Como tú has
creído
Dos
por el precio de uno. A Jesus ha llegado un angustiado padre de familia, Jairo,
Jefe de Sinagoga, y ha pedido muy detalladamente: “Ven, pon tus manos sobre mi niña moribunda, para que se cure y viva”.
Y Jesús se ha puesto en camino hacia la casa de Jairo, tal como él ha creído
que tenía que ser. Esa es su fe, y Jesús se adapta a esa fe: Irá, pondrá las
manos… Jairo ha agradecido a Jesús que -tan de inmediato- haya puesto rumbo a
su casa; sabe Jairo que su hija está en las últimas y que no se puede perder un
instante.
“Al
otro lado”, con una muy diversa forma de fe, una pobre mujer con hemorragias
que la tienen exhausta en su cuerpo y arruinada en su economía (por su gasto
constante en los médicos, que –sin embargo- no llegaron a curarla), ha oído
hablar de Jesús. Y con esa espontaneidad de quien todo le queda que esperar,
decide una solución “secreta”: si ella llega a poder acercarse a Jesús y –sin más
publicidad- rozar los vestidos de Jesús, quedará curada. Así de directa es su
fe. Así de simple.
Y
pone su plan en ejecución. Las turbas caminan tras de Jesús, empujándose,
queriendo todos estar más cerca. Y la mujer se mete en el tumulto, y a pesar de
las protestas de muchos, se abre paso a codazos. Lo que menos le importa y menos
le afecta ahora son las protestas o las críticas de otros. Tiene una convicción
muy clara y va a buscar el modo de ejecutarla. Y llega a la primera fila,
alarga la mano, como tantas otras personas hacían, y toca el manto de Jesús. Notó,
como en un golpe de mano, que su hemorragia había cesado. Y con la misma prisa
que había buscado la primera fila, ahora se detiene y deja que las gentes le
adelanten… Ella está con los ojos cerrados ante ese gozo doble de haber podido
alcanzar su objetivo…, y los efectos que ella había deseado: está curada.
Lo
que no se había dado cuenta es que la comitiva se había detenido. Que estaba
todavía a pequeña distancia de Jesús, y que Jesús estaba mirando alrededor,
buscando y preguntando: ¿Quién me ha
tocado? Comprendo la perplejidad de aquellas gentes que en nada habían
variado su modo de estar y actuar, y que ahora es cuando Jesús se da por “molesto”
porque “le tocan”… Comprendo, cómo no, al buen Pedro que no sabe callarse y que
le planta al Maestro el absurdo de la pregunta: Ves que todos te empujan ¿y preguntas quién me ha tocado? No;
no era absurdo. No confundía Jesús “empujar”, “apretujar”, ir en medio de una
turba…, con algo muy distinto que se había dado allí: Alguien me ha TOCADO, porque
de Mí ha salido una fuerza…
La mujer se
da cuenta de su situación. No ha pasado desapercibida. Y hasta teme haber sido
imprudente y haber molestado al Maestro. Se
acercó ahora temblorosa y asustada y contó brevemente su historia…, y que había quedado curada. Jesús no estaba disgustado. Jesús miró con un
inmenso cariño a aquella mujer y sintió emoción ante aquella fe… Y como Jesús
hace siempre, remite el efecto positivo a la fe de ella: Hija; tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud. Yo pienso que la mujer ya no se fue. Quedó
prendida en aquella mirada de Jesús y en aquella bondad y cercanía que le había
mostrado.
Quien no
estaba feliz era Jairo. Se estaban perdiendo unos minutos decisivos, y todo
aquello le estaba haciendo daño. Y por su le faltaba poco en su ánimo hundido,
el recado que le llega de su casa: No molestes
ya al Maestro. La niña ha muerto. Jairo se derrumbó. No es que hubieran
llegado más a tiempo sin el caso de la mujer. Pero ¿quién le quitaba de la
cabeza que aquella mujer había hecho perder un tiempo esencial…?
Jesús vio el
panorama; vio el dolor de aquel padre, las lágrimas que le caían, el gesto que
le hace a Jesús como quien dice: “Ya,
¿para qué?” Un sentimiento de fracaso, de derrota, de ocasión perdida… [Se me
ocurre pensar cómo se hubiera desarrollado todo si en vez de ponerle a Jesús “los pasos” para la curación de su hija,
hubiera llegado con el centurión, al que le bastaba una sola palabra, en el
instante mismo… Y veo que la vida de la fe es tan diversa…, y se desenvuelve de
modo tan diverso… La misma mujer que
acaba de ser curada, llevó otro modo en su alma].
Tuvo Jesús
que dirigirse a Jairo y advertirle una cosa: “no temas; basta que tengas fe”. ¿Qué significaba eso, cuando la
niña ya había muerto? ¿Podría ser –pensó Jairo- que no ha muerto realmente?
Otra cosa no se le ocurriría. Para los
que estuvieron cerca y escucharon todo esto, el interés y la curiosidad fue
mucho mayor… Ahora pasaba de ser “ver una curación” a toparse con una
imprevisible sorpresa.
La llegada a
la casa de Jairo fue muy penosa. Las plañideras de oficio con sus llantos
forzados y sus lamentos llamativos. Sabemos por otros lugares del Nuevo Testamento
que podían estar a la puerta mostrando las ropas de la niña difunta, haciendo
más macabra la escena. Se las mostraron a Jesús cuando llegaba. Y Jesús les
dijo: La niña no está muerta. Duerme.
Les llenó de indignación y se rieron de Jesús… [No quiero ni pensar los
comentarios que pudieron surgir entre aquellas mujeres, cuando compruebo lo
fácil que es hablar y juzgar y criticar…, sin tener más datos que los recibidos
al paso]
Jesús entró
con sus tres habituales, se dirigió a la madre, destrozada en su alma, y pidió
que le condujeran al aposento de la niña. Se quedó Jesús un momento
contemplando a aquella chiquilla… Luego le cogió la mano, pronunció unas
palabras en arameo: “Contigo hablo, niña:
levántate”. Un escalofrío y casi terror invadió a aquellos padres, que
contenían el aliento. La niña se incorporó como aturdida. No sabía qué estaba pasando.
Veía gentes desconocidas junto a su cama.
Luego, se puso en pie. Hubo un grito de admiración, que tuvo que
trascender hacia afuera. Jesús tiene ese rasgo de su delicadeza de decirle a
los padres que “le den de comer a la niña”,
y –en medio de ese momento inexpresable- El se dirige con los suyos hacia la
puerta y se va. Ahora las plañideras están absortas… ¿Será realmente que la
niña no había muerto? Jesús se fue
perdiendo por el camino…
Cada vez que medito y reflexiono este pasaje me atrae más la figura de la hemorroisa. Qué maravillosa lección de fe (que no superstición). Cómo hemos de aprender de Jairo y de la hemorroisa de esa fe ciega y absoluta en Jesús, si realmente alguno la tuviéramos con esa confianza y abandono en Cristo, "otro gallo cantaría".
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