Juan lo metió
por los ojos en sus detalles al contar lo ocurrido en Caná: se acaba el vino
que había. Punto final a “lo que hubo” (y que fue suficiente en ese período de
la historia). Ahora Jesús va a hacer tan nuevo el VINO, que empieza porque lo
que se traiga sea agua. [El mundo del AGUA en el evangelio de Juan es de una
importancia capital]. Y el vino que ahora salga de ahí, no es continuación ni
perfeccionamiento del anterior: es OTRO VINO, vino nuevo, que admira… Sólo cuando se asimile esta realidad, podrá
sernos diáfano que lo que Jesús ha traído no es poner algunos parches para
remendar y “mejorar” en algo lo que ya se venía teniendo. Hacen falta ODRES NUEVOS, mentalidad nueva [eso es “conversión”].
Los “parches” de tela nueva y fuerte sobre el “vestido viejo”, ni pueden
servir, ni “lo viejo” lo soporta.
Hace unos días
escribía yo la diferencia entre “orar” con la mente; orar con el corazón…, y
orar con el pellizco cogido al estómago…
Exactamente esto último es la petición que hemos de hacer al Señor para que
pueda vivirse en este “nuevo mundo” de la fe cristiana. Hay que pasar aún
muchos pueblos antes de creernos ya metidos en ese “nuevo mundo” que ha
presentado Jesús. Y, repito: quien crea estar de pie, ¡cuidado no caiga!...,
porque el porrazo será mucho más fuerte cuanto caigamos de “más alto”.
He dicho que el tema
se ha de resolver “pidiendo a Dios”. Por supuesto. La cosa es de demasiada
envergadura para pensar que pudiera ser el producto de “nuestro esfuerzo”. Pero
también porque necesitamos que esa oración, al tiempo que pedimos, nos haga
sentir que necesitamos dar pasos… Un paso primero: no estamos en esa dimensión
que plantea Jesús. Paso segundo: con humilde sinceridad, hemos de descubrir que
no llegamos fácilmente a tener conciencia de ello. El paso tercero es mucha
mayor humildad para sabernos pobres, que no tenemos la solución en las manos…,
pero que Dios es rico y que nos hace partícipes de su riqueza en la medida que
nos dispongamos a ser pobres. Y el cuarto paso fundamental es que sea yo quien
empiece a dar algún paso, por pequeño que sea, y deje que los otros tengan “su
momento” para dar “su paso”. Quiero decir: el mundo no se arregla mirando hacia
afuera sino “arreglándome yo”. Luego tendré a alguien a mi lado al que puedo “contagiar”
ilusión, esperanza, deseos… Y si le llega su momento –momento de iluminación
del Espíritu en su alma- podremos ser dos.
¡Parábola de la levadura!, que desde lo poco, va haciendo fermentar lo
mucho.
El Papa está lanzando
mil destellos hacia mil aspectos de la vida diaria, y lo hace con un lenguaje
muy inteligible. Que hay vino nuevo, y que lo hay en el momento actual, es
evidente. Pero el Papa plantea pequeñas reacciones, pero firmes reacciones, por
las que haya ODRES NUEVOS que puedan acoger ese VINO NUEVO…, tan nuevo como la
lozanía misma de Jesús y de su vida y enseñanza…, su EVANGELIO. El Papa no está
acentuando ahora “la ortodoxia”. Su acento está en “el hombre” (en la persona).
No está reduciéndose a los católicos. Está abriendo el alma “todas las naciones”, a todas las
mentes, a todas las ideologías. Lo que hace falta es una honradez muy fuerte
para que no establezcamos “la idolatría personal”, sino el convencimiento de
que Dios quiere la obediencia y la fidelidad de la persona A DIOS, más que
todos los holocaustos y sacrificios.
Alguna vez por las mañanas, pedir a Dios por todas las personas con las que me voy a encontrar durante el día. ¿Sería un cambio de actitud al menos intentarlo? ¿Al menos desearlo?
ResponderEliminar