EL VÉRTIGO
Un
evangelio muy sugerente.“pasar a la otra orilla”. Expresión muy sugerente porque encierra
diversas explicaciones: simple pasar a otro lugar. Y no tiene que ser “la
orilla de enfrente”. Para lo que estamos acostumbrados, es más el hecho de “dejar
esta orilla”. Y por regla general surge cuando lo acosan los fanáticos, e
incluso maquinan ellos darle muerte.
Tal como lo describe San Marcos (4, 35-40) no hace
relación a un momento anterior que haya llevado tensiones con los fariseos o doctores
de la ley. Sin embargo Jesús dice a los apóstoles de
Jesús
no es peleón, ni acepta la pelea (que no saca ninguna luz), ni quiere entrar al
trapo con unos hombres con quienes es inútil toda explicación). Mejor poner distancia.
Jesús rehúye la diatriba. El día que lo considere necesario, tomará Él la
iniciativa pero no para discutir sino para poner ante los propios fariseos,
doctores o sacerdotes, la gran mentira en la que viven. Lo que no aceptará es
la discusión inútil. Mejor “pasar a la
otra orilla”, hacer silencio, y si quieren pelear, que se peleen entre
ellos. El silencio es la mejor respuesta. “Pasar a la otra orilla” es –siempre-
buscar la paz, vivir el sosiego, tener ocasión de entrar dentro de sí, serenar
los pensamientos y ahondar en el propio mundo interior.
Otra
expresión me llama la atención: “Se lo
llevaron como estaba”. Son expresiones que, podríamos pensar que no dicen
nada…; o que se han escrito para excitarnos una necesidad de pensar. Porque no
sería una frase que se dijera normalmente.
O bien estaba en la barca (alguna traducción lo presenta así: “se lo
llevaron tal como estaba en la barca”), y sencillamente diría que –apenas dijo
Jesús de pasar a la otra orilla-, les
faltó tiempo para soltar amarras y ponerse a remar. Suscitaría la idea de ganas de embarcar,
aunque ninguno de los evangelistas expresa que hubiera habido tensiones
previas. Cansancio en Jesús, lo más seguro.
Porque conforme empezó la travesía, Jesús se queda dormido.
Y
viene el momento fatal: el viento que sopla amenazante, el mar que se encrespa
y las olas que crecen… Los apóstoles que reman intentando acercarse a la orilla
más cercana, pero la fuerza de las olas y del viento los tienen a la deriva. Y
por más que intentan resolver ellos, ven que les es imposible, y que el peligro
se hace ya inminente. Entonces recurren a Jesús. Pero hasta me resulta
llamativo el modo de despertarlo. ¿No hubiera sido mucho más normal llamarlo y
hacerle ver el peligro en el que están? Aunque estén nerviosos y atemorizados,
¿no hay formas de expresión más delicadas?
Habló su nerviosismo y esa fácil manera de cargar sobre Dios las responsabilidades,
como si Él fuera el culpable. Le dicen: ¿No
se te da nada que nos vamos a pique?
¿Cómo no le iba a importar, si estaban allí los Doce a los que Él quiso
unir a su misión? Y aun pensando en sí mismo, ¿cómo no le iba a dar nada si Él
iba en la barca?
La
barca se inclinaba lo mismo de proa que de popa, a babor y a estribor… Y –para asombro
de los Doce- Jesús se pone de pie en la barca y se mantiene firme en ella… ¡Ya
era aquello llamativo! Jesús increpa al
viento y al mar, y el viento se calma y el mar se echa a los pies de Jesús…
Y Jesús, casi como si fuera lo más normal, se vuelve a ellos y les pregunta: ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis
fe? Aquellos hombres están asombrados. No pueden ni responder a la pregunta
que les ha hecho el Maestro. No les sale la palabra del cuerpo. “Aterrados”, (“espantados”) dice el
texto. Y cuando, finalmente hablan, su pregunta es realmente un libro sin fin: ¿Quién
es Este? Pregunta que seguirá ahí abierta durante esta vida.
Pero
¿es que no sabían quién era Jesús? ¿Pero es que no sabemos ya quién es
Jesús? Pues decididamente, NO. Vamos deletreando
su nombre. Vamos quedándonos en la periferia. Es que Jesús SIEMPRE ES MÁS, y
siempre es SORPRESA. Es que “Éste” es un pozo sin fondo, sobre quien podremos
estar la vida entera adentrándonos, y el inmenso atractivo de su Persona es que
siempre iremos descubriendo más; que no se nos agota; que salta la sorpresa
donde menos esperamos… Lo grandioso es que gozamos de Él HOY y que nos llena
hoy, y que creemos haberlo abarcado hoy, y que nos hizo felices nuestra oración
de hoy… Y que el manantial sigue fluyendo y que por mucho que bebemos, muchísima
más agua sale y fluye. Y llegará hasta nosotros el agua viva de la samaritana…, y no habremos hecho más que empezar.
Y nos queda la ilusión de volver, sabiendo que nuevos caudales nos esperan…, y
que siempre surtirán esa fuentes o cascadas de agua viva, a la que no se llega
sino a través de la oración silenciosa, contemplativa, de ahondamiento, ¡de
vértigo! ante la sima que se abre ante nosotros, pero que no nos espanta ni nos
aterra, sino que nos da un gozo inefable… Jesucristo está ahí y nos sigue
esperando…, y sigue esperando nuestra admirada pregunta: ¿Quién es Este?
Lo
cierto es que hace falta mucho silencio, mucho amor al silencio, mucho rechazo
a tantas curiosidades por enterarse todo, mucho ir dejando lastres personales,
mucho mirar en las dos direcciones: Cristo y nuestro propio interior… Hace
falta desterrar el afán polémico, puntilloso o escrupuloso. Hay que fijar la
vista del alma, el ojo del corazón EN JESÚS. Y que el estribillo constante,
como la antífona de un salmo responsorial, sea: ¿QUIÉN ES ESTE?
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