Aquí te quería
ver
…
y aquí me tengo que mirar. Siguen los
domingos con el Sermón del Monte, que es cosa fina. Aquí está volcado todo el
secreto de la vida cristiana.
Pero es digno
de atención que ya el tercer libro de la Biblia, cuando el Pueblo de Dios está
haciéndose, tenga unas formas de conducta puestas por Dios, como las que hemos leído
en la 1ª lectura (Lev 19, 1-2,
7.18): Seréis santos porque yo, vuestro
Dios, soy santo. Una auténtica norma esencial y rabiosamente significativa.
Un “Pueblo de Dios” tiene que reflejar a Dios. Y si Dios es santo, sólo tienen
sentido ante Dios las actitudes santas, las personas santas.
Y
en lo que puede dar de sí su cultura, esa santidad presupone que no odiarás a tu hermano; corregirás a tu pariente
(para no ser cómplice de su pecado); no
te vengarás ni guardarás rencor a tu pariente, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Y todo eso queda firmado y
rubricado: YO SOY EL SEÑOR. Es esa la razón suprema y sobre cualquier
otra.
Y
llegamos al Sermón del Monte y Jesús sube el listón: sabéis que está mandado: “Ojo por ojo y diente por diente”… Ya era
una perfección esa ley, cuando en otras culturas se permitía la venganza plena.
En esa llamada “ley del talión” lo que no se permitía era que alguien se
defendiera haciendo un daño mayor que el que recibía. Si has perdido un ojo,
sólo puedes atentar contra un ojo del agresor; no más. Pero aún así, Yo os
digo: si uno te abofetea en la
mejilla derecha, preséntale la otra. Y no se trata de hacer cristianos
tontos que se van dejando abofetear. Pero sí cristianos tan a lo Cristo que no
toman venganza ni devuelven la bofetada recibida. ¡Eso ya es un avance grande,
¡un cambio de raíz en aquel pueblo! Más todavía: devuelve el bien…: a quien te pide qyue le acompañes una legua,
acompáñale dos…
Y
la razón es que se dijo antes: amarás a tu
prójimo y odiarás a tu enemigo; pero yo
os digo: amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persoguen y
calumnian. ASÍ SERÉIS HIJOS DE VUESTRO PADRE DEL CIELO. Un cambio, pues, de
envergadura. Para ser hijos de Dios y ser auténtico pueblo de Dios, habéis de
ser como es Dios: que ama también al pecador, al malo, y hace salir su sol sobre todos, buenos y malos, justos e injustos…
Jesús ha dado un vuelco a un modo de pensar y actuar. Jesús plantea otra forma
de vivir, la que distingue al creyente.
Porque si fuéramos a ser como los otros, los
que aman a quienes los aman, ¿qué mérito tenéis? Lo que se os pide a vosotros,
como vuestra insignia y vuestro título de algo tan especial como el Reino de Dios,
es que seáis perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Eso tiene dos modos de reflexión, dentro de
lo imposible que Jesús nos ha puesto delante: uno, yéndonos a San Lucas y
tomando el “paralelo” –y continuando el discurso anterior- es que seáis
misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. La misericordia por
encima de toda otra actitud, ¡porque así es Dios!
Otra
interpretación –que a mí me dice mucho-: sabe Jesús que nos ha dicho algo
imposible: el ser perfectos como Dios. Pero lo que no puede ser nunca un hecho
real, sí puede ser una llamada, un imán, un estímulo, una búsqueda…: querer
irse acercando a la perfección de Dios. Será una utopía imposible. Y sin
embargo es un estímulo emocionante, una espuela que nos espolea a no rendirnos
jamás y a no detenernos jamás en ese caminar hacia la perfección. No la
alcanzaré nunca en la realidad mía, pero no habré renunciado nunca a
alcanzarla.
Y
eso tiene un inmenso valor de entusiasmo…, de saber que mi vida no tiene un
límite corto ni pequeño…, que no me puedo contentar con ser candil cuando por
vocación soy estrella.
San
Pablo confirmará esta hipótesis cuando nos lleva a la inmensidad de sentirnos templos
del Espíritu Santo…, y que Dios habita en nosotros. Ya bastaría esa
razón para ir espoleados hacia un más…
Y cuando este mundo que vivimos nos cree necios porque mantenemos estas pautas
de vida, en realidad el Señor penetra
esos pensamientos del mundo y conoce que son vanos… Y “vanos” dice igual
que “vacíos”, “hueros”, sin contenido. En San Ignacio de Loyola dice aún más: “son
pecaminosos”, porque quedarse a cero quien está llamado al infinito (“sed
perfectos…), no es simplemente “vacío” sino un pecado de “lesa vocación”, un
haber dejado vacía la llamada de Jesús,
el sueño del amor del Padre Dios.
Para
que podamos afrontar esta vocación a las alturas, Jesús nos ha dado la
EUCARISTÍA, semilla que se siembra en nosotros, pero no para nuestra devoción y
solo alimento espiritual, sino para que sea germen que lleva en sí la fuerza
infinita de hacernos crecer hacia el Cielo. Y como en el Sermón del Monte hay
una proyección necesaria al prójimo, no hay Eucaristía donde no haya corazón
abierto totalmente a ese prójimo hasta amarlo como a uno mismo.
Y
sabemos que Jesús no se quedará ahí… Un día, en el límite de su vida y a punto
de su muerte, lo que nos va a poner como mandato
nuevo es que nos amemos unos a otros COMO YO OS HE AMADO. Ha llegado, pues,
el reventón cristiano…, el reventón del amor…, porque ASÍ AMAMOS A JESÚS QUE
NOS VEMOER IMPELIDOS A AMAR COMO ÉL.
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