Queridos hermanos y hermanas, buen día, ¡Veo a muchos en la plaza,
abajo la lluvia, tienen mucho coraje!
Hoy celebramos la fiesta de la Presentación de Jesús al templo.
Esta fecha es también la Jornada de la Vida Consagrada, que destaca la
importancia que la Iglesia da a quienes han acogido la vocación de seguir a
Jesús de cerca siguiendo el camino de los consejos evangélicos.
El evangelio de hoy nos cuenta que cuarenta días después del
nacimiento de Jesús, María y José llevaron al Niño al templo para ofrecerlo y
consagrarlo a Dios, como indicado por la ley judía. Este episodio evangélico
constituye también una imagen aquellos por un don de Dios donan la propia vida,
asumiendo así las facciones de Jesús, pobre y obediente.
Este ofrecimiento de sí mismos a Dios se refiere a todos los
cristianos, porque todos hemos sido consagrados a Él mediante el bautismo.
Todos hemos sido llamados a ofrecernos al Padre con Jesús y como Jesús, hacier
de nuestra vida un don generoso en la familia, en el trabajo, en el servicio de
la Iglesia, en las obras de misericordia.
Entretanto tal consagración es vivida de una manera particular por
los religiosos, monjes, laicos consagrados, que tras profesar los votos
pertenecen a Dios de manera plena y exclusiva.
Esta pertenencia al Señor permite a quienes la viven de manera
auténtica, ofrecer un testimonio especial del evangelio del reino de Dios.
Totalmente consagrados a Dios se encuentran enteramente entregados a los
hermanos, para llevar la luz de Cristo allí donde las tinieblas son más densas
y para difundir la esperanza en los corazones que perdieron la confianza.
Las personas consagradas son el signo de Dios en los diversos
ambientes de la vida, son la levadura para el crecimiento de una sociedad más
justa y fraterna, profecía de compartir con los pequeños y los pobres. Así
entendida y vivida, la vida consagrada nos aparece realmente como és: ¡un don
de Dios!
Cada persona consagrada es un don para el pueblo de Dios en
camino. Necesitamos tanto de estas presencias, que refuerzan y renuevan con
empeño la difusión del evangelio, de la educación cristiana, de la caridad
hacia los más necesitados, de la oración contemplativa, el empeño de la
formación humana y espiritual de los jóvenes, de las familias, el empeño por la
justicia y la paz en la familia humana.
Pensemos un poco que sucedería si no existieran las monjas, sin
las monjas en los hospitales,sin las monjas en las misiones, en las escuelas.
Pensemos a una Iglesia sin las monjas, es impensable. Son este don y esta
levadura que lleva al pueblo de Dios hacia adelante. Son grandes estas mujeres
que consagran su vida y llevan adelante el mensaje de Jesús.
La Iglesia y el mundo necesitan de este testimonio del amor y de
la misericordia de Dios. Los consagrados, los religiosos y religiosas son este
testimonio de que Dios es bueno, de que Dios es misericordioso. Por ello
es necesario valorizar con gratitud las experiencias de la vida consagrada y
profundizar el conocimiento de los diversos carismas y espiritualidades.
Es necesario rezar para que tantos jóvenes respondan “sí” al Señor
que los llama a consagrase totalmente al Él, y para dar un servicio
desinteresado a los hermanos. Consagrar la vida para servir a Dios y a los
hermanos.
Por todos estos motivos, como ya fue anunciado, el año próximo
será dedicado de una manera especial a la vida consagrada. Confiamos desde
ahora esta iniciativa a la intercesión de la Virgen María y de san José, que en
cuanto padres de Jesús fueron los primeros a ser consagrados por Él y a
consagrar su vida a Él.
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