Dos temas ya
conocidos
Dos
tenas que se han tocado varias veces, de modo más i menos detallado. Continuándose
el primer libro de Samuel [5, 1-7; 10], llegamos a la proclamación de David
como rey. Y a una de las muchas batallas que libró. Lo significativo de esta
batalla de Jerusalén es el dicho de los jebuseos, que marca un pensamiento en
las obsesiones farisaicas: menosprecian a David con un dicho irónico y
despreciativo: los ciegos y los cojos se
bastarán para rechazarte. [Desde entonces, “ciegos y cojos” son despreciados
en aquel Israel, al tiempo que precisamente en ellos se centra buena parte del
signo mesiánico que encarnará Jesús.
El
evangelio [Mc 3, 22-30], que pone por delante la estupidez de unos fariseos
cerrados e ilógicos que acusan a Jesús de haber echado un demonio con el poder
del demonio. Es menester tener prejuicios enquistados para poder llegar a ese
absurdo. Jesús –y he aquí un bello detalle de San Mateo- los invitó a acercarse y les puso estas comparaciones… Jesús pretende ayudarles a ser objetivos, a
no dejarse llevar de ideas preconcebidas. Los
invita a acercarse… Es suma delicadeza en medio del ataque que acaba de
recibir. Pero Jesus quiere resolverlo como personas. Y les pone delante
comparaciones de la vida para que comprendan que no tiene sentido lo que acaban
de decir. Pues en lo más simple que puede pensarse, ¿qué pasaría en un pueblo
donde el alcalde estuviera contra el alcalde…, y el alcalde contra una parte
del pueblo? Por lógica el pueblo se divide, unos se ponen a favor y otros en
contra, entran en conflicto, y acaba armándose el cisco.
Pues
eso sería Satanás echándose a sí mismo.
Y
como el problema no es el dicho en sí sino lo que ese dicho encierra, Jesús se
va mucho más a la raíz y les expresa que hay una situación irreconciliable en
la vida de los grupos o las personas: cuando han entrado en situación de error,
de soberbia colectiva, de posturas recalcitrantes…, y se aferran a ellas, se
envenenan con ellas…, se suben en su pedestal y no dudan –ni siquiera- de estar
errados.
Es
evidente que los tales no van a bajarse de donde están. Quiere decir que si
entramos en materia de conciencia, no hay remedio, porque por hipótesis ni se
reconoce el error, ni se está dispuesto a ceder. Consecuentemente no hay
arrepentimiento, ni siquiera duda. Por tanto no hay lugar para una posibilidad
de cambio, de apertura a una posible realidad diferente. “Moriréis en vuestro
pecado”, dijo Jesús en una ocasión.
Pues
bien: a eso es a lo que Jesús le llama blasfemia contra el Espíritu Santo que no se
perdona, y ese tal cargará con su pecado para siempre. Es de cajón.
Cualquier pecado se puede perdonar en tanto que se reconozca pecado. Pero
cuando no se reconoce, ahí queda encerrada la persona en su propia red.
[Por qué “blasfemia”: porque negarse a ver la luz
y la verdad es un “contra Dios”. ¿Por qué “contra
el Espíritu Santo”? Porque es quien pone en el alma las inspiraciones de
Dios, de luz, de conocimiento, de gracias. Si hay una negativa y endurecimiento
a esa penetración de las inspiraciones del Espíritu, la “blasfemia” es contra
el Espíritu Santo].
Establecido el tema sobre “cosas
gordas”, se entiende; ante aquella salida absurda de los fariseos, se entiende.
Ahora vendría el ejercicio práctico que entra en nuestro vivir diario, en
nuestros anquilosamientos diarios, nuestras posturas inalterables diarias,
nuestros enjuiciamientos que ya tenemos anclados y de los que no nos planteamos
duda… Pongo ahí esa fácil realidad del que “está en su sitio” y no se plantea ni se quiere plantear si es ahí donde
debe permanecer. Y si se lo plantea, ya está parapetándose en sus propias
explicaciones para no ceder de tal posición. Ahí está –en el grado que sea- la blasfemia contra el Espíritu Santo…,
la situación anclada de quien “de aquí no me baja nadie”. Consiguientemente no
habrá posibilidad de plantearse la duda; no podrá plantearse un cambio, una
postura diversa. ¡Con “la blasfemia esa hemos topado”!
La luz que hemos de saber
aprovechar es la de la esperanza…, la de la fuerza que tiene el mismo Espíritu
Santo…, la gracia magnífica de Jesús que “derriba a Saulo” y le hace pegarse el
porrazo y quedarse ciego…, hasta que “se le caigan las escamas de los ojos” por
la acción de “un tal Ananías” al que Jesús mismo envía a acoger al soberbio
abatido por su propia “desgracia”. Claro
que no fue desgracia sino inmensa gracia
de Dios…, es que el Padre Cué expresa como acción de la mano izquierda de Dios, tan bondadosa y llena de
misericordia como la derecha, pero sin guante de terciopelo. Porque en la “blasfemia
contra el Espíritu Santo” del día a día, no caben explicaciones ni palabras
para convencer. Un día tiene que venir el porrazo violento, humillante, que
ciega y tira por tierra todos los orgullos, tras todo lo cual está la mano
maravillosa de un Dios amante que sale al paso de quien se empeña en mentirse,
justificarse, mantenerse en sus trece y creerse que la verdad está sólo de su
parte.
Es un día de gracia aquel en que
caen las escamas de los ojos, se pone uno de nuevo en pie, y redescubre que
había muchos colores en aquella vidriera de millones de cristalitos… Y que cada
color venía de otro sitio distinto del mío…, y que el mundo es más grande que
uno mismo.
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