Mi “Saúl”
interior
1Sam
18, 6-9; 19, 1-7. David ha conseguido salvar al ejército judíos, que capitana
Saúl, de una guerra en la que habrían muerto muchos hombres. Saúl ha sido bien
consciente de ello, y regresa orgulloso de aquel suceso. Pero los cantos populares
de las mujeres que reciben al ejército expresan un sentimiento sencillo y sin
más trascendencia: “Saúl mató a mil, y
David a diez mil”. Y Saúl se siente mal con aquel canto y lo traspasa tanto
a algo personal, que llega a sentir el gusanillo de que “ya no le falta a David más que ser rey”. Ha entrado por medio el
amor propio…, el amor propio herido (lo más peligroso…) En consecuencia –y en esa mentalidad bárbara
de un pueblo vengativo- saca la conclusión de matar a David. Ahí aparece la
figura de Jonatán, hijo de Saúl y sincero amigo de David, que logra de su padre
que reflexione y caiga en la cuenta de que David ha hecho todo en servicio del
propio rey y del pueblo. Parece que Saúl amaina… (aunque la historia nos dirá
que no ha expulsado el veneno, que sigue ahí dentro, más o menos solapado…: es
que el “YO” tiene unos resortes muy finos para sacar la cresta en el momento “in-oportuno”).
Jesús
pasó a la otra orilla… Con los fariseos –al estilo de Saúl- lo prudente era
quitarse de en medio. Claro que lo que Jesús no puede es dejar de ser Mesías
que proclama el reino de Dios, que hace el bien por donde va, que expulsa “demonios”
y libera los corazones. Y aunque pide y quiere pasar desapercibido, la reacción
popular no podrá menos que “cantar”: “el
Maestro venció a diez mil…” Y los “demonios”
no pueden menos que proclamar –contra su deseo- que “Tú eres el Hijo de Dios”. Jesús quiere ocultarse pero el bien no
se oculta cuando se va con el alma en la mano. Quiere decir que hasta allí
pueden desplazarse muchos “Saúl”, que estarán carcomiéndose porque no soportan
que Jesús sea quien se lleva detrás a “diez mil”.
Es
trágico que “Saúl” perviva en mí. Que mi amor propio no soporte que haya un “David”
que lo hace bien, que resuelve bien, que sirve a la Iglesia, que puede tener
más éxito que yo, que –siendo joven- puede arrastrar juventud… Otro “Saúl” del
orgullo más o menos abierto o camuflado, sería el que –por ser joven- tuviera
la tentación de callar al “viejo”, cuando ese “viejo” gana en otros valores de
madurez, experiencia, vida vivida y monos quitados de la cabeza. Y es que el
equilibrio es que nos aceptemos todos, nos valoremos todos, no tildemos a
nadie, no alberguemos dentro resabios que pueden acabar un día lanzando la
jabalina contra “David”… (que eso ocurrió el día menos pensado, el día que se
cruzan los cables del “YO”).
No
en vano Jesús puso en el frontispicio del camino de quien quiere ir con Él, “negarse
a sí mismo”. Y Jesús no es profeta de negatividades. Pero es sabedor,
muy mucho, de que el amor propio (“YO”, orgullo, soberbia…) juegan muy malas
pasadas…, son muy traicioneros…, y se desbordan en el momento en que alguien le
“pisa el callo”. Parecía “Saúl” apaciguado y complacido en los toques de arpa
de “David”…, y de pronto le entra el bicho en el cuerpo e intenta dejar clavado
a “David” contra la pared. ¿La culpa es de “David”? ¿El mal estaba en David? Es
evidente que el veneno se albergaba en el pecho de ese “Saúl” que cada uno
llevamos dentro. Y cuando nuestra visión de casos, cosas y personas, lleva el
sello de lo crítico, el problema no está en ese “David”. El veneno interior
está en el amor propio de “Saúl”.
