EL PRÓXIMO VIERNES -TERCERO DE MES,
HAY ESCUELA DE ORACIÓN.
5'30, EN Salón de Actos.
[Jesuitas, Málaga]
TRATAR A JESUS
Aquellos
hombres que –primeros- habían seguido a Jesús Simón, Andrés, Santiago y Juan)
iban acompañando a Jesús en estos pasos que el Maestro estaba dando. El paso
por la sinagoga, escuchar hablar, ¡y aquel modo nuevo de hablar!, y la fuerza
superior que vence al poder maligno, fueron experiencias acumuladas que
empezaban a desvelar esos discípulos que el paso que habían dado, casi a la
aventura, no era tanta aventura porque Jesús era “otra cosa”. No era un rabino
que enseñaba, ni un letrado avezado en exponer las Escrituras. Empezaron a ver
que allí había más, y su primer paso –respuesta a la llamada imprevista: “seguidme”,
tenía mucha más enjundia de la que sospecharan cuando se sintieron imantados y
dejaron a ciegas las barcas, las redes, la familia, los jornaleros.
Han
acabado en la sinagoga, y como está muy cercana la casa de Simón, allí lo
invita él, aunque sólo como estancia, porque la suegra –que lleva la casa- ha
amanecido con fiebre y está en cama. Pero la casa podía servir de lugar de descanso,
de estar bajo techo. En efecto se van
hacia allí, y Jesús pide poder visitar a la enferma. Simón (y si algún familiar
más hubiera allí) lo introducen adonde estaba la enferma.
Jesús
se sentó junto a ella, se interesó por lo que sentía aquella mujer, le bromeó
delicadamente… Ella lamentaba no poder serles útil porque le dolían todos los
huesos. Que si ella estuviera buena, les
iba a dar gloria bendita. Jesús –con su
fino humor- le acepta el ofrecimiento, la toma de la mano y le dice: Pues a ponerse en pie y a hacer esa “gloria
bendita. Y dice el texto: “Y la dejó la fiebre”.
Jesús
se retiró a la estancia de fuera y se quedó hablando con aquellos hombres que –como
puede imaginarse- tenían unas ganas locas de preguntarle muchas cosas, tras las
experiencias recientes e inmediatas… (Y en esto aparece la suegra de Simón,
bien arreglada y ya dispuesta a preparar una comida que obsequie y agradezca…) Un dato más para los 4. Y se va llevando una
conversación distendida e interesante…, y en verdad, cada vez más apasionante,
porque aquellos discípulos se van encontrando con que Jesús tiene realmente una autoridad que abre cauces inauditos
en lo que para ellos era “la fe de Israel”, a la que Jesus no le quita ni un
acento pero la va estirando y ampliando hasta que lo que está presentando es otra
cosa de lo que ellos tenían en su mente. Hasta aquí, toda la expectativa de
aquel pueblo judío era volver a tener un rey que salga al frente de sus ejércitos
en defensa del orgullo patrio. Y se encuentran con que el REINO que les pone
delante Jesús es algo absolutamente diverso.
Cada
vez apasionaba más estar allí y dejar hablar a Jesús. Ante aquellas ideas del
Dios de Israel que ellos habían recibido, y que de alguna manera establecía una
distancia reverente, se van encontrando (aunque ni sea ahora cuando Jesús lo
detalla), que el PADRE BUENO de aquel hijo díscolo y aventurero, de cascos
ligeros y poco corazón, no era ningún obstáculo para que el padre saliera
siempre en su busca, y no tuviera –en el momento del reencuentro- ni el más
leve reproche… Y empezaron los 4 discípulos a darse cuenta de que tenían que
cambiar el chip, o nunca podrían entender a Jesús. Barruntaron el problema que
hay en “saber” (que es de la cabeza, de los conocimientos, de los estudios…) si
no pasa al corazón hasta cogerle el pellizco y transformar ideas, palabras, “verdades”
y todo un modo de estar ante Dios.
Y
todavía no se habría llegado al sumo de lo que es “sentir a Dios” y lo que implica ese sentirlo: el día que ese
conocimiento llega a ser tan hondo que coge
el pellizco en el estómago, porque ya no basta ni saber ni tener la emoción
en la boca. Hay un paso esencial, indispensable, definitivo, que es llegar a somatizar (sentir en el propio
cuerpo) a Dios que invade, que abraza, que ama, del que uno no puede ya
separarse, ni sentir otra cosa que abandono confiado y pleno en el Dios que es
Padre y que vive su unión al hombre con la grandeza amorosa del PADRE BUENO (de
Lc 15).
Eso
es lo difícil, porque nuestra espiritualidad “hace oración” teórica y afectiva
y ambivalente…: oramos gozosamente, quizás; nos emocionamos y nos creemos en el
séptimo cielo… Y cuando acabamos esa oración, nos vamos a hacer nuestras cosas
(que es algo diferente) de la oración… He ahí el terrible hecho: la oración no
nos ha llegado al estómago; no nos ha
cogido el pellizco, y a la hora de la verdad, por un sitio va la
espiritualidad y por otro la vida.
Aquellos
hombres estaban boquiabiertos. Comieron porque había que comer (Jesús alabó
mucho aquella comida, agasajando a sí a quien la había preparado) pero los
discípulos estaban deseando acabarla, porque el otro alimento que le iba
entrando en el alma, les alimentaba de una manera muy honda. Y curiosamente,
cuanto más “lo comían”, más hambre sentían de seguir recibiendo esas “viandas”
que Jesús les iba poniendo delante. Y
tan embriagados estaban en esa conversación, que ninguno advirtió que allí
fuera de la casa, se habían agolpado las gentes, ávidas de escuchar a Jesús…,
el nuevo “rabino” que tenía aquella autoridad
en sus palabras, como para poder superar con creces todo lo que hasta entonces
habían sabido. Ojalá nos sepamos meter es ellos, y vivir con el alma abierta…, ¡y el estómago!, para superar nuestras
formas e ideas.
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