San Marcos en
el siglo 21
[5,
1-20]. En este tiempo Jesús llegó a la región de la corrupción. Apenas
desembarcó, le salió al encuentro –desde el cementerio de muerte- un hombre drogado. Ni con cadenas podía nadie
sujetarlo; muchas veces lo habían intentado con técnicas de rehabilitación y desintoxicación,
pero rompía todos los remedios, y nadie tenía fuerza para domarlo. Se pasaba el
día abobado y deambulando como alma en pena, y se pinchaba si parar, gritando
como energúmeno cuando le venía el “mono”.
Viendo
de lejos a Jesús, echó a correr, se plantó delante con gesto amenazador y
gritó: “Qué tienes tú que ver con nosotros, Jesús, Dios…? Te lo pido: déjame
tranquilo”. Jesús le preguntó: ¿Cómo
te llamas? - Me llamo “LEGIÓN”, porque
aquí hay de todo. Me llamo cannabis,
cocaína, droga sintética, pornografía, abuso de sexo hasta salir por los ojos,
negocio de la muerte, alteración y negativa de todo sentido y principio ético y
moral… Para resumirte: me llamo “mafia”,
“corrupción”, “dinero”, “clínica abortiva” –con todos sus negocios adyacentes-.
Me llamo “esclavitud”…, y si quieres llamarme por mi verdadero nombre, me llamo
demonio.
Jesús
permitió un viento solano que arrasase en un santiamén los campos de cultivo de
droga. Jesús dominó al demonio-Legión y le permitió que el propio demonio
arrasase tanto mal…, tanta maldad…; que Beelzebul se hiciera la guerra a sí
mismo y que entrara en guerra civil y se destruyese de modo que las páginas
sucias de las redes sociales se aniquilasen a sí mismas por la competencia
incompetente de las mafias…
Y
aquel pobre hombre, que era víctima hasta ese instante de tanta canalla
dispersa bajo nombres diversos, se halló a sí mismo sereno, como quien sale de
un coma y empieza a sentirse persona…, que ya no está enganchado a sus
substancias fatales…, que ahora está vestido, sentado, en su sano juicio.
Claro:
aquellos campos ocultos y calcinados; aquellos creadores de muerte en sus
clínicas de negocio, aquellos corruptos que vivían a costa de los inocentes,
aquellas mafias de la suciedad…, se rebelaron. Habían perdido sus fuentes de
ingresos. Salieron al encuentro de Jesús y –como no podían defender lo
indefendible, lo pernicioso…- optaron por “las buenas formas” y le pidieron a
Jesús que se ausentase de su territorio. Ni repararon en el hijo, el pariente,
el amigo, el vecino que antes era una piltrafa y que ahora es un hombre. Y si
repararon en él, era lo que menos le importaba. Lo urgente era alejar de allí a
Jesús como enemigo número uno… Que Jesús se fuera…, que ellos volverían a
empezar, no teniendo allí ese referente de la libertad y del bien.
El
que estuvo destruido por tantas maldades y que ahora era persona, vio el
panorama y pretendió dejar aquel lugar de infierno humano e irse con Jesús y
los hombres que le acompañaban. Jesús no
se lo permitió porque Jesús pensó que –ya que a Él lo mandaban fuera- alguien
debía quedar como icono visible de lo que había ocurrido. Ese hombre podría siempre
ser un grito contra todo lo que se cocía alrededor… Ese hombre, en medio de sus
paisanos y parientes, podía ser quien representara una luz en medio de la
oscuridad.
Jesús
se embarcó. Iba triste. No hay mayor tristeza que la de ver que ante una
liberación tan llamativa, los poderes maléficos e infernales (esos se camuflan
también en hombres y mujeres…; por eso el evangelio los llama: “espíritu inmundo”), rechacen la libertad
que les trae la fe, el valor humano ético o moral… ¡Que rechacen y hasta se
mofen o culpen a Dios!
Porque,
¿qué impresión es la que salta primero a la vista cuando ve uno a los dos mil
cerdos que se precipitan por el acantilado? ¿Cuál es el sentir primero ante esa
permisión de Jesús de que los “demonios” pasasen a los cerdos (negocio
prohibido en Israel)? Lo que no se ha parado ese tal que piensa o duda o
incluso se escandaliza de la solución…, es que allí hay un hombre recuperado
para la vida normal…; que era un desgraciado, un casi “bestia humana”, que
ahora está redescubriendo la belleza del sol y de la vida, de la paz y de ser
humano. En eso no se para la mirada cuando se ha escuchado esa historieta de
los porquerizos que llegan a la aldea escandalizados…, y con el temor a los
amos…
Aquel
pueblo tampoco tuvo atención al valor positivo, a la persona que había traído
la paz a una criatura a la que antes todos temían. Y la solución fue pensar que
Jesús está mejor lejos que cerca… Porque cuando está cerca nos está llevando al
bien, al orden, a la alegría por la vida, a los principios evangélicos, a los
valores espirituales, a la desintoxicación de muchas “drogas sintéticas” en las que nos desenvolvemos en nuestra vida
diaria… Lo fácil es pedirle que no nos molestes…, que si vas a entrar en
nuestro territorio, nos dejes irnos a otro…, aunque ese otro pueda ser territorio
fatal… Y cuando vuelven a crearse víctimas de esa nueva situación, acabar
culpando a Jesús…, y rogarle entonces que se aleje Él. Y no es plantearse ellos
si deben cambiar de actitud… Sino que
Dios desaparezca de su entorno… Que entonces serán los malditos libres
esclavizados… (pero “a su gusto”), la juventud perdida, los matrimonios rotos,
los hijos desgraciados, o ni dejados nacer, las familias destruidas por los
hijos desenfrenados… Y todo ese capítulo que cada cual puede completar…
Sí:
Jesús se ha subido a la barca… Nos ha dejado un encargo: Vete a tu casa, a los tuyos, y anúnciales lo que ha hecho contigo Dios
por su misericordia.
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