Es
el elemento que me conduce mejor en mi examen de conciencia para que pueda
llegar a un equilibrio de mi ser… El YO, como tal, no es malo. El “YO” que se
desborda, que se antepone, que se sitúa como aquel fariseo del Templo, que siempre
se siente en “el deber de la última palabra”, que ocultamente tiene una cresta
que nadie puede rebajar…, que hasta se siente con la baraja entera de la razón
entera en su mano…, etc., ese es el peligroso “Saúl” que puede jugarme malas
pasadas.
“Jonatán”…,
el de una honradez de conciencia y de entendimiento…, el de un equilibrio
emocional que se busca y se trabaja, el de “saber dudar” de mí y de mis modos y
juicios…, ese tiene que actuar perennemente en mi “Saúl”, hasta ir
convenciéndolo de que “David” no es el malo ni el que origina el mal. Claro que “Jonatán” [con J –que es como suena a verdadero, y no con la “suavidad de la Y que lo hace de mantequilla], tiene que
estar ahí sin retirarse…, sin confiarse, sin pensar que “ya hemos llegado”.
Éste es un camino que se recorre cada día y a cada minuto, y hay que estar
siempre escuchando la conciencia, la razón…, a Jesús y su Palabra, que deben bajarse en nosotros desde el “trono”
de la teoría y la piedad al llano del momento a momento, pensamiento a
pensamiento, persona a persona…
Ese
es el “Jonatán” AMIGO LEAL, que siempre tiene que estar actuando, y que lo
mismo aconseja a “David” que a “Saúl”. Primero en una CONCIENCIA LEAL que ni se
engaña, ni camufla ni se hace tonta; segundo en una SINCERIDAD ESPIRITUAL que
afronta la Palabra de Dios sin sordinas ni repartiéndola para los demás.
TERCERO, JESUCRISTO, SU VIDA, SU MODO DE
ACTUAR…, sin dulzuras postizas para rebajar siempre el tono…, y acabar
pensando que “eso no es para mí”. Porque a Jesucristo o se le toma con su
Sangre derramada por su cuerpo (porque hasta ahí le llevaron los “Saúl” de
turno), o estamos engañándonos con un “jesús-Adonis” que será todo lo bello que
queramos. ¡Pero que no es JESUCRISTO!
[También con J].
Hay un tiempo para callar y un tiempo para hablar.(Eclesiastés 3,7).
ResponderEliminarServir a los demás sin tener deseos de sobresalir por encima de los demás. Hablar o escribir siempre buscando el bien y la verdad. La verdad es Jesucristo.
Usar la razón. Si hay, diez viejos y un joven, cuidemos bastante al joven, o nos quedaremos sin futuro. Si no se cuida al joven, tal vez pensemos que no importa, que ya vendrán otros, pero si no cambiamos seguirá ocurriendo lo mismo.
El joven y al viejo se le reconocerán no por su edad, sino por sus frutos.
Cada uno tiene su propio camino de conversión, pero lo verdaderamente importante es la sinceridad y el querer ser más semejante a Cristo, cada día.
Jesús a veces rehuye, y a veces afronta situaciones, porque lo que molesta a Jesús es la injusticia y lo que no soporta es la hipocresía religiosa.
El que se apoltrona en su forma de ser, no está siendo sincero con Dios.
Ser cristiano no es ser cumplidor de sacramentos, de orar o de nada. Ser cristiano es ser creyente y por tanto seguidor del Maestro. El Sacramento es un medio y la oración un diálogo con Dios. El cristiano hace eso, pero si su vida va en dirección contraria a lo que practica, no está bien.
Para dar la doctrina de Jesucristo,es necesario tenerla en el entendimiento y en el corazón,meditarla y amarla.Las muchedumbres están hoy tan necesitadas de Cristo como entonces,desorientadas,sin saber a dónde dirigir sus vidas.
Eliminar¡Hola Ana! ¡Que alegría volver a leerte! Me he acordado a menudo de ti, que Dios te bendiga. Gracias por tu comentario.
ResponderEliminarRectificar un error que me he dado cuenta que cometí en mi comentario. Cristo no rehuye nunca.
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