Una Palabra
devaluada
El
tema que nos pone delante el evangelio de este día es del matrimonio, que Jesús
toma de la realidad existente y lo asume como hecho elevado a lo sagrado. Los
fariseos habían venido a Jesús, que estaba rodeado de gentes. Y como es
habitual, vienen con doble intención: por una parte no dejo de pensar que
muchas cuestiones se las presentaban a Jesús porque sabían que el criterio de
Jesús era válido y profundo. En cierto modo les aclaraba conceptos en los que
ellos mismos no eran capaces de hallar una solución cierta. Y por otra parte
ponían a prueba a Jesús con una intención de cogerle algún resquicio por el que
atacarle.
El
tema del matrimonio es tan “eterno” como el mismo hecho de haber creado Dios al
hombre y a mujer. Y el tema de la infidelidad matrimonial, casi tan “eterno”
como el matrimonio, hasta el punto que Moisés deja un resquicio de ruptura del
compromiso adquirido, a través de un “acta de repudio”. En aquella sociedad
sólo contempla Moisés al varón que repudia a la esposa; pero si hubiera vivido
ahora, lo mismo lo diría en el sentido contario: también la esposa puede tener
sus razones para repudiar.
Lo
que pasa es que los motivos que se pueden aducir para tal “acta” serán tan
diversos, y muchas veces responderán tan poco a una causa justa que Jesús aduce
que “Moisés os lo permitió por vuestra
terquedad”. No fue así al principio –dice Jesús- porque Dios creó al varón
y a la mujer y los destinó a crear una UNIDAD (“una sola carne”)…, una unidad con “soldadura autógena”, de modo
que lo que Dios ha unido (y los que se han unido bajo la bendición de Dios, ni
pueden ya separarse por fuerza humana alguna. Al estar constituidos en “una
sola carne”, toda “separación” es ruptura, desgarro, llevarse uno consigo un “pedazo
del otro”.
Y
he puesto “separación”, así entre paréntesis, porque más de una vez ha de
producirse separación cuando dos cónyuges tienen imposibilidad de convivencia
pacífica y en paz. Pero separarse
sólo equivale a no vivir juntos, pero no a desgarro de “una sola carne”. Por
eso es por lo que Jesús concluye que tanto una parte como otra se llevan “un
pedazo” del otro; es decir: no puede haber tal divorcio que cada uno se quede
ya libre de su vínculo anterior. De ahí que una nueva unión de uno o de otro es
adulterio porque uno y otro permanecen
ligados por aquel vínculo que ellos mismos contrajeron POR AMOR.
Que
si no fue por amor, o si no se plantearon en serio el matrimonio, o su
intención no era limpia, o sus psicologías tan inmaduras o incapaces, en
realidad aquel aparente matrimonio NO LO FUE. Y por tanto, llegados a una
demostración de lo mismo, aquel acto que se hizo ante la Iglesia, puede la
Iglesia declararlo inexistente, porque hubo causas ocultas en aquel momento que
anulaban el acto en sí. O hubo dolo o hubo ignorancia…, y ya tiene su fuerza
que dos personas ignorantes de un compromiso vital tan serio, hayan sido
sujetos válidos para contraerlo. [Conozco sentencias de declaración de nulidad
por parte de tribunales eclesiásticos, que juntamente niegan ya la futura
posibilidad de nuevo matrimonio sacramental, basados en la incapacidad psicológica para un compromiso serio. El problema no ha
radicado en dificultades concretas de dos personas entre sí, sino en la
incapacidad para todo nuevo intento. Lo que falla es “el sujeto”].
Los
apóstoles fueron los primeros en extrañarse del veredicto de Jesús y comentaron
que –con las cosas así- lo mejor es no
casarse. Jesús no corrigió ni una letra de lo que había dicho en público, y
lo ratificó palabra por palabra.
San
Mateo, sin embargo, añade una posterior explicación. “No todos son capaces de entender esta palabra”… Habla de aquella
figura existente del eunuco o persona
nula para el matrimonio. Y dice que los hay que son así desde el nacimiento. Otros
han sido privados de su capacidad por otros semejantes. Lo que podría también
entenderse de la propia psicología que los hace inhábiles. Una persona radicalmente
egoísta, una que vive un egocentrismo patológico, o quien es incapaz de dejar
las faldas maternas (y como éstos, tantísimas anormalidades de la personalidad
en equilibrio), NO ESTÁ CAPACITADA para el matrimonio. Es un eunuco y no por naturaleza, sino por realidades
propias.
Pero
Jesús da una tercera posibilidad: quien a sí mismo y de forma libre y voluntaria
se queda eunuco. Por lo general se
quiere aplicar sólo al célibe voluntario, con una casi exclusividad al que se
consagra a Dios de por vida. Pero por el
Reino de los Cielos no indica solamente al “profeso religioso”. También el
caso de quien elige permanecer soltero por alguna razón de orden superior (de
atención a otros, de servicios sociales…, etc.). Y aquí habría que pensar que
Jesús se refería –dado el contexto en que lo recoge San Mateo- al “separado”
que ha llegado a ello por imposibilidad de convivencia, pero sabe que su lazo
primer permanece y por tanto opta a esta forma de vida “separada”.
Por
supuesto que hablar así en la sociedad actual es estar hablando en tagalo o en
chino mandarín. Pero yo me he quedado con el evangelio que hoy comento, y no he
añadido ni quitado a la palabra misma de Jesús.
Sí señor. Esto es hablar claro. No es frecuente escuchar, sobre este tema tan peliagudo, una presentación tan clara. Gracias Padre.
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