Del “Sígueme” al “niéguese”
Ya
hace tiempo que aquellos hombres fueron llamados por Jesús. El “sígueme” primero llevó una componente
emocionante de elección personal, de aventura a lo desconocido, pero tras de
Jesús. Ya han vivido los discípulos algo tan importante como el paso de
discípulos a apóstoles, en esa nueva elección “para estar con Él”. Ya han visto tantos signos… Y ya se han topado
con el escándalo: Jesús les ha anunciado que su mesianismo pasa por la reprobación
que van a hacer de Él los jefes religiosos y civiles, y aun el mismo pueblo, y
que eso le va a llevar a la muerte. Y ahí ha explotado “la incondicionalidad”
que había hasta ahora en aquellos hombres. Simón ha expresado a Jesús la disconformidad
absoluta con ese planteamiento de la cruz.
Jesús
tiene que volver a empezar…, o que poner puntos sobre las íes y pasar de
aquella poesía de “pescar hombres” a algo tan personal como la actitud de quien
quiera ir con Él. Tras el episodio difícil y duro con Simón –y a la vista de
todos- se sienta Jesús pacientemente y se pone a aclarar el camino en el que
está enrolados. Y dice: “Quien quiera
venir conmigo que se niegue a sí mismo,
que tome a cuestas su cruz, y que me siga”. Por tanto no hay
seguimiento sin ese negarse a sí mismo,
esa actitud de abnegación, que supone una guerra contra el YO, los gustos y
apetencias propios, y el endiosamiento que pretende vivir la amistad, la fe, el
seguimiento del Maestro…, pero “a mi manera”. San Lucas explicitará que tomar la cruz es cada día, porque seguir a Jesús no es cuestión de “ratos” o de “circunstancias”.
Habrá
quienes crean que “ponerse a salvo” de esas exigencias es un “arte” en el vivir
del “seguidor de Jesús”. Y Jesús sale al paso y advierte que ese aparente “salvar
la vida” (escurrir el hombro), es en realidad perderla. En cambio saber “perder”
cuando hay una causa tan noble como el seguimiento de Jesus y el amplio
horizonte del Evangelio, es estar ganando.
Porque
“de qué le sirve al hombre ganar el mundo
entero, si arruina su vida”. Una palabra que –tomada en serio- cambia a un
postinero Javier, profesor y de noble familia, en un San Francisco Javier,
misionero incansable para llevar a los lugares más remotos la cruz salvadora de
Cristo. Jesús le da ahora la vuelta a esa pregunta que acaba de formular, y la
plantea desde el sentido contrario. Demos por caso, viene a decir, que has
preferido “ganar el mundo”, aunque sea vendiendo tu alma al diablo… Demos que
ahora eres un personaje famoso…, un “hombre libre”…, uno que ha sabido “vivir
su vida”… Si ahora –hecho ya una persona madura- te viene el deseo de regresar
al punto de partida, ¿qué puedes dar ahora para ese paso? ¿Qué puedes dar a
cambio para volver a aquella vida que, aunque sacrificada, te hizo ser más
persona, más feliz? [No se me olvida
aquel alumno mío que vivió su misma época de universidad con galanura
cristiana, y un buen día tuvo la idea de “vivir su vida ahora”, que para volver
a esto “de mayor”, siempre habrá tiempo… Hoy, en su aproximado medio siglo de
existencia, vive el permanente pesimismo negativo que ve la vida a través de
gafas negras. Y por supuesto que no se plantea aquella “vuelta” que él expresó
aquel día]. Pienso que el paso de Jesús por la vida de la persona tiene una
comparación con el paso del tren por una estación. Quien está allí con billete,
sube al tren y viaja. Quien no estuvo y no sacó su billete, queda varado en la
estación. ¿Cuándo es el próximo tren? ¡Eso ya no puede asegurárselo! Su oportunidad
fue aquel tren que ha dejado pasar.
En efecto, el que pretende ganar el
mundo entero, arruina su vida, y no
tiene en sus manos la posibilidad de recuperarla.
Por ello es tan esencial no avergonzarse
de Jesús y de sus planteamientos, porque puede uno encontrarse con la
parálisis de sí mismo para poder recuperar terreno y hallar a Jesús y seguirlo
con todas esas condiciones que Él ha dejado tan clarificadas. Y Jesús toca el
gong de aviso porque lo que está diciendo no es una idea que se quede en las
nubes. Es que de los aquí presentes no
morirán algunos sin haber visto realizado el Reino de Dios.
Encaja hoy como anillo al dedo el
tema de la carta de Santiago: la fe no es un juego, ni una afirmación barata,
ni un añadido a la vida. La fe son obras,
y lo contrario es bisutería espiritual. “Tú
dices que tienes fe y que yo tengo obras; muéstrame tu fe sin obras, y yo te
mostraré mis obras que son las que muestran cuál es mi fe”. Si esto lo
rozaran siquiera todos los que hoy pululan afirmando que creen en Dios, y no hacen lo que Dios ha enseñado, ¿qué les quedaba
de esa original “fe” que pretenden tener? Si esa misma palabra la supiéramos
tomar en serio todos los que tenemos nuestras prácticas religiosas y
sacramentales, pero al salir a la puerta de la calle varían ya nuestras
actitudes, criterios, pensamientos y modos de desenvolvimiento, ¿dónde está
nuestra fe?
Los estudiosos de san Pablo –gran defensor
de la fe frente a las leyes cumplidas- llaman a la fe que predica Pablo una “fe
preñada”: una fe con “su criatura” –las obras- tan dentro de la fe como
el feto va en el vientre de la madre. La fe será siempre un motor que alimenta
y ayuda a desarrollarse la vida y las obras de cada persona. Es exactamente la
idea de Santiago. Lo bueno de Santiago es la llaneza con la que expresa los
temas, que los puede entender cualquiera que lea su carta.
Desde el “sígueme” primero al “niéguese”
de ahora, no hay variación pero hay concreción y maduración. Seguir a Jesús es
camino sin fin.
Esta semana estoy redescubriendo a un Santiago que pone el dedo en la llaga con nuestro compromiso y ser cristianos. Hoy aterriza en esa fe que sin obras no es grata a los ojos de Dios. A veces, hasta esas obras que debe acompañar la coherencia de nuestra fe, la "mercantilizamos" (no todo se "compra"). Evidente, que como cristianos, no podemos vivir al margen de las necesidades de nuestros hermanos, pero toda nuestra fe ha de convertirse en actitud de vida, desde un simple "Buenos días" (hay muchas formas de decirlo) a compartir nuestro tiempo, o simplemente a actuar cuestionando a otros el porqué de nuestro hacer (no obrando de manera forzada sino que emane de un corazón enamorado del Señor). No hemos de actuar llevados por una estadística o contabilidad de nuestras obras, sino llevados por la impronta que la fe genera en nuestra vida y que ha de brotar de forma natural. Sin duda, tarea nada fácil para nuestra naturaleza tan frágil y dada al egoismo, SOLO en El, podemos.
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