Se cierra el ciclo de
Navidad
Este año el 2º domingo después
de la Navidad de Jesús es el final del ciclo comenzado en las Vísperas del 25
de Diciembre. Como el néctar que se liba de muchas flores, las lecturas de hoy
recogen la quintaesencia de todo el sentido de lo vivido en este tiempo.
El
libro del Eclesiástico (24, 1-4; 12-16) nos lleva a la mirada a la sabiduría, la que –siendo creada- sin
embargo llega a adquirir rasgos que son propios de Dios. La
sabiduría hace su propio elogio, se gloría en medio del pueblo…, y delante de
todos los poderes. Bien podríamos leer bajo líneas lo que es la Gloria de
Dios, por encima de todo lo humano, De hecho es Dios mismo quien establece mi morada: Jacob, Israel… Creada desde
el principio antes de los siglos…, en la porción del Señor es mi heredad. No se oculta, pues, la intención del que
escogió esta lectura para este domingo de mostrarnos veladamente, pero muy
fácil de intuir, al mismo Verbo de Dios, quien viviendo desde el principio en
la morada de Dios, tiene luego una entrada humana en Israel, en la porción del Señor, en su heredad.
Todo
eso lo especifica el Salmo 147 que va sintetizando a coro en el hecho básico
que se quiere celebrar en esta Eucaristía: que La Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros.
Y
San Pablo prorrumpe en alabanza de Dios (Ef 1, 3-6; 15-18), a quien proclama Bendito Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo,
que nos bendijo a nosotros en Cristo con toda clase de beneficios espirituales,
ya que nos a elegido a nosotros en Cristo [como envueltos y penetrados por
el mismo Cristo], en quien nos ha elevado
a ser hijo adoptivos suyos, santos e irreprochables en su presencia.
La
verdad es que leemos mil veces estas expresiones, las metemos en la “cápsula”
de lo ya oído…, y no advertimos la profundidad que tiene esas expresiones…, y
la exigencia que comporta. Porque nos vamos acercando a la Eucaristía y se nos
está poniendo por delante esa llamada a “ser irreprochables” en la presencia
del Señor. Dios os dé espíritu de sabiduría
para conocerlo…, ilumine los ojos de vuestro
corazón para que comprendáis a dónde sois llamados.
El
punto básico de arranque, nos lo aporta el prólogo el Evangelio de San Juan –el
mimo que tuvimos en la 3ª Misa de Navidad- que quiere “cerrar” así (que en
realidad es un abrir hacia un futuro) el
ciclo que hemos vivido…, o sea: lo que
debemos de vivir. “La Palabra existía
desde el principio; estaba junto a Dios, y
era Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo lo que existe. En la Palabra
había vida –[era la misma VIDA]-
y la vida era la luz que ilumina a toda
la humanidad. Al mundo vino…, y el mundo no la recibió. A cuantos la recibieron, les dio ser HIJOS DE DIOS, nacidos del
Espíritu. La Palabra se hizo hombre y
puso su tienda de campaña en medio de la humanidad…
De su plenitud, todos hemos
recibido, Afirmación consoladora, pero que en realidad ya podíamos estar
vislumbrando en todos los dichos anteriores que, si sabemos leerlos despacio y
en actitud de oración, es suficiente para sentirnos envueltos en ese halo
sublime que ha pretendido el recuerdo y celebración de estas fechas.
Y
concluye con una frase enigmática que tiene dos recorridos muy interesantes: todos
hemos recibido gracia tras gracia. La PLENITUD de esa Palabra ha sido
tal que se vuelca sobre nosotros en un cúmulo o catarata de gracias…: gracia tras gracia. Que también expresa que esa PLENITUD de Jesús
se desarrolla en puro amor…; un amor que
sobrepasa todo amor
Si
somos capaces de tomar todos estos ingredientes más allá de una lectura, la
verdad es que este domingo final encierra toda una definición de lo que ha de
ser nuestra vida, iluminada por los acontecimientos que hemos vivido cristianamente
en este CICLO DE LA NAVIDAD DE JESÚS
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