Hoy es PRIMER VIERNES
El
VIERNES es tradicionalmente un día dedicado al CORAZÓN DE JESÚS, porque en un
VIERNES SANTO culminó Jesús el hecho soberano del AMOR A NOSOTROS, muriendo en
la Cruz, para pagar así la deuda contraída por nuestros pecados. Nosotros nunca
hubiéramos podido pagar, por la cuantía de esa deuda que había traspasado las
posibilidades humanas por haber sido el puño de la soberbia levantado contra
Dios. Necesitábamos un AVAL de tanta cuantía que sólo podía pagarlo el mismo
Dios. Y para que eso fuera posible, el
HIJO DE DIOS SE HIZO HOMBRE, POR AMOR a la pobre humanidad, haciéndose uno de tantos, uno como nosotros,
metido en el mismo fango humano, para desde la basura, levantar a esa humanidad
caída. Solo que eso no se hacía con un bastón de mando sino con un AMOR
SOBRE TODO AMOR, viviendo nuestra vida y purificando la suciedad que nosotros
acumulamos.
El
PRIMER VIERNES es, pues, un día de CELEBRACIÓN
DEL AMOR, de mirada a Jesús, que
tanto amó, que se entregó a la muerte por mí, y ante el que yo me pregunto
–en nobleza del alma- cómo corresponder
a tanto amor.
Por
eso, el APOSTOLADO DE LA ORACIÓN, cuyo sentido –doble sentido- va unido al AMOR
DE JESÚS (simbolizado en SU CORAZÓN, como la fuente de los sentimientos
humanos), y al SERVICIO a los hermanos, busca potenciar esta misión y vocación
suya ofreciendo un especial CULTO AL
AMOR DE DIOS, manifestado en el CORAZÓN DE SU HIJO, en el primer viernes de
cada mes.
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El
evangelio de hoy puede dejarnos –en primera lectura- una sensación de “mera
historia de un suceso” –muy desagradable suceso- de Herodes que ebrio y
sensual, y por más señas “adúltero con la mujer de su hermano”, se ha comprometido con juramento ante los
invitados- a regalar y compensar a la hija de esa mujer, nada menos que con
la mitad de su reino (si así lo quiere ella)…, o cualquier cosa que le pidiera.
Todo ello porque se ha deslumbrado con el baile oriental que la muchacha,
Salomé, ha ejecutado para resaltar la fiesta.
Y
como aquella irrupción de Salomé en la Sala del banquete podía estar preparada
por la astucia de Herodías, su madre, la promesa que hace Herodes acaba redundando
en lo que aquella adúltera pretendía, que era callar de una vez la voz del
Bautista que le decía al rey que no le era lícito aquella unión con su cuñada.
Salomé pregunta a su madre qué debe pedir, y Herodías sentencia: la cabeza de Juan el Bautista, ahora mismo,
en una bandeja. Y la macabra repugnante escena de la niña que aparece con
aquel horripilante presente en medio de la Sala, debió ser de un mal gusto
difícil de soportar.
Pero
no hay una sola Palabra de Dios que no esté destinada a penetrar en las almas como espada que llega hasta la médula de los
huesos. Y por tanto no sólo vemos la espantosa escena anterior, ni sólo nos
indignamos contra la lascivia de unos y otros, sino que sacamos lección útil. Y
esa lección lleva el sello de un compromiso. Herodes se
ha comprometido con a muchacha y ante los comensales. Y aunque Herodes lleva a
mal la petición de Salomé (porque él respetaba y hasta consultada al Bautista),
el compromiso adquirido le constriñe ahora hasta llevarlo a su final. [Cierto
que un compromiso o promesa de algo malo, no obliga a cumplirlo]. Herodes se
siente obligado a una promesa hecha, y –parte por el juramento, parte por el
respeto humano ante los invitados- cede y cumple.
Un
ejemplo de adónde debe llevar un compromiso
adquirido ante Dios…: en las llamadas de la fe, en las promesas
bautismales, en la alianza de los esposos, en la fidelidad a un colectivo, y
hasta en la seriedad ante la hora de una cita. Diría yo: el sentido de compromiso,
que va más allá de un detalle u otro. Es una característica definitoria de la
persona. Ahí donde me comprometí, ahí respondo. Me costará, me obligará mi
propia promesa hecha… Pero ahí siento que me constriñe el compromiso adquirido.
Y por eso no puedo jugar al “más o menos”, al “no tengo gana”, “estoy cansado”,
etc. Mi vida se compone de compromisos expresos o tácitos. Y cuando el objeto
es bueno, he de ser consecuente. A lo mejor debo saber calibrar mis
compromisos, y saber que sólo llego a donde llego y que no debo pensar en más
de lo que puedo. Hasta ahí, el conocimiento de uno mismo, y la humildad y
realismo con que he de vivir. Pero cuando llego a comprometer mi tiempo de
oración, mi dominio en las horas de televisión, mis reacciones de carácter, mis
palabras o mis silencios, las compras o el descanso, el dominio de mis afectos,
el saber ceder…, etc., debo hacerlo con toda seriedad de vida. Porque no es
bueno vivir a salto de mata con lo primero que se viene a la mano o al deseo,
sino saber qué quiero (sabiendo mirar también el querer de Dios), qué puedo,
cuándo… Y hasta teniendo la personalidad necesaria para decir NO cuando algo no
puedo, no debo, o no es oportuno.
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