26 de febrero de 2014 (Zenit.org) - Queridos hermanos y hermanas,
buen día
Hoy las previsiones meteorológicas decían 'lluvia' y ustedes
vinieron lo mismo. Tienen mucho coraje. ¡Felicitaciones!
Quisiera hablar hoy del sacramento de la unción de los enfermos
que nos permite tocar con la mano la compasión de Dios por el hombre. En el
pasado se lo llamaba 'extremaunción', porque se entendía como confort
espiritual en el momento de la muerte. Hablar en cambio de 'unción de los
enfermos', nos ayuda a ampliar la mirada a la experiencia de la enfermedad y
del sufrimiento, en el horizonte de la misericordia de Dios.
Hay una imagen bíblica que expresa en toda su profundidad el
misterio que aparece en la unción de los enfermos. Es la parábola del buen
samaritano en el Evangelio de Lucas. Cada vez que celebramos tal sacramento, el
Señor Jesús en la persona del sacerdote, se vuelve cercano a quien sufre o está
gravemente enfermo o es anciano.
Dice la parábola, que el buen samaritano se hace cargo del hombre
enfermo, poniendo sobre sus heridas, aceite y vino. El aceite nos hace pensar
al que es bendecido por el obispo cada año en la misa crismal del jueves santo,
justamente teniendo en vista la unción de los enfermos. El vino en cambio es
signo del amor y de la gracia de Cristo que nacen del don de su vida por
nosotros, y expresan en toda su riqueza en la vida sacramental de la Iglesia.
Y al final la persona que sufre es confiada a un posadero para que
pueda seguir cuidándolo sin ahorrar gastos. Ahora, ¿quién es este posadero? La
Iglesia y la comunidad cristiana, somos nosotros a quienes cada día el Señor
Jesús confía a quienes están afligidos en el cuerpo y en el espíritu para que
podamos seguir poniendo sobre ellos y sin medida, toda su misericordia de
salvación.
Este mandato es reiterado de manera explícita y precisa en la
carta de Santiago. Se recomienda que quien está enfermo llame a los presbíteros
de la Iglesia, para que ellos recen por él ungiéndolo con aceite en nombre del
Señor, y la oración hecha con fe salvará al enfermo. El Señor lo aliviará y si
cometió pecados le serán perdonados. Se trata por lo tanto de una praxis que se
usaba ya en el tiempo de los apóstoles. Jesús, de hecho, le enseñó a sus discípulos
a que tuvieran su misma predilección por los que sufren y les transmitió su
capacidad y la tarea de seguir dando en su nombre y según su corazón, alivio y
paz, a través de la gracia especial de tal sacramento.
Esto, entretanto, no tiene que hacernos caer en la búsqueda
obsesiva del milagro o de la presunción de poder obtener siempre y de todos
modos la curación. Pero la seguridad de la cercanía de Jesús al enfermo,
también al anciano, porque cada anciano o persona con más de 65 años puede
recibir este sacramento. Es Jesús que se acerca.
Pero cuando hay un enfermo y se piensa: 'llamemos al cura, al
sacerdote'. 'No, no lo llamemos, trae mala suerte, o el enfermo se va a
asustar'. Por qué, porque se tiene un poco la idea que cuando hay un enfermo y
viene el sacerdote, después llegan las pompas fúnebres, y eso no es verdad.
El sacerdote, viene para ayudar al enfermo o al anciano, por esto
es tan importante la visita del sacerdote a los enfermos. Llamarlo para que a
un enfermo le dé la bendición, lo bendiga, porque es Jesús que llega, para
darle ánimo, fuerza, esperanza y para ayudarlo. Y también para perdonar los
pecados y esto es hermoso.
No piensen que esto es un tabú, porque siempre es lindo saber que
en el momento del dolor y de la enfermedad nosotros no estamos solos. El
sacerdote y quienes están durante la unción de los enfermos representan de
hecho a toda la comunidad cristiana, que como un único corazón, con Jesús se
acerca entorno a quien sufre y a sus familiares, alimentando en ellos la fe y
la esperanza y apoyándolos con la oración y el calor fraterno. Pero el confort
más grande viene del hecho que quien se vuelve presente en el sacramento es el
mismo Señor Jesús, que nos toma por la mano y nos acaricia como hacía Él con
los enfermos. Y nos recuerda que le pertenecemos y que ni siquiera el mal y la
muerte nos podrán separar de Él.
Tengamos esta costumbre de llamar al sacerdote para nuestros
enfermos, no digo para los resfriados de tres o cuatro días, pero cuando se
trata de una enfermedad seria, para que el sacerdote venga a darle también a
nuestros ancianos este sacramento, este confort, esta fuerza de Jesús para ir
adelante. Hagámoslo. Gracias.
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