Resumen de la 1ª
carta de San Juan
El
autor sagrado ha puesto en días anteriores toda la carne en e asador para que
pueda servirnos de piedra d toque ese tema que va en las dos direcciones que
marcó Jesús: el amor a Dios y el amor a los otros. Y lo ha presentado de tal
manera unidos y dependientes, que ni ería verdadero un amor a Dios si no da
simultáneamente la mano al otro; ni seria dar la mano al hermano si no fuera
anclados muy fuertemente en Dios. Por dos veces ha sacado a flote la razón
última de todo: porque Dios es amor.
Que se va explicando no como una
frase para ponerla en un recordatorio, sino como esa fuente de bien y de amor
sincero que siempre es activa y siempre ama. Que no deja de fluir si nosotros
cegamos el cauce, porque Él nos amo primero y nos amó siendo –como somos- enemigos
y pecadores. De ahí que el amor al que somos llamados no depende de cómo es el otro, sino de cómo es Dios. Y lo
contrario, mentimos.
El
amor es muy fino: sólo tiene que mirar hacia uno mismo a la hora de plantear su
vida y su manera de amar. Si el amor se convirtiera en exigencias para el otro,
en una mirada a las deficiencias del otro, y –en definitiva- un examen de
conciencia… que se plantea para el otro, no estaríamos en la línea marcada por
San Juan, que es la línea de Jesucristo.
Por
eso HOY en la lectura que concluye toda la 1ª carta, Juan nos remite al gran
testigo, Jesús, que viene avalado por el agua y la sangre. Y así la obra de
Jesús, liberadora y sanadora, nos está volviendo a esos dos sacramentos base
que se derivan del supremo amor de Jesús: el agua, que viene a ser NUESTRO
BAUTISMO (consagración, “lavado de regeneración”, liberación del enemigo
perseguidor…, camino nuevo que nos aboca a repetir
en nosotros la misma vida de Jesús, con el que hemos renacido por su muerte
y resurrección. Ahora eso, que queda dicho muy bonito, tiene muchas realidades
dentro, porque un CONSAGRADO no queda en libertad para vivir a su modo. Tiene
ya que ir en camino a reproducir en sí
la imagen del Hijo…, a hacer
posible ese INJERTO personal del cristiano en el tronco de Jesús, para vivir en adelante en santidad y bondad.
Y
LA SANGRE es el precio del amor de Dios y de Cristo a nosotros. Eso le
costamos. Así nos redimió. Así amó Dios al mundo. Y para que eso no fuera una corazonada que se
hace una vez y ya se desliga uno del compromiso, se nos queda ahí en la
EUCARISTÍA, Sacramento de amor.
Podemos
mirar nuestros momentos siguientes a ese participar de la Comunión. ¿Cómo
son esos cortos instantes? ¿Qué dejan
dentro como botón de fuego? ¿Hacia dónde nos proyectan? ¿Cómo influyen en un
inmediato y mediato después?
Ahí
es donde concluye Juan cuando os habla de creer
en el Hijo de Dios que ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos
al Verdadero. Que con el sentido
bíblico de la palabra “conocer” no queda en la cabeza, en el entendimiento, en
las ideas, sino que queda preñado de toda una forma de vivir en adelante.
El
Evangelio, trayéndonos a Jesús que acepta al leproso y lo toca, pasando por
encima de todos los prejuicios y normas sociales, es claro ejemplo de cómo se
vive el amor cuando es VERDADERO AMOR.
Hoy mi comentario es muy breve. El leproso es repugnante para muchos, pero Jesús demuestra como debe ser el amor. El leproso tiene algo bueno, y es que sabe que lo es, y desearía ser curado de su lepra. Aquí se puede hacer un ejercicio. Ponerse por un momento en la piel del leproso, y por otro momento en la piel de Jesús.
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