ENGARZANDO LA
JOYA
Si
ayer nos dejaba Jesús una palabra tan seria y exigente como aquel final: “Y como éstas hacéis muchas” (había
desenmascarado la falsía farisaica que anulaba el mandato de Dios a base de
crear “unas prácticas” humanas interesadas), hoy baja a la arena más diaria
para dejar claro el pensamiento del nuevo modo de proceder que pide el Reino de
Dios.
Se
dirige a la gente –de los fariseos, ¡quien tenga oídos para oír…, ¡que
oiga!...)- y les dice una de esas parábolas rápidas que parece que no dicen
nada y están entrando en lo hondo de la verdad: Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al
hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Ya estaba dicho, y no explicó más. Ya
llevaban la “píldora sintética” que debían desmenuzar.
Se
van a la casa. Los apóstoles vienen a pedirle que les explique… Se extraña
Jesús de que ni ellos entiendan: ¿Tan
torpes sois? Nada que entre de fuera en la persona le contamina, porque lo que
entra de fuera va al estómago y de ahí a la letrina. En principio estaba en
relación con si contaminaban los alimentos tales o cuales…, o el comer sin
lavarse las manos… Pero Jesús no se
quedaba en esa órbita tan a ras de tierra. Jesús iba por muchas mayores alturas
y está tocado el núcleo mismo de la vida de la persona: el corazón, lo hondo
profundo de cada ser humano.
Por
eso hace la enumeración concreta de una serie de realidades que, podríamos
decir, son realidades “diarias”. El corazón es el foco central de la persona;
en él está el motor máximo de sus afectos y desafectos, de sus tendencias y sus
rechazos… De dentro del corazón de la
persona salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios,
adulterios, codicias, fraudes, desenfreno, envidia, orgullo, frivolidad…
Pueden enumerarse paralelamente la mirada limpia, los buenos juicios, la
limpieza de sentimientos, la honradez, la servicialidad, el heroísmo, el
sacrificio, la donación de sí mismo, la madurez, la humildad…
A
lo que va Jesús es a hacer ver que lo que somos cada uno no son relámpagos
aislados que lucen o dejan a oscuras casualmente. Dice Jesús que lo que somos
cada uno, es lo que nos sale del corazón. Y no es más grave el mal propósito
que el orgullo, ni la fornicación peor que la difamación (crítica que afecta a
la honorabilidad de la otra persona). En su enumeración no ha puesto Jesús una
gradación de gravedades, sino lo que es más verdaderamente grave: que el
corazón está podrido, y lo que sale de él, huele a podrido. O que el corazón
rezuma vida y mirada clara, y eso sale afuera como un jardín que buenos olores
que se esparcen alrededor.
Si
el mundo fariseo está pendiente de esas “manos puras” por mucho restregarlas…,
o de si no debe cogerse una espiga en sábado, o no poder curar a un hombre o
mujer enfermos, por ser sábado…; y por la otra parte se quedan sin vivir los
mandatos del Señor, Jesús está diciendo que lo malo no es que algo de eso
suceda, sino que suceda porque es el veneno que llevan dentro. Y que no está
hablando tampoco de sublimes oraciones, ni de limosnas llamativas, ni de
cumplimientos religiosos… Está refiriéndose a realidades de la vida diaria: los
celos, las envidias, el orgullo, la crítica, la frivolidad (o falta de madurez
y de fondo para ver, enjuiciar, entrar en el fondo de las situaciones
personales). Porque esas son las maldades
que salen del corazón y lo que hace impuro.
Si
ayer califiqué de “joya de la verdad”
el pasaje de Marcos 7, en realidad estaba esperando este final de hoy para
engarzar la joya en mi corazón. Porque ahí es donde soy lo que soy. Esa es la
fotografía que cada persona lleva en su “rostro”, por muchos maquillajes que se
ponga. No es el que ha pecado y cae arrepentido de su fallo, quizás muy fuerte…
Puede tener el corazón limpio y haber resbalado “en un charco”. Lo grave es el
que se desenvuelve en su personal charco…, y encima de todo no lo ve, o explica
y justifica por qué estar en su charco… La “foto” que ofrece es muy clara: el
corazón está sucio; hay maldades que lo
hacen impuro. Y o ve cualquiera desde “la casa de enfrente”…, o desde los
que conviven con tal persona). Sólo ella permanece cegata. Y el corazón va
infestándose más cuanto más pretende negar el pus que lleva dentro.
La
persona de buen corazón es
exactamente lo contrario. Siempre ve la buena parte; siempre habla en positivo;
siempre enjuicia bien, evita todo comentario que desdora, goza con que otros
amen, con que otros disfruten (aunque a veces fuere “a costa” de ellos). Ni se
le ocurre meterse en terrenos peligrosos o prohibidos. Conviven y casi no se
les nota, aunque hay junto a ellos un bienestar que no se sabría explicar…,
pero que lo rezuman. Del corazón salen
las cosas buenas y las malas. El secreto, pues, está en el corazón de cada
cual. Y Jesús lo ha puesto de manifiesto.
Que lo de los alimentos “puros” o las “manos impuras” es “lo adyacente”;
lo que Jesús quería dejar claro esa LA IMPORTANCIA QUE TIENE PURIFICAR NUESTRO
CORAZÓN.
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