Un desahogo de
Jesús
San
Marcos, en 7, 24-30 es más escueto que San Mateo al contarnos este suceso
acaecido en la frontera misma de Israel. Jesús se había retirado allí, sin que
se expliciten los porqués de ello. Lo que sí indica el evangelista es que
estaba de incógnito y que no quería que se supiese que estaba en una casa de
aquel paraje. Quería pasar inadvertido.
No
lo consiguió, como tantas otras veces. Y lo curioso es que quien descubre a
Jesús es una mujer pagana. No sabemos ni cómo ni a santo de qué supo aquella
mujer de Jesús, y de Jesús como alguien que podía solucionarle un problema tan
grave como que una hija suya estaba sufriendo mucho por “un demonio” que la
enfermaba.
Y
descubrir a Jesús en una situación así no es sólo haber sabido que andaba por
allí, sino es venirse hasta Él a pedirle que libere a su hija de ese “demonio”.
Jesús
le contaba después a sus discípulos el mal rato que había pasado, pues su
impulso instintivo era salir al paso y liberar a aquella muchachita. Pero Jesús
les expresaba que –en su misión mesiánica- Él veía que debía quedarse ceñido a
Israel. Como Mesías se debía primero al Pueblo de Dios. Otra cosa –les decía- eran mis sentimientos,
que se iban hacia aquella madre y hacia aquella hija suya, porque brotaba de mí
esa fuerza de amor compasivo. Y si encima de todo era un demonio que atormentaba
a la pobre niña, ¡cuánto más se me iba el alma por atender aquella súplica de
la mujer (aunque fuese pagana; que para los sentimientos de mi Corazón no era
ningún obstáculo).
Sin
embargo tuve que hacerme fuerte para no irme de momento a auxiliar aquel dolor,
y pensé que debía quedarme en los principios del Pueblo de Dios: que primero coman ellos… Y echando mano de ese refrán que corre por
ahí, le tuve que decir a la mujer (retorciendo mis sentimientos) que
no está bien echar a los perros el pan de los hijos. Quería yo que ella
comprendiera lo que Yo mismo no comprendía…, lo que mi Corazón se negaba a
comprender… Pero había que guardar esos principios.
Me
hubiera quedado dolido pero mejor si la mujer hubiera aceptado mi respuesta. Lo
que pasa es que ya visteis que no se quedó callada. Con ese arte de mujer me
dio la razón a la vez que me la quitaba. Me dijo: Llevas razón, y casi que respiré… Creí que la mujer comprendía y se
retiraba. Pero no: con ese arte femenino me dio la vuelta a mi argumento y con
delicadeza que me resonó en el alma, dijo: Pero
también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños.
Os digo –expresó Jesús- que me dejó seco. No sólo había encajado con toda
naturalidad el dicho del refrán aquel, sino que continuaba el refrán y con las
mismas palabras daba la vuelta a mi razonamiento. No es que me molestó aquello,
ni mucho menos. Es que aquella mujer me fue una luz, y una luz que debía Yo
interpretar más allá que el dicho humano.
Yo
había hablado de los signos de los
tiempos; había expresado el absurdo de los niños que ni bailan con la
música, ni lloran con los duelos… ¡Y ahora me encontraba Yo con un auténtico “baile”
en el que Dios mismo ponía la música a través de la lira de aquella mujer! Ya no hacía falta más. La mujer había puesto
de manifiesto que también los perrillos
debían comer de la mesa de los amos…; que los paganos debían participar de
los bienes del Pueblo de Dios… Que más allá que ser Mesías que libera Israel,
Yo estaba en la vida para abarcar al mundo entero, sin distinción de judíos y
gentiles, israelitas o griegos…
Y
el Corazón se me abrió de par en par, con un gozo absoluto, cuando ya pude dar
rienda suelta a mis sentimientos, y pide sonreír abiertamente a la mujer, para
trasmitirle mi propia dicha, que –en definitiva- era mostrarle el mismo Corazón
de Dios. Y me salieron con un cariño inmenso y una sensación gozosa de cercanía
las palabras que le dejaban claro que su petición había sido cumplida: Anda, vete, que por eso que has dicho, el
demonio ha salido de tu hija. ¿Visteis los ojos de aquella mujer? En parte
lloraba pero sonriendo también ella; en parte era un rostro de satisfacción
victoriosa: había conseguido su objetivo; había acertado en su modo de
proceder. La mujer agradeció lo que se había hecho, y se marchó. Os puedo decir que también Yo estaba que
saltaba por dentro de alegría. En realidad mi Corazón había visto realizado su
primer sentimiento.
Luego
que partió la mujer y que Jesús había contado aquello a sus apóstoles, Jesús
buscó un hueco para una oración a Dios con inmenso agradecimiento, porque Dios
se había hecho presente. Y había actuado como quien no actúa… La mujer había
sido la que empujaba… Y Dios estaba detrás y era la Luz. La mujer ni pensó en
Dios; era pagana. Y sin embargo actuaba de instrumento divino para Jesús; ella
hacía de velita que encendía otro cirio mayor…: los signos de los tiempos, que son mucho más importantes de lo que
la gente cree… Parece a muchos que es una salida de escapatoria, y sin embargo Jesús
mismo había experimentado cómo Dios se sirve de las cosas más triviales para
hacerse presente en medio de la vida de las gentes. Así –dijo Jesús a sus Doce-
se me hizo presente a mí…, y salieron ganando esas almas del mundo entero, que
comieron y se saciaron de “las migajas” –hogazas enteras- que cayeron de la
mesa de Israel.
M hace pensar mucho la respuesta de Jesús a esta mujer de origen sirofenicia.Parece que la respuesta puede herirla,y me admira la humildad en su insistencia para lograr la curación de su hija.Aquella mujer con su fe,humildad ,confianza y perseverancia,se ganó el Corezon del Maestro.
ResponderEliminarCuando pidamos algún don,hemos de pensar que somos hijos de Dios,y EL está infinitamente más atento hacia nosotros que el mejor padre de la tierra hacia su hijo más necesitado.