1 novb.: TODOS LOS SANTOS
La
Iglesia recuerda todos sus hijos que ya
gozan de la visión de Dios. Durante todo el año ha ido recordando a santos
particulares. Pero aun situando a uno cada día del año, no se abarca a los
otros muchos santos que sabe la Iglesia que han superado el paso de esta vida y
han desembocado en el abrazo eterno de Dios.
La
1ª lectura viene a decirnos –por lo pronto- que son una
muchedumbre incontable. Hace sólo unos días que leíamos un evangelio en el que
uno le preguntó a Jesús si eran muchos los que se salvan [los que viven el Reino
y desembocan en el Cielo de Dios]. Hoy sabemos que es una multitud incontable.
Sabemos que siguen a Jesús, y sabemos que llevan en sus brazos las palmas que
sintetizan su vida entera. Los hay mártires, que dieron su sangre por amor a
Dios. Los hay gentes de a pie que no recibieron en vida un reconocimiento
particular de sus méritos. Los hay que el año pasado veían esta procesión desde
fuera, y que este año caminan ya con sus palmas, tras el Cordero, en su avance
hasta el trono de Dios. Sencillamente hoy celebran su onomástica esos
innumerables fieles que se han visto marcados por el amor de Dios, y van
avanzando hacia Él en las volandas de sus respuestas de amor.
Esos
innumerables, se saben hijos de Dios. No sólo es un título como de medalla externa.
Es que ya han entrado en la fragua del fuego divino y ya no son sólo humanos…
Ya participan de esa naturaleza divina, como la gota de agua que el sacerdote
echa en el vino, que ya dejó de ser gota de agua y quedó convertida en
vino. Santos que se saben hijos de Dios, y gozan de esa maravilla
por toda la eternidad, sin que nada ni nadie se lo pueda arrebatar.
Ahí
están tantos conocidos, tantas personas que viajaron en el mismo autobús, que
estuvieron en la misma consulta del médico, que vivieron codo con codo con
nosotros. A ellos los santificó Dios; ellos respondieron con su fidelidad
diaria, su pequeña gota de agua.
El
día que Jesús predicó en el Monte, las Bienaventuranzas o dichas de su Reino,
marcó líneas blancas, avenidas que recorrer, que sobrepasaban y venían a dejar
los Mandamientos como línea de salida. Pero el recorrido de ahora era muy
diverso. Ahora se preconizaba al POBRE y
se estaba hablando de la persona sencilla, humilde, sin rincones ocultos, de
alma abierta. Se estaba hablando de un pobre que no estaba necesariamente
metido en el cajón de lo económico o social, sino en su libre elección de ser
hermano de sus hermanos…, de aceptar a cada uno tal como es sin pretender
cambiarlo para amarlo…, aunque siempre dispuesto a ayudarle si el tal otro lo
pide o necesita. El pobre que ha llegado al grado superior de ser “él mismo”, de
aceptarse plenamente a sí mismo, de ser feliz consigo mismo. Sin complejos, sin recelos, sin envidias, sin
nostalgias ni añoranzas. Es quien es, ¡y ese es su tesoro! Sabe que ASÍ lo ha amado Dios y no “a pesar de”…, y así se ama a sí mismo. ¿Significa entonces que se cruza de brazos…, comamos y durmamos que mañana moriremos?
– Ni mucho menos. Arranca de la aceptación de sí pero no renuncia nunca a ser como Dios lo ha soñado. Su vida fue
un caminar siempre…
Y haciendo
camino llegó a saber sobrellevar las flaquezas ajenas y propias; a no amargarse
por nada, aunque llorara dolores propios o ajenos. A ansiar ilusionadamente esa
mejor respuesta al amor de su alma: ¡a Jesucristo!..., aun cuando le supusiera burlas,
incomprensiones, persecuciones… Por su parte, siempre hubo respuestas de paz. Actitudes
de corazón misericordioso, comprensivo, esperanzado… Suavidad de alma, como
tocada por el terciopelo de la mano de Dios…
Verdaderamente reflejaron en sus vidas esa filiación divina: ¡eran hijos
de Dios!
La fiesta de
hoy tiene un reflejo vivo hacia nuestro momento actual. Si aquellos santos lo fueron
a través de la vida normal, y de la fidelidad y la lucha normales, quiere decir
que nos estamos situando ya detrás de esa fila incontable de quienes fueron
como nosotros y dieron respuesta generosa. ¿Por qué no vamos a engrosar
nosotros ese número incontable, si hacemos de nuestra vida una antesala de ese
cortejo que ya camina? Sabemos que un
día vamos a caminar. Y lo único que ahora hemos de ir fraguando es ese estilo
que nos marca Jesús en las grandes avenidas de las BIENAVENTURANZAS…, bajo la
cobertura protectora y estimulante de la vida que Jesús vivió aquí entre
nosotros…, la vida que movió a esos hermanos que ya hoy caminan felices.
Íñigo de
Loyola era soldado desgarrado y vano
[=pecador], como él se define a sí mismo. Pero el día que conoció la vida de
San Francisco o Santo Domingo, se planteó un desafío: Y si ellos lo hicieron, ¿por qué no lo voy a poder hacer yo?
Nos aferramos
a la fuerza que nos da la Eucaristía, para vivirla de tal manera que sea en
nosotros un botón de fuego. Porque si tantos y tantos SANTOS, han podido, ¿por
qué no voy a poder yo, si tengo las mismas armas y ayudas que ellos tuvieron?
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