Marcos 6,
53-56
Hemos
perdido dos pasos –quiero decir: la lectura continua ha dejado dos pasos- sin
tratar, que van concatenados, y del que se sigue el actual. Dejamos a Jesús y
los Doce en el lugar apartado que
Jesús les brindó para que descansasen tras su periplo apostólico. Ya vimos que
aquello se esfumó porque la gente –en número considerable. Se presentó allí
donde esperaban reposar. No se ha tocado en el calendario litúrgico las escenas
de la multiplicación de panes, ni aquel
embarque obligado que Jesús impuso a sus apóstoles, mientras Él quedaba despidiendo
a la muchedumbre. No se ha tocado tampoco la tempestad que les cogió a aquellos
hombres en medio del lago, y Jesús se vino a ellos, amainando el mar cuando Él
subió a la barca.
[Hago estas salvedades porque mi preferencia en la oración personal es ir “al margen” del calendario litúrgico.
Considero que “no tenemos derecho” a ponerle ritmos a la acción de Dios, y el
que sigue el evangelio como tal, debe no perder puntada de las narraciones de
los evangelistas, que para algo las han hecho así. Los hoy tan habituales “evangelios” con la acotación del año en curso, son dedicados
solamente al seguimiento de la liturgia].
En
ese punto del atraque de la barca estamos hoy: llegaron a tierra de Genesaret. Sea que quisieron dirigir hasta allí
la barca, sea que el casi naufragio sufrido acabó aconsejando atracar en el
lugar más inmediatamente cercano.
Sea
como sea, allí están. Y como aquel era terreno frecuentado por Jesús, o al que
fácilmente llegaban las noticias de Jesús, al instante se le agolparon las
muchedumbres. Jesús recorrió la comarca, y le fueron saliendo las gentes de
unos sitios y otros, y –cuando la gente
se enteraba- le sacaba a sus enfermos en camillas. Le colocaban los enfermos en
la playa y le rogaban que les dejase
tocar al menos el borde del manto; y los que lo tocaban, quedaban sanos.
Primera
parte: que las gentes CREAN en Jesús lo suficiente para acudir a Él…, para
salirle al paso en cuando se enteran que anda por sus tierras.
El
segundo paso es una fe que CREE QUE JESÚS PUEDE CURAR. Es distinta fe de la
anterior. La primera es una aceptación, admiración, atracción. Ahora es esa fe
que sabe que pueden moverse hasta las montañas… Y como las montañas pueden
quedarse en su sitio, le traen a los enfermos (que es lo que a ellos les
importa y les duele)
El
tercer paso es la característica de la fe sencilla, QUE NECESITA TOCAR y eso es
lo que les da seguridad. Y piden a Jesús que deje siquiera a los enfermos tocar el borde del manto. TOCAR… Es ya una “liturgia” del pueblo sencillo.
Y una liturgia con su eficacia, puesto que Jesús se acomoda a la fe de cada
cual, y según ella se producen los efectos. Los
que tocaban, se ponían sanos.
Pienso
que es la experiencia de la gran mayoría. Los creyentes van a Jesús, gozan de
esos encuentros con Jesús, y experimentan de una u otra forma esa “sanación”
que viene en su relación de fe con Jesús. “Tocan” y les produce efectos
liberadores.
Ahora
viene esa reflexión más a fondo: ¿son efectos liberadores hasta el punto de que se cambian acritudes y se
afrontan retos de solución de algún determinado tema personal? ¿Toca la persona
a Jesús como para que “se seque la fuente
de las hemorragias” [esos puntos flacos que cada cual tiene y sabe que
tiene?].
La
práctica pastoral y la propia experiencia dice que no. Que somos, en expresión
de un autor- capaces de combatir con Dios
los años enteros y, por el temor de ser infelices, permanecer siempre desgraciados
(ya lo he citado alguna otra vez). Y es que el secreto no está en tocar nosotros a Jesús, sino en el
momento en que nos toca Jesús. No fue el secreto –en la hemorroisa- SU TOCAR,
sino que salió de Jesús SU FUERZA…,
que es la que cura.
Por
eso la gran petición que necesitamos hacer a Jesús es que ÉL NOS TOQUE…, que
ponga su mano Él…, porque hasta entonces seremos creyentes que “vemos”, que “deseamos”…,
pero –como en Zaqueo- nos quedaríamos en lo alto del árbol “viendo pasar”. Sólo
cuando Jesús se detiene allí, alza la
vista y llama…, es cuando se produce “la salud de aquella casa”. Había sido
una buena condición la del hombre que se sube al árbol con deseo de ver. Y esa
parte es la que nos toca a todos. Esa es la ascética, el trabajo personal, el
removimiento de obstáculos. Pero mientras Jesús no llegue a tocar, con ese
TOQUE SUYO, nos tocará esperar y seguir buscando ese “borde del manto”.
Y
de pronto se encuentra uno con unas fuerzas y una decisión y una actitud de
superación que antes ni tenía, ni uno podía forzar. De pronto dice uno: “he visto…” Y eran cosas tan vistas antes y tan sabidas
que casi parece una broma que ahora diga que “ha visto”. No es broma: es que AHORA HA TOCADO JESÚS y ha hecho fáciles
las sanaciones interiores que antes quedaban lejos.
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