Jesús y Ana
Seguimos
sin Internet. Pero no me resigno a estar lejos de vosotros, máxime cuando ayer
lo obligaron causas mayores.
Hoy
tenemos la continuación del evangelio de ayer. Jesús, siguiendo sus
obligaciones religiosas de buen judío practicante –“según su costumbre” (se
dice en alguna ocasión)- fue el sábado a la sinagoga, el lugar del culto…, y
nada menos que de la proclamación de la Palabra de Dios. Su mismo porte, la
forma de su expresión, la novedad de sus enseñanzas…, admiraba a unas gentes aburridas
con las repeticiones siempre iguales de sus “maestros”. Y descubrían en Jesús
una “autoridad” que les ganaba el alma: no se limitaba a repetir; no se quedaba
en dos palabras frías. Hablaba con una fuerza, un corazón y una nueva dimensión
que ganaba la atención de las gentes. Expresamente dice el texto: no como los letrados.
Y
si era poco ese punto fuerte de atracción, surge otro que no esperaba ni
buscaba Jesús. Entre los oyentes hay un
poseso. Digo yo que pidiera ser que acudiera así otros sábados…, y no había
pasado nada. Se puede pensar que “los letrados” con su poca fuerza no
suscitaban reacción. Pero aquel día el mal espíritu que dominaba al pobre
hombre no puede soportar la presencia de Jesús, y rompe a gritos con una
pregunta que a sí mismo laceraba: ¿Qué
tienes que ver con nosotros? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres:
el Santo de Dios.
El
pobre energúmeno es silenciado por Jesús. Es evidente que nada tiene que ver
Jesús con el espíritu malo que habita en ese hombre. Es evidente que vino Jesús
a derrotar a ese espíritu de maldad. Por ello Jesús “tapa la boca” del
desesperado, con un “cállate y sal de él”
tajantes, que dejan sereno y tranquilo al hombre, mientras que el desesperado
demonio sale con un grito espeluznante.
Si
la gente estaba ya admirada de aquel Jesús “con autoridad” en sus palabras,
puede uno imaginar lo que ahora descubre al verlo dominar y vencer al enemigo
supremo de Dios. Y se hacían lenguas porque “este
hablar con autoridad es nuevo; u hasta a los espíritus inmundos manda, y le
obedecen”.
La
consecuencia es evidente. Su fama se extiende como reguero y llega a otros
lugares de Galilea. Nazaret, que estaba cercana, tuvo que tener esa noticia, y
hasta debieron sentirse orgullosos de aquel paisano… (Luego la historia fue la
que fue).
El
secreto es la nueva forma de expresar Jesús la religión de siempre…, pero sin
quedarse en lo de siempre. La autoridad
para poder dar avances sobre lo conocido, y poder expresar que la “palabra”
bíblica no era un monolito de piedra sino una vida…, y que podía llegar Él y
dar nuevas luces. Incluso hacer comprender que hay palabras que –según se
dicen- dan diversas posibilidades. Y que a Dios no lo agotamos nunca los
humanos, porque Dios SIEMPRE ES MÁS y llega a más, y tiene tan infinitas
facetas que se colorean muy diversamente con los tiempos, las culturas, y la
realidad. Cuando el Papa habla de la
cultura, habla también de “las culturas”, y las hace parte de la naturaleza de la persona, que es como
es porque se desenvolvió en una cultura. Y si eso les ocurre a las personas,
necesariamente le ocurre a la Iglesia porque vive en medio de cada cultura. Y
“cultura” no es sólo una forma general aplicable a un pueblo o nación, sino a
la diversidad misma de servicios y formas de vivir la vida eclesial.
A
propósito de ello es muy válida la 1ª lectura de hoy (1Sam 1, 9-20). Ana,
esposa de Elcana sufre mucho porque su marido dispensa dones a su concubina
(que la misma Ana le había recomendado). Pero –celos propios de ella, o esas
cosas que nada extrañan-, la concubina se mofaba de ella porque Ana no tenía
hijos y Fenina sí. El hecho es que Ana se va a pedir a Dios y echar allí, ante
Él, su alma llorando de amargura. No hablaba hacia afuera pro movía sus labios
rezando. No era modo normal de oración
judía.
El
sacerdote vio entre bastidores y no se acercó a preguntarle qué le pasaba.
Sencillamente vio y juzgó. [No es por ser sacerdote, sino por la maldita manera
que tenemos de juzgar sin entrar en las razones y situaciones ajenas]. Y se
dirigió a ella tildándola de borracha. Ana, con toda su amargura le explicó que
no había bebida nada. Que su alma estaba amarga y se desahogaba con el Señor.
Se
había equivocado Elí, el sacerdote. Y supo entonces arreglarlo con la palabra
que debió tener preparada antes de expresar su juicio anterior: vete en paz; que el Señor te conceda lo que
le has pedido.
¡Cómo
hace reflexionar esto! ¡Cuántos juicios se evitarían si primero tuviéramos el
interés por conocer –y conocer cordialmente- al otro o a la otra! ¡Cuántos
problemas tenemos cada uno, que bien explican nuestras formas de hacer…! Y la
diabólica tendencia al “piensa mal y
acertarás” nos mete en esa no menos diabólica actitud de “el hombre es un lobo para el otro hombre”.
Su
diferencia tiene con lo que Jesús nos ha enseñado…, con lo que San Juan nos
expresó tan detenidamente en su 1ª carta (que hemos visto en los comienzos del
año). ¿Qué nos deja más satisfechos? Sin
duda hace pensar.
Lo curioso de la escena, es que el endemoniado estaba DENTRO de la sinagoga y no en la calle. Es lo primero que me hace reflexionar. La "pertenencia" o la "asistencia" no nos garantiza nada. Al final, en el encuentro personal E INDIVIDUAL con Jesús, se ve todo y sale todo. Imagino a esa persona con espíritu inmundo en otras ocasiones anteriores en la sinagoga, y no pasó nada, pero ese día se encontró con Jesús, y la VERDAD salió a relucir.
ResponderEliminarHay un retorcimiento interior de la persona que se hace visible exteriormente. Crea una situación muy tensa, donde se oye hasta un GRITO, según el evangelista "muy fuerte". Esto no es sólo interior, hay un momento palpable de tensión, un estallar de parte de la persona atrapada por el inmundo, y lo que llama la atención a la gente presente, es que la persona que estaba atrapada QUEDA LIBERADA en ese momento. Ha sido Jesús que con su Palabra poderosa ha obrado, y eso los escribas no lo hacen. Los escribas sólo hablan y hablan, pero no se preocupan de nada más. JESÚS va más allá, y más adelante mandará a sus discípulos que YA HAN SIDO LIBERADOS, que ayuden a otros, y que den a conocer a este Jesús, que no son sólo palabras (como los escribas), sino PODER.