EPIFANÍA
Cuando mañana, D.m., escriba la meditación correspondiente,
me hallaré ya en “mi base”. Y por supuesto que con unas mejores facilidades
para llegar a tiempo y con un orden en mi horario personal. Mientras tanto he estado “de precario” aunque
siempre con la ilusión de llagar a los seguidores de este blog, nacido hace ya
2 años completos.
EPIFANÍA
es una fiesta de vocación universal, porque la pretensión del evangelista Mateo
fue precisamente ampliar a los pueblos gentiles/paganos [no judíos] el
acontecimiento inmenso de la REDENCIÓN. El Hijo de Dios se ha hecho hombre,
primeramente como Mesías de Israel, puesto que fue el Pueblo que el Señor se
escogió como “su Pueblo”, Pero
venirse Dios del Cielo a la Tierra, en la persona de JESÚS, no queda reducido a
una salvación parcial sino que se abre a toda la humanidad. Y eso lo resuelve
San Mateo –el evangelista de los judíos-, poniéndoles por delante desde el segundo
capítulo que también los otros pueblos han recibido la salvación de Dios. Lo cual no debía extrañarles porque el propio
Isaías [60, 1-6, 1ª lectura] ya
había hablado de un amanecer de Dios a
los pueblos, sobre los que aparecerá la gloria del Señor, y ellos caminaran
hacia esa luz, al resplandor de la aurora. En efecto hay para los demás
pueblos una aurora que presagia el día radiante en el que la luz de salvación
les iluminará.
Te inundará una multitud de camellos y dromedarios
de Madián y de Efá; vienen todos de Saba trayendo oro e incienso y proclamando las alabanzas del Señor. Camellos, dromedarios, Sabá, Madián…, todo
habla de lugares orientales-
Si
pasamos al SALMO [71] donde todo se
magnifica desde el estilo poético, no es solo el oriente de Israel sino también
Tarsis (sur de España, y “las islas”, aparte de los dones de los
reyes de Saba y Arabia, y se postren ante
el “rey” todos los pueblos de la tierra
San
Pablo lo expresará ya en un lenguaje mucho más nuestro y de pensamiento más
abierto, al decir: habéis oído habar de
la distribución de la gracia de Dios…: que también los gentiles son
coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo
por el Evangelio.
El
relato, pues, de Mateo se puede entender en su intención profunda cuando se han
establecido esas coordenadas iniciales. Lo
que son los detalles en sí, pueden leerse como la descripción de un maestro de
comunicación y buen pedagogo que les muestra a sus oyentes una dramática
parábola para que lleguen a asimilar que el pueblo hebreo no es el que tiene la
exclusiva de la manifestación del Mesías.
Pongo delante algunos de esos detalles: una estrella en el oriente que los paganos interpretan como “la estrella del rey de Israel” con tal
capacidad de convocatoria que emprenderán caminos desérticos, a la aventura,
tras una estrella que va delante de ellos…,
que desaparece en el momento más crucial, y que luego reaparece tan delante de ellos que hasta se detiene
sobre la casa en la que estaba el Niño.
Si, en vez de darlo ya por hecho –porque toda la vida lo hemos
escuchado- pensamos en esa estrella tan peculiar, encontraremos muchos datos
curiosos.
Quien tenga la suerte de poder
leer el capítulo correspondiente del libro La
infancia de Jesús, de Benedicto XVI –ese pozo de ciencia teológica,
exegética, astronómica, bíblica- podrá tener un exhaustivo estudio que le
oriente sobre posibles caminos de historicidad de ese relato de Mateo. Ni se me
ocurre estar en desacuerdo. Yo expreso desde el ángulo de quien intenta hallar
esos mensajes que los evangelistas dan bajo la materialidad del relato.
Por
cierto Benedicto XVI nos lleva a una idea que no suele advertirse a simple
vista: en Isaías sólo se habla de oro e incienso. No aparece la mirra, aunque
es un producto típicamente oriental. Advierte el que fue gran Pontífice que esa
mirra estaría en conexión con la que Nicodemo aportó para embalsamar el cadáver
de Jesús. Así a los dones que se interpretaron como los que corresponden a Rey
y a Dios, está también la que es tan propia de lo humano como una especia para
la muerte, completándose la realidad de que el Mesías Salvador, el “recién
nacido rey de los judíos”, aquel ante el que se postraron los magos orientales
o los pastores de Belén, y adoraron,
es totalmente hombre también, a quien un día hay que sepultar tras la muerte.
Por lo demás, remito a mi
artículo en la revista diocesana de Málaga –“DIOCESIS”- que se publica esta
semana en sus páginas 2 y 3.
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