CORTAR,
ARRANCAR, EVITAR
Cuando
Jesús quiere poner acento de fuerza e importancia, recurre a expresiones
extremas que rompan esquenas…, o que peguen un latigazo en la conciencia de los
individuos. Si el Reino de Dios es lo que Él ha venido a establecer, y eso significa
que DIOS ES EL CENTRO, y que nada puede anteponérsele (porque lo primero de la
vida es amarás a Dios sobre todas las
cosas, con toda tu mente, con todo tu ser), las consecuencias que se siguen
y que hay que poner en su punto justo es que hay que cortar de raíz lo que
pueda oponerse a ese amor a Dios sobre todo.
Habla hoy
Jesús primeramente del valor del gesto, por pequeño que sea, cuando se hace por
una causa de relación hacia Dios. Así un
vaso de agua que os den porque seguís al Mesías, no quedará sin recompensa.
Y Jesús lo asegura.
Y al mismo
tiempo asegura otras soluciones drásticas que deben tenerse en cuenta. Y las
plantea de esa manera rasgante en la que Él es maestro… Se trata de las
ocasiones peligrosas con las que uno puede encontrarse, y cómo debe
reaccionarse. Si tu mano te hace caer,
córtatela. Bien evidente que la mano no es la culpable porque la mano se
mueve desde “las órdenes” que recibe desde el cerebro. En definitiva “la
conciencia” está radicada en el cerebro, que es el motor que pone en marcha
todo lo demás. Si nuestro “motor” controla racionalmente, cortar la mano no es cruento. La mano no es en sí misma ni culpable
ni meritoria. El responsable de todo
es el PROPIO YO. Es ahí donde hay
que cercenar, cortar…; ahí es donde
hay que educar, donde hay que dominar, controlar, sacrificar (convertir de
profano en sagrado; de pecaminoso en meritorio; de egoísta en honrado).
Por eso la
expresión de Jesús sirva de revulsivo…, de levantar alarmas y de poner muy
claro el valor de vivir en amistad con Jesucristo y con Dios: aunque hubiera
que cortar la mano, el pie, o arrancarse
el ojo. Y Jesús no es que incita a quedarse mancos, cojos o tuertos.
Espolea a ser honrados, personas capaces de dar valor a lo que debe tener
valor, y hacer la guerra abierta a lo que puede apartarnos de Dios y del agrado
de Dios.
La mano, el
pie, el ojo…, la persona, son movidos desde ese motor central que es la cabeza,
que es la que manda. Y ahí hay unos sensores que van poniendo orden: la
conciencia, que generalmente está para reflejar en nosotros el deseo de Dios;
están los mismos afectos y decisiones. Todo nace, se cuece, se “maneja” desde
el cerebro, en su zona racional, o espiritual.
El recurso
ridículo es el de quien “acusa” a su mano o a su ojo de que se le van hacia…
Quien se puede “ir” es esa mente incontrolada, pero a la que le corresponde llevar el control. Los instintos
naturales de conservación –comer, descansar, evitar un mal mayor ante un
tropezón (poner las manos para aminorar el daño, atracción de los sexos, ansias
de paternidad)-, están también ahí en la mente del ser humano. Ya los antiguos
llamaban “mente” a todo ese complejo humano que lleva dentro toda la vida y
vitalidad de la persona). Y la mente es la que ha de dosificar cada tendencia
para que –como suele decirse- mantengamos la
cabeza encima de los hombros.
Por tanto ni
la mano es culpable, ni las piernas caminan por su cuenta, ni el ojo se fija
sin intención. No hay que cortar miembros ni arrancar ojos. Pero hay que
controlar y mantener a raya, en su punto racional, todo lo que hay en cada
persona.
Ahora viene
lo “raro”, lo “extraordinario”, lo que supone una mente mal formada, o “algo”
que la rebasa. Conozco el caso de alguien que materialmente se cortó la mano de
un hachazo porque le era ocasión de
pecado. Ignoro qué ocasión, qué pecado, qué situación. Puedo juzgar a lo
superficial considerando una barbaridad e inmadurez tal acción. O puedo sentir
un inmenso respeto, puesto que no conozco la circunstancia concreta que llevó a
tal acción. Y pienso que puede ser hasta heroica.
Conozco a un
sacerdote detenido en persecuciones religiosas furibundas –contemporáneas- que
al ser encarcelado y previendo la tortura para “sacarle secretos de confesión”
por razones de políticas tiránicas, optó por cortarse la lengua con una
cuchilla de afeitar. Tengo que venerar una actitud así. Y comprendo que el
evangelio está para algo, y que alguien puede entenderlo y practicarlo en ese
grado extremo. Yo pienso que yo no lo haría. Pero me toca admirar y reconocer
la solución drástica ante un peligro moral inminente. Los mártires no son sólo
los que mueren públicamente y gritan: ¡Viva Cristo Rey! También hay mártires y
martirios que son los que luchan día a día para mantener su honradez y su dignidad.
Los hay que han perdido su puesto de trabajo, quienes han “malogrado” su
carrera y sus ilusiones antes que ceder a las exigencias de sus “directores” de
departamento o de tesis. Eso no sale en los periódicos, ni se valora en una
sociedad hedonista, pragmatista, carente de principios, y viviendo “la cultura
del pelotazo” (sea cual sea la índole de tal “pelotazo”). Pero son personas que
se han incorporado a la lista de quienes “se
cortaron la mano o el pie, o se arrancaron el ojo, antes que caer…
Porque consideraron que valía más entrar en el Cielo manco, cojo o
tuerto, que con las dos manos, los dos pies o los dos ojos, vivir el infuiefrno
sde la deshonra y la infidelidad.
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