Todo lo ha
hecho bien
Regresa
Jesús desde la frontera en donde le salió al paso aquella mujer pagana.
Atraviesa la Decápolis y el Jordán, y se viene a tierras de Galilea. Y allí le
presentan a un hombre sordo que, consecuentemente, apenas podía hablar. La escena
tantas veces repetida: Jesús que llega o pasa por un lugar, y en cuanto lo
descubren, le presentan a alguien necesitado. Y para más fuerza, las gentes le
piden a Jesús que le imponga las manos. Y sigue a continuación la escena
normal, ¡Jesús se pone a sanar a esa persona!
Una
primera característica de este hecho es que Jesús aparta de la gente al
enfermo. Nos trasmite así el evangelio un hecho importante: para estar en
presencia de Jesús es necesario –lo primero- un “apartarse”, un buscar espacios de intimidad personal. Es
cierto que a Jesus se le puede encontrar en medio de un bullicio y en medio de
una feria, y que hay quien lo encontró así. Pero lo normal es ese “encerrarse en el propio cubículo”, tener
un “vacío” de ruidos y distracciones… Y entonces hay mucha más oportunidad para
la acción de Jesús.
Jesús
le toca los oídos con los dedos. “Le mete los dedos” dice el texto, como un
signo de “abrir” lo que estaba cerrado. A esos “tapones” que dificultan la
escucha –esos “tapones” que cierran el “oído” a la Palabra de Dios…, a la
capacidad de reflexión por estar muy sordos a ese susurro de Dios- los dedos de
Jesús hacen el ademán de “abrirlos”, quitarlos, removerlos. En ese “apartado”
al que Jesús ha llevado al sordo, se podrá abrir su capacidad de escucha… El que empieza
a orar, piensa que con hacer ese “apartado” ya tendrá los frutos a borbotones.
Y sin embargo estamos viendo aquí que Jesús va lentamente, dando pasos...,
enseñando que la acción del Espíritu en las almas tiene su “tiempo”…, y que
cada alma tiene también su tiempo propio (no todos abren los oídos al mismo
tiempo).
Nuevo
paso: la saliva era –en la cultura oriental- un elemento sanador. Jesús ahora
se toca su propia saliva con el dedo, y con ese dedo toca la lengua del mudo.
Pronuncia la palabra de lengua materna: Effetá,
que significa: “Ábrete”, y en ese instante se produce la curación completa del
hombre que le habían traído. Si sólo tocar el manto de Jesús era curativo para
muchos, la saliva era definitiva. No será la única vez que se haga referencia a
la saliva de Jesús.
Jesús
pretendió entonces lo imposible: que el mudo curado permaneciera tan mudo que
no proclamara su curación. Y no digamos lo que era aquella gente que trajo al
enfermo, y que ahora lo oyen hablar con esa emoción de que “vuelve a ser
persona”. Por mucha insistencia que puso Jesús en que no dijeran nada, era muy
claro que aquello no iba a quedar callado. ¡Precisamente había hecho hablar a
un mudo!, y ahora que el hombre puede hablar, ¿va a callarse?
Trasladando
la escena al testimonio de la época inicial de la Iglesia, también los jefes
judíos pretendieron hacer callar a los apóstoles, que venían entusiasmados con
la Resurrección de su Señor y Maestro. Y cuando les instan que se callen, ellos
responden: “No podemos callarnos”. No
era desacato. Era sencillamente que el encuentro con Jesús y la presencia de
Jesús y las obras de Jesús no pueden silenciarse…, ¡necesitan ser proclamadas!,
y si no lo hicieran las gentes, hablarían
hasta los niños de pecho.
Por
eso no logró Jesús ese silencio de la buena acción que acababa de hacer. Y el
mudo se explaya ahora hablando y proclamando su alegría, y las gentes van por
un sitio y otro expresando sus sentimientos. Y el que ahora les queda al vivo
es que Jesús, TODO LO HIZO BIEN.
Y
se me queda esa “canción” en mis oídos y en mi corazón. Y la quiero proclamar a
los cuatro vientos. Y quiero que sea slogan que se repita por cada creyente (al
menos), y que no quede ni la más leve sombra ni insinuación de duda. Que es
doloroso escuchar a quienes –en sus momentos dolorosos- expresan algo así como
que “ya podría el Señor hacer tal o cual
cosa”, erigiéndose la persona en alguien que se atrevería a corregir la
afirmación de que “todo lo ha hecho bien”. Debe ser la exclamación que surja en ese “asombro” (“en el colmo de su asombro”)…, en los momentos que menos podemos
explicarnos…, cuando nos desborda una realidad… Debe ser la síntesis que lleve
encerrado nuestro modo de sentir la acción de Dios en la historia…, la obra de
Jesús en los acontecimientos de la vida diaria. Jesús, el Señor, TODO LO HACE
BIEN.
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